sábado, 12 de julio de 2008

ÚLTIMO CAPÍTULO: LA ROSA DE TU VIDA


Trató de carraspear suavemente aunque de su boca salió una tos brusca, casi grosera. A su público no le importó. Sonrió felizmente al escuchar el inicio de la música. Movió la bata de cola sobre el reducido escenario y se llevó una ovación sólo con la acompasada coreografía de sus brazos.
- Como una ola, tu amor llegó a mi vida. Como una ola, de fuerza desmedida, de espuma blanca y rumor de caracola…
El aplausó casi enmudeció la voz de La Toñi. Estaba siendo una de sus mejores actuaciones. Una lágrima resbaló por la mejilla de Jimena. La silla que estaba a su lado acababa de ser ocupada.
- ¿Qué es eso tan importante que tienes que decirme? – le preguntó Chiqui.
Ella le miró con los ojos humedecidos.
- Estoy embarazada. Voy a tener un hijo tuyo.
El hombre abrió la boca entre sorprendido. En seguida sonrió ilusionado.
- Es la mejor noticia que me han dado nunca.
Trató de besar a la chica pero ella se resistió.
- No lo entiendes. Este niño lo cambia todo.
- ¿Por qué?
- Porque yo ya no quiero vivir en un mundo inventado por nosotros. Mi mundo nuevo lo trae este niño. He hablado con Chaflers. Está de acuerdo conmigo. No permitiremos la explosión.
- Algunos no lo admitirán. Tratarán de llegar hasta el final.
- He decidido llamarle Pedro, como mi padre.
- ¿Yo no puedo opinar?
- No hay un nombre más bonito que ese – respondió ella con rotundidad.
- Es nombre de buena persona… - asintió con resignación.
- ¿Y si no les convencéis? ¿Y si ellos quieren llegar hasta el final a pesar de todo?
- Soy científica. Hallaremos la medida para conseguirlo… - Jimena se acarició su incipiente barriga y cerró los ojos para dejarse llevar por la música de la Toñi.
- Como una ola, se fue tu amor, como una olaaaaaa…

Pedrito lloraba en el sofá donde Marta le había dejado. El hambre le había hecho olvidarse del dolor de la espina clavada. Su llanto se interrumpió de golpe. Un movimiento en la casa le hizo abrir los ojos sorprendido. Un suave balbuceo salió de sus labios.

Eva sostenía la rosa entre sus manos, la única flor salvadora. Frente a ella Eduardo y Román aguardaban alguna decisión. La chica pensó rápidamente. Tenía entre sus manos la vida de una persona. Salvar a uno, condenar a otro. Hubo un silencio, sólo fueron varios segundos pero parecieron eternos. La angustia se palpaba. Una gota de sudor recorrió la frente de la periodista. Entonces decidió hablar. Entreabrió sus labios pero, cuando iba a comunciar su decisión, alguien se le adelantó. Fue casi tan rápido que ella ni siquiera pudo ver el ágil movimiento de Eduardo, que se lanzó hacia delante y le arrancó la flor de la mano. Alejandra se llevó las manos a la boca asustada. Román no daba crédito. Eduardo había atrapado la flor y parecía dispuesto a pincharse con sus espinas pero no fue así. En otro rápido movimiento, dirigió la rosa hacia atrás, se situó junto a Román y la clavó con fuerza en el brazo del fotógrafo. Román gritó dolorido pero no tardó en darse cuenta de la grandeza del gesto de Eduardo. Pero aquel acto de valentía y entrega no le reconfortó.
- ¿Por qué lo has hecho?
- Tienes más motivos por los que luchar que yo.
Eva se quedó en silencio pensativa.
- ¡Eduardo!
- Yo ya he tenido muchas oportunidades y las he desaprovechado. Sólo tenéis que prometerme que seréis felices.
La chica se abrazó a él llorando. Alejandra también observaba la escena emocionada mientras Román no podía evitar sentirse mal, a pesar de que sabía que había salvado su vida. Laura, aunque en la misma estancia, era completamente ajena a la escena. Trataba de mantener despierto a su padre, quien se desangraba por momentos.
- Padre. No me dejes…
- Laura… - musitó con un hilo de voz.
- Estoy sola en el mundo. Si te vas, no tendré a nadie…
- El niño…
- ¿Qué dice, papá?
- La uña…
- No entiendo lo que dices.
La comisaria se giró hacia padre e hija y se arrodilló ante ellos.
- Creo que ha dicho la uña. ¿Qué es lo que nos quieres decir? ¿Hay alguna manera de parar la explosión?
- Sí.
- ¡Dios mío! ¿Y por qué no lo ha dicho antes? – protestó Román.
- ¡Deja a mi padre! ¿Vale? Papá, ¿cómo podemos parar la explosión?
- El niño de Jimena tiene un mecanismo bajo la uña del dedo gordo del pie derecho. Si lo presionáis, se pararán las fábricas de gas y no habrá explosión.
- Pero, ¿por qué no lo dijo antes? Apenas quedan quince minutos… - se lamentó Eva.
- Yo sólo quiero lo mejor para mi hija… Laura, sé muy feliz. Prométemelo…
- No, papá, no te mueras – rogó amargamente la chica.
Pero el señor Chaflers ya no contestó. Sus ojos se habían cerrado. Laura se abrazó a Eva y las dos lloraron juntas.
- No hay tiempo – resolvió la comisaria – debemos correr hacia donde esté el hijo de Jimena.
- Puede estar en cualquier sitio. Marta y Corrales lo llevaron a casa de Ignacio pero, a esta hora, pueden haberse ido muy lejos – concluyó Eduardo.
- Debemos, al menos, intentarlo. Hay que agotar todas las posibilidades. ¡Corramos! – Román empujó a todos a salir del mausoleo. Dentro quedaron los cadáveres de Chaflers y Javier. Cogieron el coche en el que habían llegado y cruzaron rápidamente la ciudad. Román conducía. Como copiloto viajaba Alejandra. En el asiento de atrás, Laura veía pasar la noche a toda velocidad. Eva estaba en medio. Eduardo tenía la mirada perdida hasta que la chica le cogió de la mano. Él le sonrió y ella le dio un beso en la mejilla. Román les vio por el espejo retrovisor.
- ¡Ahí es!
- Sólo quedan cinco minutos.
Los cinco se bajaron del coche. Acababan de llegar al edificio donde vivía Ignacio. Entraron precipitadamente y sólo cuando estaban junto a la puerta de la vivienda se pararon.
- Hay que tener cuidado. No sabemos lo que puede haber dentro – alertó Eduardo.
Lo que encontraron dentro, cuando Román rompió la puerta, fue desolador. Toda la sala estaba cubierta de plumas llenas de sangre. Entendieron que había habido un tiroteo. Además de reventar el sofá, había acabado con la vida de Corrales y Marta, que yacían en el suelo.
- ¿Están muertos? – preguntó en un susurro Eva.
Alejandra se agachó a comprobar sus pulsos.
- Sí. Creo que se han disparado mutuamente.
- ¡El niño! Está ahí – exclamó Román.
Pedrito tenía los ojos cerrados. Seguía tumbado en el mismo sillón. De esa forma, parecía también muerto.
- ¡Lo han matado también! – se horrorizó Laura.
- Creo que respira.
Alejandra, Eva, Laura y Román se adelantaron para comprobar el estado del bebé. Sólo Eduardo se quedó rezagado. Quedaban pocos minutos para la explosión pero había algo en aquella habitación que no le cuadraba. Eva se giró al comprobar que el fotógrafo no se movía.
- ¡Eduardo! Hay que apretarle el dedo gordo al niño. ¡Ven con nosotros!
- Hay algo que va mal. ¿No os dais cuenta? Falta alguien.
- ¿Quién falta? – preguntó Alejandra.
No hizo falta contestar. Detrás del sofá donde estaba Pedrito se levantó Alejandro. Sangraba por la cabeza y el estómago. Tenía la mirada perdida, la tez absolutamente blanca. Los cuatro más adelantados saltaron hacia atrás por el miedo. Alejandro portaba un arma que movía sin sentido a un lado y otro de la habitación. Parecía que hablaba pero sólo emitía un incomprensible balbuceo. Entonces Pedrito comenzó a llorar de nuevo. El sonido del bebé asustó a Alejandro y su dedo se movió casi automáticamente en el gatillo. Todo ocurrió muy rápido. En ese momento, el arma apuntaba a Eva. La bala salió disparada. La periodista cerró los ojos, sin poder reaccionar. Creyó que iba a morir pero, de pronto, sintió un fuerte empujó que la tiró al suelo. Cuando abrió los ojos, vio como Alejandra se sacaba el arma y disparaba a la cara de Alejandro varias veces. A su lado, también en el suelo, estaba Eduardo. Él era quien la había empujado. Su acción le había salvado la vida. La bala que iba para ella ahora le había abierto una herida en el pecho a él. No se movía.
- ¡Eduardo! ¡No! ¡no! ¡Por favor! – lloró Eva tratando de despertarle con un brusco zarandeo.
Román se abrazó a ella y trató de tranquilizarla.
- Es un héroe, Eva. Ha saltado para ponerse entre la bala y tú. Te ha salvado la vida.
Él también lloraba. También lo hacía Alejandra. Sólo Laura acertó a levantarse de su escondite, se acercó a Pedrito y lo cogió en brazos. El niño se sorprendió del movimiento y abrió los ojos extrañado. Entonces Laura le estiró la pierna derecha y apretó con decisión el dedo gordo de su pie derecho, tal y como le había explicado su padre. No ocurrió nada. Todos se miraron entre sí. Hubo un largo silencio. Esperaron algunos minutos sin moverse.
- Lo hemos conseguido. Ha pasado el tiempo – susurró Laura con la vista fijada en el horizonte que veía a través de la ventana.
- Debemos irnos – sugirió Alejandra – Hay que poner orden a todo esto.
Román ayudó a Eva a incorporarse. A la joven le costó separarse de Eduardo. Le dio un beso en la mejilla y le apretó con fuerza la mano que todavía le agarraba. Laura, con Pedrito en brazos, la comisaria, Román y Eva pasaron por encima de los cadáveres y se dispusieron a abandonar la estancia. Estaban a punto de cruzar el umbral cuando Eva se volvió decidida. Se acercó al cuerpo de Alejandro. Tenía la cara destrozada por el impacto de las últimas balas. Sintió asco pero resistió.
- ¡Estás muerto!
Y entonces Alejandro abrió los ojos y una de sus manos agarró la pierna de Eva. La chica se movió asustada pero logró desprenderse rápidamente de uno de sus zapatos. Entonces actuó con decisión. Comenzó a clavarle el tacón tantas veces como pudo. La mano de Alejandro se soltó pero ella siguió golpeando con violencia.
- ¡Ya está! ¡Se acabó! – le susurró al oído Román.
Ella se recompuso el vestido de licra. Se echó los rizos hacia atrás y, junto a sus amigos, abandonó la casa de Ignacio…

ALGUNOS DÍAS DESPUÉS…

Era de un rojo intenso. Los pétalos resistían al viento. Eva recogió una piedra de entre la hierba y la dejó caer sobre el tallo cuando depositó la rosa sobre la tumba de Eduardo. Sonrió levemente a modo de despedida. Y luego avanzó lentamente hacia la salida del cementerio. Román le esperaba en la puerta, junto al coche. Su teléfono vibró en el bolso. Era Laura.
- ¿Cómo ha ido eso? – preguntó la chica.
- Ha sido todo muy sencillo, como a él le habría gustado. ¿Y el entierro de tu padre? – se interesó Eva.
- Muy grandioso, como a él le hubiese gustado.
- ¿Y Pedrito? ¿Cómo está?
- Bien. Ahora mismo le voy a dar de comer. Mañana tengo que ir a lo del abogado. Lo de la custodia va a ser más difícil de lo que pensaba pero me ha dicho que no habrá problema. Ahora soy su única familia.
- Somos. No te olvides.
- Serás una gran madre.
- No lo dudo. Además Pedrito es de los míos. No veas lo contento que se pone cada vez que saco la botella de Bayleys para desayunar.
- Eres única, Laura. Oye, ¿y cuando reabres La salamanquesa?
- Creo que el mes que viene. No quiero prisas en mi vida. Pero ya he pensado en decorar todas las paredes con grandes fotos de La Toñi en sus grandes momentos de actuación. Haré casting a nuevas cantantes pero ninguna como ella…
- Claro que no.
- ¿Y tú? ¿Qué vas a hacer con lo tuyo?
Eva levantó la vista. Ya estaba cerca de Román y se detuvo.
- He tomado una decisión. Ya te contaré.
- Un beso, guapa.
La periodista siguió avanzando y su móvil volvió a vibrar. Era un mensaje. Cuando terminó de leerlo, ya estaba junto al fotógrafo.
- Es Alejandra. Dice que está muy contenta en Huelva y nos invita a pasarnos por allí cuando queramos. También nos felicita por el reportaje. Nos vaticina grandes premios.
- El mérito es todo tuyo. Ha sido un perfecto resumen de todo lo que nos ha ocurrido. ¿Nos vamos? Tengo ganas de llegar a casa.
- Román, quería decirte una cosa… He pensado mucho y creo que…
- Que no vas a irte a casa conmigo.
- Supongo que lo entiendes.
- Supongo que sí.
- Tuvimos una oportunidad. Y nos fue mal. Volver a intentarlo no tendría sentido, aunque las circunstancias hayan cambiado mucho.
- Sólo dime una cosa. Si Eduardo no hubiese cogido la rosa…
- Eso da igual. No puedo con los subjuntivos…
- No puedo competir con ese recuerdo.
- Lamentablemente si esto era una competición, aquí hemos perdido todos.
- Quiero que seas muy feliz.
- Te deseo lo mismo.
Eva comenzó a andar. Antes de alejarse definitivamente, se detuvo en seco y se giró. El viento le retiró los rizos de la cara.
- ¿Sabes?
Román levantó una ceja esperando la respuesta.
- Siempre tuve sospechas de que esta noticia cambiaría nuestras vidas.