lunes, 28 de abril de 2008

CAPÍTULO XIV: LA FIESTA TERMINÓ


(En capítulos anteriores: Marina, la hermana de Eva, ha regresado a la ciudad. La chica se reúne también con Román, al que le encargó realizar fotos de la entrada a la fábrica de flores, y con el señor Chaflers. Mauri y Laura preparan la inauguración de su renovado bar. Eva descubre que Ignacio protege al hijo de Jimena. Eva descubre que Jimena, Marina e Ignacio estudiaron juntos Biología. Marta desconoce el paradero de su sobrino y que Corrales le ha engañado con la comisaria pero Javier ya tiene la cinta de este encuentro amoroso. Mientras, Carmen desvela a Ignacio que fue Natalia quien le golpeó. Lo hace justo de sufrir una nueva crisis en el hospital…)

- ¿Se recuperará?
- No lo sabemos.
Ignacio miró desde la cristalera la cama de Carmen, donde la joven yacía. Su vida se agarraba a una sofisticada maquinaria médica.
- Durante varios minutos su corazón ha dejado de latir. Hemos intentado hacer lo posible pero algunos de sus órganos han podido dejar de funcionar en este tiempo. Tampoco sabemos cómo eso le ha podido afectar al cerebro. Si lograra despertar del coma, puede que haya sufrido daños irreversibles – le explicó el doctor – En realidad, es un milagro que siga viva…
- Es una campeona… - sonrió levemente.
- Usted estaba presente cuando le entró la crisis. Dice que abrió los ojos y habló, ¿no?
- Sí.
- ¿Y qué te dijo?
Natalia apareció justo detrás de Ignacio. El hombre se giró sorprendido.
- Eran palabras sueltas. No tenían mucho sentido – se apresuró a responder.
- Ojalá algún día se ponga bien. Tiene tantas cosas por decir… - suspiró ella.
El doctor se alejó y ambos permanecieron junto a la escalera.
- Pobrecilla. ¿Quién sabe lo que pasará por su mente ahora? – se compadeció Natalia.
Ignacio ya no contestó. En su cabeza resonaban aún las últimas palabras de Carmen. “Natalia es una asesina”.

En la redacción de El madrugador ya había llegado el último parte médico de Carmen, aunque sus trabajadores se afanaban a esa hora por ultimar las páginas. Laura le puso el tapón a su petaca y se levantó. Se situó en medio de uno de los pasillos centrales y habló en voz alta.
- ¡Atención! ¡Atención! Un momento de atención. Esta noche, cuando terminéis lo que estéis haciendo, tenéis una cita en La salamanquesa, un bar muy selecto que se inaugura esta noche por todo lo alto. Va a ser una fiesta de las que no se olvidan.
Apenas nadie levantó la vista de su ordenador. El discurso de Laura había pasado desapercibido.
- ¡Habrá barra libre! – insistió
Entonces todo el personal aplaudió y muchos se acercaron a preguntarle la dirección del local.
- Espero que yo también esté incluida en la lista.
Laura se giró y descubrió sorprendida que era Libertad, la ex becaria, quien estaba dejando sus cosas en su antigua mesa. Al verla, Eva se acercó indignada.
- ¡Eduardo, llama a seguridad! Que una rata ha entrado en el periódico.
El fotógrafo rió la ocurrencia de la subdirectora. Libertad también rio.
- De verdad, Eva, que me troncho contigo. No sé quién dice por ahí que no tienes ninguna gracia.
- Pero, ¿qué coño haces aquí? Eres una vetada. Ya te estás yendo por donde has venido.
- Pues, hija, a ver si os coordináis el director y tú. Ha sido Ignacio el que me ha contratado de nuevo. Perdona que no te haga mucho caso ahora. Es que tengo una exclusiva que publicar…
- Eres una pedazo de…
- Bueno, bueno… - medió Laura – Ya que Libertad parece que tiene el consentimiento del director, lo mejor es que nos llevemos bien todos. Por supuesto que debes venir a la fiesta. La salamanquesa está abierta a todo tipo de público.
- Pues deberiais prohibir el paso a perras… - se quejó Eva.
Libertad obvió su comentario y empezó a teclear en su nuevo puesto. Eva se marchó indignada. Eduardo la observó mientras se alejaba hasta que Laura le interrumpió en sus pensamientos.
- Toma. Que se te cae la baba… - dijo entregándole un pañuelo de papel.
El fotógrafo sonrió.
- ¿Ya se lo has dicho? ¿Le has dicho que la amas?
- No me atrevo.
- Aprovecha la fiesta. Cógela en un reservado y dile toda la verdad.

Corrales revisaba una a una las listas recabadas. Sobre su mesa se alzaba toda una montaña de papeles. Eran los registros de pediatras que habían atendido a recién nacidos en la ciudad en las últimas semanas. Ignoraba si podría conseguir algún dato interesante pero era la única vía que había encontrado para poder seguir investigando la desaparición del hijo de Jimena. Era su única manera de compensar el dolor que padecía Marta. En su mente permanecía también la noche pasada con Alejandra. Su conciencia le apremiaba a culminar su trabajo. Siguió descartando documentos hasta que uno le llamó la atención. Era de un pediatra del centro de la ciudad. Pero lo que le sorprendió no fue el nombre del médico, sino del solicitante de la revisión. Era Ignacio. Corrales se extrañó de que el director de El madrugador hubiese llevado a la consulta a un bebé, a pesar de que, según él creía, no tenía hijos.

Marta era ajena a la investigación iniciada por su novio. No salía de su habitación del hotel. Tenía miedo a Alejandro, aunque ya hacía tiempo que no se acordaba de su antigua pareja. Su obsesión era encontrar a su sobrino, la única familia que le quedaba. Un agente de policía custodiaba permanentemente su puerta. Por eso se extrañó que, de pronto, una voz desconocida le llamara a una hora en la que no esperaba visita alguna.
- Abra, por favor.
Observó por la mirilla. Su escolta estaba acompañado por otro policía. Abrió la puerta sin quitar el pestillo.
- No hay problema, señorita. Es un compañero de la comisaría.
Marta volvió a cerrar para quitar el pestillo y permitir la entrada del agente.
- Mi nombre es Javier y tengo algo que le puede interesar.
El policía llevaba en la mano una cinta de vídeo.

Libertad bailaba como poseída por una fuerza descontrolada. La fiesta de inauguración de La salamanquesa había resultado todo un éxito de convocatoria. Los brazos y piernas de la ex becaria se movían acompasados por la música, sin importarle chocar con muchos de los asistentes. Mauri no paraba de servir cócteles.
- ¡Esto está más concurrido que cuando La Toñi estrenó su disco de colombianas! – gritó a Laura intentado superar el volumen del bullicio.
- ¡Ella estaría muy contenta de volver a ver La salamanquesa como en sus mejores tiempos!
- ¡Cuando ella cantaba eso de “Qué dices del rocío, lo que yo tengo es el potorro to escocío” y esto se ponía como una feria!
Laura sonrió y se acercó al otro de la barra, donde Eduardo pedía una nueva copa.
- Un cubalibre, pog favoggg… - pidió en un claro tono embriagado.
- ¿Cuántas te has tomado ya?
- Siete cegveza, cuatgo gintonic, tges tequila y voy pog el cubalibge…
- Lo que tú tienes que hacer es dejarte de mariconadas, emborracharte un poco y decirle todas las verdades a la Eva. ¡Mira! Allí está.
La subdirectora acababa de entrar a la fiesta. Saludó a algunos compañeros del periódico y no tardó en encontrarse a Román.
- Por fin, has llegado. Era el momento de que entrara la belleza por esa puerta.
- Román, déjate de pamplinas.
- No sabes lo que me haces sentir…
- Sólo he venido a pasármelo bien…
- Pues no seas egoísta y comparte conmigo esa alegría.
En la otra esquina del bar, la comisaria Alejandra se tomaba la primera copa. Era su primera salida nocturna desde que había recalado en la ciudad. No paraba de mirar alrededor hasta que encontró lo que buscaba.
- ¡Corrales! ¡Has venido!
- Sí. Me dijiste que acudiera urgentemente a esta fiesta. ¿Has descubierto algo? ¿El asesino está aquí? ¿Sabes algo de Alejandro? ¿Y del hijo de Jimena?
- No. Sólo quería que tú y yo disfrutáramos de esta fiesta – la comisaria le guiñó el ojo divertida y le entregó la copa.
- Yo creo que tengo algo que puede interesarle, comisaria...
- A mí me interesa todo de ti pero llámame Alejandra.
- Alejandra. Yo quiero a mi novia. Lo del otro día fue un…
En ese momento, sonó una explosión. De un cañón que acababa de accionar Mauri salió una lluvia de confeti. Todo el público asistió entusiasmado al espectáculo. De pronto, la canción terminó y hasta que empezó la siguiente pasaron varios segundos. Fue durante ese minúsculo silencio cuando los tacones de Marina resonaron en la puerta. Muchas miradas se giraron hacia ella. Hubo un murmullo generalizado. Ella se apartó el pelo con la mano en un gesto que indignó a su hermana. La presencia de Marina hizo escapar a Eva hacia los lavabos. En su huida le cayeron varias lágrimas.

Otra lágrima, pero sólo una aunque más dolorosa, caía en ese momento de los ojos de Marta. Corrales y Alejandra se revolcaban sobre la mesa de la comisaria en su televisión. Marta se mantenía atenta a la pantalla sentada sobre la cama mientras Javier esperaba la reacción de la chica justo delante, en una silla de la mesa al lado de la pantalla. Ambos estaban solos en la habitación. La joven se levantó de pronto. El policía fue a apagar el monitor.
- Sé que es duro pero creía que era importante que usted supiera como se las gasta la nueva generación de mandos policiales que tenemos. Pero con esta cinta podemos colocarles en su sitio...
Marta buscaba algo en el armario. Javier pensó que estaría localizando un pañuelo de consuelo. Le dio la espalda a la chica para sacar la cinta del vídeo cuando sintió un tremendo golpe en la cabeza que le dejó inconsciente. Marta había dejado caer sobre él una enorme barra metálica que guardaba en el ropero. Registró al agente. Le cogió el arma y toda la munición. Fue hacia la puerta. Antes de salir, urdió un plan para engañar al escolta, aunque no era él la meta de su ira.

Román llamó a la puerta de varios baños hasta que encontró a Eva. Abrió la puerta sutilmente. La chica lloraba desconsolada.
- Pero, ¿qué te ha pasado?
- He visto como la has mirado. Como la mirabáis todos. ¿Sabes a lo que ha venido? A recordarme que es mejor que yo y que cuando quiera puede vencerme otra vez… ¡Para eso ha vuelto!
- No sé por qué ha regresado pero deja de pensar de una vez que es mejor que tú.
- Claro, tú eres el más indicado para decírmelo.
Eva salió y se asomó al espejo de los lavabos para recomponerse el maquillaje. Román la obligó a girarse.
- Marina fue un error en mi vida. Y sé que lo pagaré para siempre. Pero no permitiré que sufras más por mí o por ella. Tú eres mucho mejor. Íntegra, inteligente, valiente… y preciosa. Hoy más que nunca.
Eva volvió a llorar pero ya no por rabia. Las palabras del fotógrafo le habían emocionado. Él lo sabía. Ella también. Entonces Eva se rindió. Ambos acercaron sus labios y, cuando estaban a dos escasos milímetros, escucharon un ruido justo al lado. Era Eduardo. Tenía los ojos llorosos y, en su retina, la imagen clavada de la pareja abrazada y a punto de iniciar el camino a dejarse llevar por la pasión. Eduardo salió abrumado del baño. Eva miró a Román y enseguida corrió también fuera detrás del otro fotógrafo. Eduardo cruzó la fiesta como una exhalación. Pero Laura logró detenerle antes de que alcanzara la puerta.
- ¡Eduardo! ¿Ya se lo has dicho? ¿Le has dicho que la amas?
- Sí, sí… Claro que se lo he dicho – mintió abochornado.
En ese momento, Chiqui Esteban, que acababa de aparecer en la fiesta se cruzó entre ellos y los separó. El subdirector de La verdad entró directamente a la barra y cuando consiguió la copa movió la mirada por todo el establecimiento. Sus ojos se detuvieron en Libertad, quien continuaba bailando emocionada. Eva fue una de las muchas personas que chocó con su coreografía. Buscó a Eduardo pero no le encontró. Sin embargo, su hermana sí la encontró a ella.
- ¡Eva! Te estaba buscando. Tengo que decirte algo muy importante…
- No quiero saber nada de ti. Que seas familia mía no me obliga a quererte..
- No hay tiempo para reproches, Eva – Marina permanecía seria y con gesto de honda preocupación – Toma – añadió mientras le entregaba una rosa que acababa de sacar del bolso que portaba.
- ¿Qué significa esto? ¿Tú también con las dichosas flores? Estoy harta de…
- Es más importante de lo que crees – le rogó mientras le forzaba a coger la rosa de un rojo intenso - Escucha, lo que tienes que hacer es…
En ese momento, otro cañón de confeti estalló cerca de ellas. Todo el bar se llenó de pequeños fragmentos de colores. Libertad daba un giro sobre sí misma cuando tropezó bruscamente y chocó con varias personas que, a su vez, fueron cayendo sobre otras. El revuelo era enorme. Y entonces todas las luces se apagaron. Gritos y silbidos se mezclaron en medio de una total oscuridad. Eva sintió varios empujones. Notó que mucha gente se cruzaba delante y detrás de ella. Se asustó. Cuando la luz volvió todo parecía haber cambiado a su alrededor. El confeti ya estaba en el suelo. Allí yacía también su hermana. En medio de un charco de sangre.
- ¡Marina! ¡Marina!
Pero ella ya no le contestó.

miércoles, 23 de abril de 2008

CAPÍTULO XIII: AL OTRO LADO DEL HILO


(En capítulo anteriores: Eva descubre, a través de la orla encontrada en casa de Jimena, que Ignacio y su hermana Marina estaban en la misma clase universitaria que la fallecida. Cuando, junto a Román, va a exigirle explicaciones al director, Ignacio les revela que él cuida de Pedrito, el bebé de Jimena. Mientras, Carmen permanece hospitalizada tras la agresión sufrida en la fábrica de flores. Eduardo confiesa a Laura que ama a Eva y Corrales y la comisaria Alejandra se dejan llevar por la pasión…)


Román le hizo una carantoña al bebé. El pequeño pareció sonreír, aunque en seguida arrancó en un intenso llanto. Ignacio le cogió de la cuna y trató de calmarlo con un suave y acompasado balanceo. Pedrito balbuceó y se quedó dormido. Ignacio volvió a dejarle en la cuna y, con cuidado, la empujó hasta una habitación contigua. Cuando regresó al salón, Eva se puso seria.
- Creo que nos merecemos una explicación.
- Conocí a Jimena en la facultad. Entonces yo creía que era un hombre de ciencias. Me metí en Biología y no se me daba mal. Hice amistad pronto con ella. Era muy simpática y extrovertida. Todo lo contrario a mí. Hicimos pandilla y decidimos meternos juntos en un master en biología avanzada. Un día vino llorando a la facultad. Acababa de enterarse de la muerte de su madre. Fue la penúltima vez que la vi. Abandonó las clases y nunca más supe nada de ella hasta que la descubrí firmando en La verdad algunos artículos. Nos intercambiamos varios correos. Yo le reproché que no hubiese venido a verme y que estuviera escribiendo en otro periódico. Fue amable conmigo y nos enviamos mutuamente mensajes divertidos recordando los viejos tiempos.
- ¿Entonces no estudiaste Periodismo? – se interesó Román.
- Cuando se fue Jimena perdí el interés por la Bilogía y cambié de carrera…
- Pero, Román. ¿De verdad crees que eso importa ahora mismo? – se indignó Eva – Sigue. Dices que la penúltima vez que la viste fue el día de la muerte de su madre. ¿Y la última?
- Fue poco antes de que ella muriera. Llamó a mi puerta como vosotros. Y me la encontré. Venía con un bebé. Me dijo que se llamaba Pedrito y que era su hijo. Me pidió que no hiciera más preguntas. Sólo que le cuidara durante unos días. Me contó que tenía una misión muy importante. Yo le rogué que me dijera algo más. Y sólo me respondió que estaba en peligro la vida de mucha gente. A los pocos días apareció muerta en un callejón.
- ¿Cómo has podido vivir entre tantas mentiras todo este tiempo? Yo siempre he confiado en ti – protestó la subdirectora.
- Le prometí que nunca le diría a nadie el paradero del niño.
- ¿Y mi hermana? También estudió con vosotros. Sale en la orla.
- Los tres formábamos esa pandilla. Los tres éramos los favoritos del profesor de Biología avanzada, aunque, por supuesto, Jimena era la más destacada. Eso no le gustaba demasiado a Marina, la verdad…
- ¿Mi hermana envidiando a alguien? No me lo creo – ironizó Eva.
- Marina quería formar parte de un proyecto que preparaba el profesor pero eligió a Jimena.
- ¿Sobre qué iba ese proyecto?
- Sobre flores. Jimena era una experta en flores. Durante el master aprendimos a cultivarlas y a estudiar su evolución genética.
- ¿Cómo se llamaba ese profesor? – se atrevió a preguntar Román.
Ignacio iba a contestar pero, de pronto, sonó el teléfono.
- ¿Diga? – respondió el director. Su rostro reflejó una honda tristeza. Colgó abatido – Era del hospital. Carmen ha entrado en coma.

Corrales entró con sigilo en la habitación del hotel donde vivía con Marta. Estaba oscuro y en silencio. Trató de no hacer ruido para no despertar a la chica. Era muy tarde. Había pasado demasiadas horas en el despacho de la comisaria. De pronto la luz se encendió.
- ¿Ahora llegas?- le dijo Marta desperezándose desde la cama. Era ella quien había encendido la lámpara de la mesa de noche.
- Estaba… trabajando – improvisó.
- ¿Has podido saber algo del bebé?
- He hecho una lista con todos los pediatras de la ciudad. Mañana comenzaremos a preguntar a los que hayan atendido a recién nacidos en los últimos días. Será un trabajo duro pero lo conseguiremos… - dijo mientras se sentaba al pie de la cama.
Marta se acercó a su lado y la abrazó.
- Gracias. Estos días no te estoy tratando muy bien pero es que estoy muy afectada por todo lo que nos está pasando…
Él le devolvió un beso. Y ella reforzó su abrazo.
- Eres el hombre más bueno del mundo. Tengo suerte de tenerte…
Corrales sonrió levemente. Después se levantó para ir al cuarto de baño y su sonrisa se borró al mirarse al espejo.

Libertad guardaba las últimas cosas en el bolso. Como era habitual, era la última que quedaba en la redacción. Aunque hoy, extrañamente, el subdirector permanecía en el despacho. Trató de marcharse sin despedirse pero no lo consiguió. Chiqui Esteban salió del despacho.
- Libertad, ¿ya te vas?
- Sí. Es la una y media de la madrugada. O paro las máquinas o ya no tengo nada que hacer aquí.
- No me gustan tus contestaciones. He leído tu crónica sobre la paliza a Carmen, la redactora de El madrugador. Está pobre de datos y apenas incides en detalles claves. Me decepcionas.
Libertad prefirió no contestar y fue a llamar al ascensor.
- Es una falta de educación dejar a alguien con la palabra en la boca. Y más si es tu jefe. Se puede interpretar como una falta de una subordinada.
-Sinceramente, creo que me parto los cuernos suficientemente en esta redacción como para tener que recibir charletas a las tantas.
-Ten cuidado, Libertad. Con un chasquido de dedos estás en la calle.
-Ten cuidado tú, Chiqui Esteban. Un chasquido de dedos y estás en comisaría declarando como sospechoso por el asesinato de Jimena María Alcollante.
- ¿De qué hablas?
Las puertas del ascensor se abrieron.
- Mañana no me esperes aquí. Vuelvo a El madrugador y con una exclusiva que hará temblar los cimientos del periodismo.
Chiqui Esteban iba a responderle pero las puertas del ascensor se cerraron. Aún así decidió hablar en voz alta.
- Eso es lo que tú te has creído.

Laura llegó a La salamanquesa. Había recibido una llamada de Mauri. Cuando entró en el bar comprobó que el establecimiento había sufrido un profundo cambio. Las cortinas rojas y las paredes de papel de flores habían sido transformadas gracias a una moderna decoración de espacios acristalados y luces azuladas. El camarero le sonrió al verla y le entregó una copa. Ambos brindaron y bebieron un primer sorbo.
- Pfffffaaaa – escupió la chica - ¿Qué es esto?
- Es pacharán.
- No puedo. Soy alérgica.
- Lo siento. No sabía…
- Bueno, y todo este cambio… ¿qué ha pasado?
- No podía trabajar aquí si todo seguía igual. Los recuerdos eran demasiado fuertes. Así que he decidido transformarlo en un nuevo bar más moderno y selecto. Quiero darle glamour y estilo a esta ciudad.
- La Toñi se pondría muy contenta de que retomes el trabajo.
- Diría aquello de… Qué me gusta mi trabajo, cuánto más grande sea el…
- ¿La echas de menos?
- Cada día. Ella ponía salsa de albóndigas en nuestras vidas.
- Sabes una cosa… Deberías hacer una fiesta de inauguración por todo lo alto. E invitar a un montón de periodistas de todos los medios para que te saquen y le hagan publicidad. Convertiremos La salamanquesa en un bareto de referencia. Te ayudaré a organizarla. Invitaremos a todos mis amigos y compañeros.
Mauri agradeció el entusiasmo de Laura con un fuerte abrazo.
- Gracias Laura. Sin ti no sé qué habría hecho con mi vida…
- Te mereces todos los éxitos. Brindemos de nuevo. Pero, por favor, ponme algo que no sea tóxico para mi cuerpo.

Román condujo con su moto por varias calles hasta que alcanzó la casa de Eva. Un camino que había hecho muchas veces. La chica se bajó del vehículo y comenzó a alejarse sin despedirse.
- No veas como te agarras. Tus dedos se me han marcado en la cintura.
La chica respiró profundamente antes de volverse.
- Sabes que siempre me han dado miedo las motos. Lo que debí clavarte eran las uñas.
- Sí, nena, eso me gusta…
- Eres un cerdo repugnante.
- Estaba bromeando. Reconoce que hoy lo hemos pasado bien. Hemos avanzado mucho en la investigación. Sabemos qué ha sido del hijo de Jimena. Aunque no lo podamos publicar, siempre manejamos la mejor información. Deberíamos trabajar juntos.
- No sé, Román… Me lo pensaré, ¿vale?
- Guau. Tengo una oportunidad… Mucho más de lo que tenía ayer… ¿Y si me invitas a tu casa a tomar algo?
- No estoy tan desesperada.
- Tenía que intentarlo, ¿no?
Román le guiñó un ojo a la chica, arrancó con el pie la moto y se alejó con un fuerte eco dejado por el tubo de escape. Eva se quedó mirándole hasta que sonó su teléfono móvil. Era Eduardo. Iba a cogerlo cuando decidió dejarlo sonar. No tenía más ganas de conversaciones. Había sido un día demasiado duro. Su mente daba demasiadas vueltas a todo. Al otro lado, Eduardo esperó sin éxito una contestación. Suspiró resignado. Tenía tantas cosas que decir que no se atrevía. Dejó el teléfono a un lado y miró la foto que tenía delante. Era ella. Eva sonreía en una imagen que le había robado un día en la redacción.

En la comisaría Javier acababa su turno. Guardó el uniforme en la taquilla y se disponía a salir cuando un compañero le saludó.
- Joder y luego dicen que los polis no trabajan – dijo el colega.
- ¿Por qué lo dices?
- Tú saliendo a las tantas cuando no estás de guardia y la comisaria y el nuevo de homicidios acaban de salir del despacho.
- ¿A estas horas?
- Sí. Deben de estar pagando las horas extras a precio de oro porque si no, no me explico.
El agente se alejó y Javier estaba a punto de abandonar la comisaría cuando en su mente se cruzó una idea. Volvió a entrar y caminó decidido por los pasillos. Entró en una de las salas. Un policía dormía profundamente recostado en su sillón. Una decena de monitores en blanco y negro estaban colgados en la pared central.
- Aquí ponen una bomba y ni te enteras, pringado.
El agente se despertó sobresaltado.
- Uy, eh, bueno, he echado una cabezadita.
- Oye, ¿estos monitores controlan todas las habitaciones de la comisaría?
- Sí, claro, son las cámaras de seguridad.
- Pues vete a dar un paseíto que tengo interés por una cosita.
- No me está permitido…
- Hagamos un pacto. Yo no digo que tú te pasas las horas de trabajo roncando y tú no cuentas nada de mi presencia por aquí.
El otro policía asintió resignado y abandonó la sala. Javier tardó algunos minutos en controlar la mesa que dirigía los monitores pero, cuando lo hizo, fue directo a lo que buscaba. Las grabaciones en el despacho de la comisaria le ofrecieron imágenes más impactantes incluso de lo que esperaba. Sonrió complacido.
- Se te acabó el chollo, comisaria.

Ignacio y Natalia miraban con preocupación hacia la cama en la que dormía Carmen. Los médicos les habían dejado entrar tras comprobar que su estado era estable. Ya llevaba varias horas en coma. Nadie en el hospital se atrevía a dar un pronóstico. Sólo el pitido intermitente de la máquina permitía comprobar que seguía viva.
- Es mi mejor amiga – le confesó Natalia.
- Siento mucho todo lo que ha pasado. Si le ocurriera algo, jamás sabríamos qué fue lo que le sucedió.
- Sería horrible – suspiró ella – Carmen no se merece esto.
- Nadie se merece algo así.
Hubo una larga pausa.
- Voy a por agua. ¿Quieres que te traiga algo? – le preguntó Natalia.
- Sí, un café solo. Gracias.
La chica abandonó la sala e Ignacio y Carmen se quedaron solos. El director cogió la mano de la redactora. Estaba fría. Sintió una enorme pena e impotencia. De pronto, notó una presión en su mano. Los ojos de Carmen se abrieron de par en par y el ritmo acompasado de la máquina se aceleró vertiginosamente. Ella se revolvió varias veces y su mirada se fijó de pronto en Ignacio. Habló atropelladamente pero el hombre la entendió a la perfección.
- ¡Fue Natalia! ¡Natalia me intentó matar! ¡Es una asesina! ¡Natalia…!
Una lágrima recorrió el rostro de la joven. Los intermitentes pitidos se cortaron en seco y se convirtieron en un zumbido constante. Carmen ya había cerrado los ojos cuando los médicos entraron y apartaron bruscamente a Ignacio. Gritaban conceptos técnicos que él no entendía. Trataban de reanimarla pero Carmen no respondía a esos intentos. Ignacio salió de la habitación profundamente afectado. No supo cuánto tiempo había transcurrido cuando, a su espalda, oyó un brusco golpe. El café y el agua que traía Natalia en una bandeja se habían caído al suelo. Ella también lloraba tras descubrir a los doctores en su lucha desesperada y aparentemente inútil por salvar la vida de Carmen.

domingo, 20 de abril de 2008

CAPÍTULO XII: EL LLANTO DE UN NIÑO

(En capítulos anteriores: Carmen entró en el edificio del polígono industrial en busca de Ignacio y Natalia pero fue atacada. Es Ignacio quien la encuentra moribunda entre las marismas. La comisaria y Corrales acuerdan con Eva y sus amigos colaborar juntos en la investigación del asesinato de Jimena pero es la subdirectora de La verdad la que encuentra una orla universitaria de la fallecida, que le aporta una clave fundamental. Laura ignora que su padre, el señor Chaflers, conocía a Jimena. El hombre está más preocupado por salvar a su hija, en cuya almohada deja una misteriosa rosa…)

Primero un pitido. Después otro. E inmediatamente otro. El sonido marcaba el ritmo del corazón de Carmen.
- ¿Se pondrá bien? – le preguntó Ignacio al doctor.
- Tiene afectado el pulmón y el hígado. No son daños irreversibles pero los golpes han sido muy fuertes. Habrá que esperar. Las próximas horas son fundamentales.
- ¿Qué le ha podido pasar?
- Hay que aguardar a las pruebas pero por los moratones y las heridas, creo que, simplemente, le han dado una paliza.
El médico se alejó de Ignacio. El director de El madrugador se mordió las uñas nervioso. No tenía claro qué debía hacer. De pronto, detrás de él, apareció Natalia.
- ¡Me acabo de enterar! Díos mío, ¿qué le ha pasado? ¿Se va a morir?
- No sabemos nada, Natalia – le respondió. La chica se abrazó a él desconsolada y él le pasó la mano por el pelo para calmarla.
La comisaria Alejandra apareció al fondo del pasillo acompañada del agente Javier.
- Natalia, he de hablar con la policía. Quédate aquí por si hay alguna novedad. ¿No te importa?
- No, claro que no. Yo cuidaré de Carmen.

Laura llegó al periódico. La noticia de la hospitalización de Carmen había llegado ya a la redacción. Eva estaba muy nerviosa. Colgó el teléfono airada.
- ¿Dónde coño estás? – maldijo tras no obtener la respuesta esperada al otro lado.
- ¿A quién buscas? – le preguntó con curiosidad Laura.
Eva se percató entonces de que su ira era palpable.
- No pasa nada. Estoy buscando a alguien que se resiste a ser encontrada. ¿Sabes si Ignacio volverá por la redacción? ¿Te han dicho algo?
- No lo sé. Por lo visto, Natalia acaba de llamar y ha dicho que le está interrogando la policía.
- Tengo que ir a verle – dijo levantándose y llevándose el bolso al hombro.
- Oye, yo no es por incordiar. Pero, ¿este periódico quién lo hace? Porque aquí la gente con la excusa de las investigaciones y las visitas médicas no hace más que escaquearse.
Eva cogió un montón de papeles acumulados que tenía en la mesa.
- Aquí tienes la maqueta de diez páginas y documentación. Para que veas que confío en tus posibilidades periodísticas –le ordenó la subdirectora. Le dejó los papeles y se marchó.

Marta miraba por la ventana de su habitación. Corrales la esperaba en la mesa.
- Se va a enfriar, Marta. Vente.Te he preparado tu plato favorito.
- ¿Crees que será rubio o moreno?
- ¿Cómo?
- El niño. ¿Sabes? Yo creo que es un niño. Cuando lo encontremos, ¿qué nombre le pondremos?
- Marta, nadie sabe dónde está ese bebé. Ni siquiera sabemos si está vivo.
- Me prometiste que lo encontrarías. Es lo único que me queda de mi familia. ¡Todos se mueren! Mi madre, mi hermana…Pero este niño no. No puede morir… - musitó mientras caía de rodillas llorando.
Corrales se levantó a tranquilizarla pero la chica le rechazó.
- No vas a encontrarle si te quedas todo el día en casa.
- Quiero que estemos juntos para que tú estés bien.
- Si quieres que esté bien, sal fuera y búscale.
El chico dudó por un momento pero, al final, accedió y abandonó la habitación del hotel. Afuera, un agente de policía custodiaba la puerta. Corrales se despidió de él sin ganas, avergonzado porque su conversación había podido ser perfectamente escuchada.

- Les he contado todo lo que sé.
- Así que nos tenemos que creer que usted iba por la carretera cuando casualmente se encuentra con una de sus redactoras medio muerta entre las marismas.
Ignacio hizo caso omiso al comentario de Javier. La comisaria Alejandra había permanecido en silencio durante todo el relato del director de El madrugador. Entonces se dispuso a hablar.
- Cuando me dijeron que me trasladaban a esta ciudad, algunos compañeros me felicitaron. Una localidad pequeña, casa con vistas a la playa, tiempo apacible. Un chollo, me dijeron. Apenas llevo dos meses y tengo ya dos crímenes, un loco suelto, una mujer apaleada que aparece entre las marismas… Y en todo lo que pasa hay algún periodista de por medio.
- Señora comisaria, esta ciudad nunca ha sido fácil, aunque es cierto que, desde que está usted, no paran de suceder cosas – aportó Javier.
- Pero, ¿a ti quién coño te ha preguntado? Anda y vete a traernos dos cafés.
El agente se apartó abrumado y Alejandra e Ignacio se quedaron a solas.
- Yo no tengo nada que ver con lo que le ha pasado a Carmen – se atrevió a resumir el director.
- Le creo. Pero, dígame una cosa. ¿Usted cree que esto tiene relación con las muertes de Jimena y La Toñi?
Ignacio dudó durante un momento y entonces decidió mentir.
- Lo ignoro totalmente.

Eduardo se acercó a Laura. Frente a la pantalla de ordenador, la chica tecleaba frenéticamente.
- ¿Cómo vas? Te he traído las fotos que me pediste. ¡Ah! Y lo que te decía. Que la máquina no da caipirinhas.
- De verdad, no puedo con tantas cosas. Éste es mi quinto artículo. Y me quedan otros ocho.
El fotógrafo la cogió de la mano y la obligó a acompañarle. Cruzaron toda la redacción. Él abrió una puerta y después otra y, finalmente, salieron a la terraza.
- Respira fuerte, Laura – le animó.
La chica le obedeció y sonrió ampliamente mientras el aire fresco le acariciaba la cara.
- Ahora ya puedes volver a trabajar.
- Gracias, Eduardo. Eres muy bueno conmigo.
- Te lo mereces.
Entonces Laura tomó valor y se acercó a él para besarle pero Eduardo se apartó.
- No puedo – se justificó él.
- Lo siento, pensé que… Qué vergüenza.
- No es culpa tuya – se disculpó Eduardo. Parecía que iba a decir algo pero se calló.
- ¿Todavía estás enamorado de Jimena?
- No. A Jimena ya la he olvidado…
- Es Eva, ¿no? He visto como la miras.
- ¿Se me nota?
- Claro. Lo que no sabía es que era tan fuerte.
- Yo soy de los que aman con intensidad. Demasiada, quizás.
- Nunca se ama demasiado, Eduardo. ¿Y se lo has dicho?
- ¿Cómo se lo voy a decir? ¿Para qué? Ella pasa de mí.
- Nunca lo sabrás si no lo intentas. Haz una cosa. Cierra los ojos.
- ¿Para qué?
- Tú hazme caso. Cierra los ojos.
Eduardo cerró los ojos.
- Ahora respira fuerte.
Eduardo respiró fuerte.
- Abre los ojos.
Eduardo abrió los ojos y miró a Laura.
- Ahora, sal ahí fuera y búscala. Díselo.

Ignacio se disponía a abandonar el hospital cuando escuchó un revuelo al fondo del pasillo. Identificó a Libertad que estaba enfrentándose a varias enfermeras que le recriminaban su actitud.
- ¡Aquí no se puede hacer fotos!
- Esto es un país libre. Me acoge el derecho a la libertad de expresión.
El director se acercó.
- Yo me encargo de ella.
Cogió a la redactora por un brazo y la sacó a las escaleras.
- Eres una carroñera.
- Todo lo aprendí en tu periódico. La gente quiere saber qué le ha pasado a Carmen. Y tú me enseñaste a buscar la noticia en el lugar de los hechos.
- Todos los consejos que te pudimos dar tú los has convertido en excusas para hacer basura. No se puede ser periodista y tan mala persona.
- ¿Pero qué sabrás tú de mí? Si no te interesa nada más que tú. Había días en que me extrañaba que saliera el periódico. Eres un flojo y un inútil. Sólo preocupado por tus cosas. Y lo peor es que nadie sabe cuáles son tus cosas. Pero todo el mundo especula. Un hombre tan solo, sin novia, que se marcha de repente de la redacción sin explicar nada…
- ¿En qué te has convertido?
- En la próxima directora de El madrugador.
- No me hagas reír. Aquí no tienes nada que rascar. Así que vete.
- Tengo una carta de Jimena. Una carta que implica a Chiqui Esteban. Quizás a ti no te importe pero los editores se quedarían muy extrañados de saber que su joven y prometedor director no ha publicado una carta que puede hundir a su principal rival mediático. A lo mejor empezarían a cuestionarte y a fijarse en una brillante y talentosa periodista, capaz de dejarse la piel en busca de una exclusiva. Una verdadera periodista.
- ¿Qué dice esa carta? – preguntó Ignacio con voz temblorosa.
- Veo que empezamos a hablar en el mismo idioma.

Alejandra llegó a la comisaría. Se sentó en el sillón de su despacho. Trató de relajar su mente. Encendió la radio y una melodía clásica comenzó a sonar. Se quitó la chaqueta del uniforme y se deshizo de los zapatos. De pronto, la puerta se abrió y se asustó.
- Perdona, pensaba que no había nadie. He visto luz y he venido a apagarla – se disculpó Corrales.
- No pasa nada. Estaba tratando de descansar. Hay veces que estoy más relajada en este despacho que en casa. Una deformación más de este maldito oficio. ¿Y qué haces tan tarde aquí?
- Estaba tratando de buscar alguna pista sobre el bebé. He pedido listas de pediatras para saber cuántos han atendido a un recién nacido en los últimos días pero tengo trabajo para semanas.
- No te preocupes. Seguro que pronto sabremos algo…
- ¿Puede preguntarte algo, comisaria?
- Claro, pero prefiero que me llames Alejandra.
- Cuando Marta te contó todo lo que había sufrido con Alejandro, tú le dijiste que la entendías.
- Dejémoslo en que los hombres no han sido muy buenos conmigo.
- Algunos somos buenos.
- No lo dudo.
Los dos se miraron y permanecieron quietos y en silencio durante varios segundos. Después ambos, al unísono, se abalanzaron el uno sobre el otro.

Natalia dormía en uno de los sofás de la sala de espera del hospital hasta que notó que alguien la zarandeaba violentamente.
- ¿Dónde está, Ignacio? – le gritó Eva.
- Me haces daño. Se ha marchado a casa.
Eva salió corriendo por el pasillo pero Natalia le protestó en voz alta.
- ¡Carmen se mantiene estable! ¡Gracias por tu interés!
La subdirectora la ignoró. Aguardó nerviosa la llegada de un ascensor pero cuando se abrieron las puertas se encontró con una presencia inesperada.
- ¡Román! ¿Por qué me sigues? Después de una bofetada, lo próximo es una patada en los...
- No sabía que estabas aquí. He venido a ver a Carmen.
- ¿También te la has tirado?
- Vives del rencor y eso no es bueno. Resulta que yo la vi hace poco entrando en un sitio extraño. He leído que estuvo varios días desaparecida antes de que Ignacio la encontrara en la marisma. El día que desapareció fue el día que yo la vi entrar en aquel lugar…
- ¿Qué lugar?
- Un edificio en el polígono industrial
Eva se sobrecogió.
- ¿La fábrica de flores?
- Sí. ¿Cómo lo sabes?
- ¿Y qué coño hacías tú allí?
- Pues te va a resultar raro. Alguien me contrató para hacer fotos de la gente que entraba allí. Yo acepté sin saber que la persona que me pagaba era Marina.
- ¿Marina? He estado buscando a mi hermana todo el día. Todo empieza a encajar. ¿Sabes dónde está?
- No he hablado con ella ni la he vuelto a ver desde aquel día.
- ¿Sigues teniendo tu moto?
- Claro.
- Pues por una vez me vas a servir de algo. Llévame a casa de Ignacio.
La moto de Román cruzó la ciudad en unos minutos. Eva se agarró a la cintura del chico y recordó los viajes que ambos habían realizado tantas veces. Aquello fue mucho antes de que se estropeara todo. La moto se detuvo y la periodista recompuso su mente.
- Quédate aquí – le pidió ella.
- Una mierda. Estamos juntos en esto.
El fotógrafo tomó la iniciativa y aprovechó la salida de una vecina para acceder al edificio donde vivía Ignacio. Eva le siguió. Ambos subieron en ascensor, cruzaron un pasillo con varias puertas y se plantaron frente a una blindada de color blanco. Eva llamó al timbre. Escucharon unos pasos y el sonido de la mirilla. Ignacio entreabrió la puerta.
- ¿Qué hacéis aquí?
Román empujó la puerta y los dos entraron en la casa. El director se sobresaltó.
- ¿Qué hacéis? ¿Os habéis vuelto locos?
- Loca me voy a volver entre tantas mentiras. Pero es hora de que empiecen a salir las verdades. ¿Por qué me ocultaste que conocías a Jimena?
- ¿Qué? Yo no… - Ignacio titubeó.
- Lo sé todo. Tengo la orla. Sé que estudiasteis juntos biología. Ambos estabais en la misma clase e hicisteis el mismo master. Salís en las fotos. Y en esa clase estaba también mi hermana Marina. De ella ya no me sorprende de nada. Pero, ¿de ti? De ti no me esperaba esto. ¿Qué tienes que ver con la muerte de Jimena?
- ¿Eres el asesino? – se atrevió a preguntar Román.
De pronto, al fondo del pasillo, un extraño sonido hizo callar a todos. Era el llanto de un niño. Con absoluta tranquilidad, Ignacio abandonó el salón y se metió en una de las habitaciones. Tardó medio minuto y, a su regreso, portaba un bebé entre sus brazos. Eva y Román se miraron atónitos. Ignacio respondió sin necesidad de escuchar la pregunta.
- Se llama Pedrito. Es el hijo de Jimena.

sábado, 19 de abril de 2008


Tras una breve ausencia SOSPECHAS DE UNA NOTICIA volverá este lunes con un intenso y emocionante capítulo cargado de sorpresas. ¿Qué hará Libertad con la carta de Jimena? ¿Logrará sobreponerse Carmen a las heridas que ha sufrido? ¿Qué ha encontrado Eva en la orla de la fallecida? ¿Qué pasará entre Corrales y la comisaria? ¿Dónde está Alejandro? ¿Por qué el señor Chaflers le ha regalado una rosa a su hija? ¿Quién se esconde tras la gran máscara? ¿Qué nueva frase de La Toñi perdudará para siempre? Algunas de estas preguntas serán contestadas en el nuevo capítulo en el que podemos adelantar que habrá sexo, mentiras y la aparición de un nuevo y esperadísimo personaje cuyo nombre empieza por P...

martes, 8 de abril de 2008

CAPÍTULO XI: UNA ROSA EN LA ALMOHADA


(En capítulo anteriores: Libertad ha descubierto una carta de Jimena, oculta en el despacho de Chiqui Esteban. Marina, la hermana de Eva, ha regresado aunque su vuelta ha provocado una ola de sensaciones encontradas. La última cita de la chica es con el señor Chaflers al que le conmina a que se detenga en sus planes pero el hombre se resiste. La subdirectora de El Madrugador tiene otras preocupaciones porque, cuando acude junto a Laura, Eduardo y Mauri, a casa de Jimena es sorprendida por la comisaria Alejandra y Corrales que les apuntan con sus armas. Natalia sigue preocupada por la extraña desaparición de Carmen)

Querido Chiqui: Ahora que miro hacia atrás me doy cuenta de lo mucho que me has ayudado. Y, aunque te parezca doloroso, ha sido precisamente este recuerdo tan amable de tu bondad y tu amor una de las principales razones que me han hecho recapacitar y cambiar de opinión. No me siento una salvadora ni una arrepentida. Sólo alguien que quiere hacer las cosas bien después de haberlas hecho mal. Creo que aún estamos a tiempo. Y, aunque no fuera así, al menos quiero irme con la sensación de haberlo intentado. No me busques estos días. Si todo sale bien, seré yo quien te encuentre y te daré una sorpresa. Te pondrás muy contento. Entonces te cogeré de la mano y como tú hiciste aquella vez te diré que no te preocupes, que todo a partir de ahora va a ir muy bien. Deja de luchar por una rosa y lucha por tenerlas todas. Con todo el cariño que te puedo dar en estas circunstancias, Jimena.
Libertad terminó de leer la carta. La llevó a la fotocopiadora que el subdirector de La verdad tenía en su despacho y luego cerró cuidadosamente el original para colocarlo tras el cuadro del que se había desprendido. Después abandonó sigilosamente la habitación. Se sentó ante su ordenador pero fue incapaz de escribir. En su mente circulaban centenares de preguntas por aquella misiva que Jimena escribió un mes antes de morir.

Eva levantó las manos. Las pistolas de Alejandra y Corrales apuntaban ahora sólo hacia ella.
- Ahora me vais a explicar tranquilamente vosotros cuatro qué hacéis en la casa de una mujer asesinada. Y espero que seais muy convincentes si no queréis dormir esta noche en los calabozos – avisó la comisaria.
- No creo que podamos explicar nada tranquilamente mientras nos sigáis apuntando con esas armas – le respondió Eva.
Corrales bajó la pistola pero Alejandra mantuvo la posición.
- Aquí quien da órdenes soy yo.
- Sólo estamos investigando el crimen de Jimena. Hemos venido a recabar más datos – se apresuró a contestar Laura.
- Son periodistas. Trabajan en El Madrugador conmigo – le aclaró Corrales.
- ¡Mierda de periodistas metomentodos! ¡Os creeís con derecho a entrar en todos sitios! Pues se os va a caer el pelo – se mostró airada Alejandra mientras bajaba el arma. Eva dirigió su mirada al que creía que era el jefe de edición de su periódico.
- ¿Y tú qué tienes que ver con todo esto?
- La verdad es que no soy fotógrafo, Eva. Soy policía, jefe de la unidad central de homicidios. También estoy investigando la muerte de Jimena – respondió Corrales.
- ¡Lo sabía! Tus fotos no tenían técnica ninguna – exclamó Eduardo felizmente.
Corrales le apuntó con su arma pero Alejandra le ordenó bajarla. La comisaria se sentó en una mesa y, con su mirada, ordenó a todos a sentarse alrededor de ella.
- Bueno, veo que todos estamos aquí para lo mismo. Así que lo mejor es que compartamos la información que tenemos con la condición de que nada de lo que diga aquí pueda ser publicado.
Eva extendió su brazo pero cuando estrechó la mano a la comisaria en señal de pacto, la periodista intervino:
- Ahora no diremos nada pero quiero la exclusiva en cuanto se cierre la investigación.
Alejandra asintió resignada. Durante media ahora los dos grupos intercambiaron información. Eva le relató el hallazgo de las flores en casa de Jimena aunque omitió la presencia de Chaflers en la vivienda. También la aparición del extraordinario expediente académico de la chica y el master de biología avanzada. La comisaria aportó sus últimos avances y reveló el parto de la asesinada. Eva y los demás simularon sorpresa ante la policía aunque ya conocían ese dato.
- En la casa todavía deben quedar pistas. ¡Busquemos! – se animó Eva.
La comisaria iba a protestar pero se sintó sobrepasada por la evolución de los acontecimientos.
- De acuerdo pero no quiero que nadie saque nada de esta casa sin mi supervisión. No hace falta que os diga que habéis hecho allanamiento de morada y os puedo meter en la cárcel en menos que canta un gallo.

El edificio del polígono industrial parecía desde el exterior inactivo. Pero dentro los cánticos resonaban con inusual fuerza.
- ¡Hossana! – cantaban todos los asistentes cubiertos con capucha.
La música retumbaba entre las paredes y el eco de los aplausos acompasados movía las llamas de los dos grandes cirios que custodiaban el trono principal. Entonces el hombre con la máscara de grandes dimensiones salió tras la cortina, se situó frente al atril y se dirigió a los presentes.
- Las noventa rosas ya están cortadas. ¿Las queréis? – exclamó.
- ¡¡¡Sí!!! – respondieron al unísono.
- El gran día está más cerca. Queda muy poco. ¿Estáis preparados?
- ¡¡¡Sí!!!
- Es hora de empezar de nuevo
La música subió de volumen y todos cantaron con gran intensidad. Natalia lloraba de emoción entre el público aunque sus lágrimas estaban ocultas por la capucha. Ahora más que nunca estaba convencida de la importancia de su decisión.

Mientras en casa de Jimena todos buscaban datos cruciales que pudieran dar pistas sobre la investigación, Marta permanecía sentada junto a la ventana. Mauri se le acercó.
- ¿En qué piensas? – curioseó el camarero.
- Pienso en ese bebé. En mi sobrino. Y en lo rara que es la vida. No lo conozco de nada, no lo he visto nunca, pero le quiero.
- La Toñi también decía eso. No hace falta verlo, para meterlo.
- ¿Cómo?
Alejandra y Corrales revisaban juntos unas carpetas que el policía había encontrado en una cajonera. La comisaria trataba de alzar su cabeza por encima del hombro del chico para comprobar el contenido de los papeles. Sus intentos eran casi inútiles. Se acercó tanto que cuando Corrales giró la cabeza levemente, sus labios y los de Alejandra quedaron a escasos milímetros. Pasaron unos segundos que a la comisaria le parecieron eternos. Fue él quien se movió primero.
- ¿Querías ver algo? – dijo Corrales para romper el incómodo silencio.
- Pues… sí… eeeh… ¿Qué son esos papeles?
- Son facturas. Ropa, algún mueble… Nada importante, en principio…
Alejandra se separó prudencialmente y, sin intercambiar palabra, cogió un puñado de documentos y se puso a revisarlos sin levantar la mirada. Laura, mientras, estaba en la cocina. Eduardo entró.
- ¿Quieres algo? – se interesó la chica – Estaba preparándome…
- Qué va. Yo no bebo tan temprano…
- Me estaba haciendo una menta poleo.
- Tampoco, gracias.
- Me he cansado de buscar. La verdad me da un poco de apuro registrarle a una mujer muerta todas sus cosas. Cuando mi madre murió, no me atreví a tocar nada. Ni siquiera su armario. Y eso que tenía unas blusas monísimas…
- Murió de cáncer, ¿no?
Laura no respondió y sus ojos se nublaron. Eduardo reaccionó rápido.
- Lo siento, no quería importunarte. Soy un metepatas.
- No pasa nada. Lo que ocurre es que nunca he hablado de mi madre con nadie. Eres el primero que me pregunta.
- Lo leí en un reportaje sobre tu padre en El madrugador.
- Sí, una de esas entrevistas pagadas para hacer publicidad. Él lo pasó muy mal. Antes éramos una familia pero desde que mi madre se fue, él se volcó en su trabajo, como si alejarse de mí le sirviera para olvidar más rápido. Le echo mucho de menos.
- ¿Le conoces realmente? – preguntó intigrado Eduardo.
- Es un hombre bueno, incapaz de hacer mal.
Eduardo iba a insistir pero se dio cuenta de que si seguía hablando podría acabar desvelándose que el señor Chaflers había estado en esa misma casa pocos días antes. Ajena a todas las miradas, Eva proseguía su rastreo en el dormitorio de Jimena. Revisó los lugares más habituales pero pensó que la chica podría haber sido más rebuscada. Tuvo en cuenta que llevaba meses ocultando su embarazo. También quizás escondía algo entre esas paredes. Revisó el ropero, probó suerte tras las cuadros, giró la mesa de noche pero no fue hasta que se agachó bajo la cama cuando vio un libro entre el colchón y el somier. Lo retiró con cuidado. Era una orla universitaria. Buscó rápidamente entre el profesorado pero no había ningún maestro de Biología avanzada. Luego revisó los alumnos. Un suspiro salió de su boca y después inmediatamente llegó otro. Su corazó latió tan rápidamente que tuvo que respirar profundamente antes de decidir qué iba a hacer. Ocultó el libro entre sus ropas, salió del dormitorio, buscó una excusa rápida y abandonó la casa. Se dirigió con urgencia a la redacción de El madrugador. Aparcó como pudo e iba a entrar en el edificio cuando una voz familiar le detuvo.
- ¡Eva!
- ¿Román? ¿Qué haces aquí?
- Quería hablar contigo. He visto a tu hermana…
- De verdad, Román, que ahora no puedo ni quiero hablar contigo…
- Sé que me odias y me lo merezco…
- Estoy muy ocupada – se excusó amagando con irse.
- El regreso de Marina me ha hecho pensar en nosotros, en todo lo que vivimos. No sabes lo que todavía despiertas en mí...
- Mira, Román. Si lo que me estás intentando es convencer de que te contratemos en el periódico, no lo vas a conseguir. Lo pensé mucho pero mi hermana me ha refrescado la memoria…
- No busco trabajo. Te busco a ti.
- Tienes frases solemnes más bonitas. Estás perdiendo fuelle.
- ¿Qué tengo que hacer para convencerte de que no he podido olvidarte?
- Inventar una máquina del tiempo. Retroceder al día en que te metiste en mi cama con mi hermana y a mí se me ocurrió salir antes del trabajo para darte una sorpresa. Volver al día en que me hiciste sentir como una auténtica mierda, al día en que todavía me podía creer todo eso que me dices ahora. Regresar a ese día con tu máquina del tiempo y borrarlo todo. ¿Puedes hacerlo?
- No puedo borrar lo que hice pero puedo hacer que lo borre tu memoria con nuevos recuerdos – le susurró mientras la cogía por la cintura y aproximaba su boca hacia la de ella. El momento fue roto por una sonora bofetada.
- Ni se te ocurra volver a tocarme, ¿vale?
- Sé que aún me quieres. Estás temblando.
- Tengo demasiadas cosas importantes que hacer hoy como para perder un minuto más de mi vida contigo – le dijo alejándose.
- Tratas de autoconvencerte de que no pero yo sé que sí – gritó para ganar a la distancia con ella - ¡¡¡¡Yo sé que me amas!!!! – insistió. Un hombre que pasaba a su lado le miró extrañado.

Ignacio conducía de regreso a la ciudad. La carretera dejaba a un lado la playa y al otro un campo seco entre marismas. Venía escuchando la radio cuando la vio a lo lejos. Se movía torpemente entre los charcos rodeados de matojos amarillentos por el intenso sol. Paró en seco. Se bajó del coche y se acercó a ella con precaución. No fue hasta tenerla a escasos metros cuando la reconoció.
- ¿Carmen? ¿Qué haces aquí?
La chica parecía herida. Tenía la cara ensangrentada, numerosas magulladoras, las ropas llenas de agujeros y andaba con enorme dificultad. Ignacio corrió a abrazarla antes de que se desplomara.
- ¿Qué te han hecho?
Carmen le miró con una leve separación entre los párpados. Antes de cerrarlos del todo, le preguntó.
- ¿Quién eres?

El día de búsqueda de documentos en la vivienda de Jimena había terminado. Cada uno se fue a su casa. Anacleto abrió la puerta a Laura. Ella se duchó, se puso un pijama y se acostó. Era medianoche cuando su padre entró a oscuras en la habitación.
- ¡Laura! ¡Laura! – la llamó a media voz con un suave zarandeo para despertarla.
- ¡Papá! ¿Qué ocurre?
- Es muy importante, hija.
Encendió la luz y la chica vio al señor Chaflers portando una llamativa flor.
- Tienes que prometerme una cosa. Llevarás siempre contigo esta rosa a partir de ahora. Puedes cortarle parte del tallo y meterla en el bolso, o llevarla en la mano pero es importante que no te separes nunca de ella. ¡Nunca! Prométemelo.
- Pero, ¿para qué?
- No te puedo decir nada pero me lo tienes que prometer.
- Esto es muy raro…
- Es muy importante.
- Vale, te lo prometo.
- También me tienes que prometer que llevarás siempre el móvil encendido para que yo te encuentre fácilmente.
- Te lo prometo.
- Gracias, Laura. Te juro que algún día te lo explicaré todo – El señor Chaflers dejó la rosa en la almohada y, con una suave caricia, recostó la cabeza de su hija junto a la flor.
- Me voy a pinchar con las espinas - le alertó ella.
- Todavía no – y entonces apartó la rosa a la mesa de noche.

miércoles, 2 de abril de 2008

CAPÍTULO X: LAS TRES CITAS

(En capítulos anteriores. Eduardo y Eva dan a conocer a Mauri y Laura el embarazo de Jimena y la extraña insistencia de la chica asesinada en llevar siempre consigo una rosa. No obstante, ocultan a Laura que su padre, el señor Chaflers, conocía a la muerta. Corrales se ofrece a colaborar como experto en homicidios con la comisaria tras desvelarle él y Marta que huyen del maltratador Alejandro. Román concluye su trabajo pero la identidad de la persona que le contrató le altera. Eva, mientras, recibe la visita de Marina, su hermana, la verdadera razón de su odio hacia Román)

Eva no permitió que Marina entrara en su casa. Dejó a sus invitados en el salón y salió al descansillo para evitar que su conversación fuera escuchada.
- La última vez que hablamos te dejé muy claro que no quería volver a verte. Que no me buscaras ni vinieras aquí otra vez pasara lo que pasara.
- Pensé que el tiempo te haría olvidar. Pero veo que me equivoqué.
- Te has equivocado demasiadas veces conmigo, ¿no te parece?
- No, Eva. Te conozco demasiado bien y creéme. No suelo fallar contigo.
- Sinceramente, Marina, tú y tu cinismo de veinte duros os podéis marchar bastante lejos. Si te queda algo de decencia, que lo dudo, vete de mi casa.
- He vuelto a la ciudad por un asunto muy importante, Eva. Mucho más que algunos episodios del pasado que te hayan podido marcar…
- No quiero ensuciar mi boca con insultos pero estás muy cerca…
- Algo muy malo puede pasar pronto – le interrumpió en un susurro que sonó lleno de misterio - Sé que estás investigando el crimen de Jimena. Ten mucho cuidado porque podrías salir dañada.
- ¿Qué sabes tú de eso?
- Sólo he venido para advertirte de que te alejes. Sé que te he hecho daño. Incluso entiendo tu odio hacia mí. En cierto modo, lo he buscado. Pero no te puedes quejar. La vida te ha ido muy bien. Estás exactamente donde quieres. Mírame a mí. Sigo pagando los pecados del pasado. Y he vuelto para redimirlos.
Los tacones de Marina avanzaron lentamente por el pasillo. El rítmico sonido retumbó en los oídos de su hermana. Eva volvió a entrar en la casa. Sus invitados se quedaron mirándola. Sus ojos parecían perdidos, como si le embargara una profunda tristeza. Pero en seguida se recompuso.
- ¿Qué quería? – se atrevió a preguntar Eduardo.
- Volver a joderme la vida. Pero no. Esta vez no lo va a conseguir.

Ignacio entró apresuradamente en la redacción de El madrugador. Intentó pasar desparcibido al cruzar las mesas pero no logró evitar que le abordaran antes de llegar a su despacho. Era Natalia.
- ¡Ignacio! Menos mal que vienes. ¿Dónde está todo el mundo?
- ¿Me vas a pedir tú explicaciones a mí? – respondió groseramente.
- Lo siento, no quería importunarte – se disculpó avergonzada la chica. Su respuesta provocó la reacción del director.
- Discúlpame, estoy algo estresado. Tengo muchos líos en la cabeza.
- Estoy preocupada por Carmen. No ha venido ni ayer ni hoy y tiene pendientes varios reportajes. La estoy llamando y no contesta. Podrá ser muchas cosas pero siempre es muy responsable con su trabajo. ¿Te ha llamado a ti? ¿Sabes si le le ha pasado algo?
- La verdad es que estos días no he estado muy centrado. ¿Has hablado con Eva? A lo mejor ella sabe algo.
- Es que tampoco está mucho tiempo por aquí…
Ignacio miró alrededor y comprobó las ausencias.
- No te angusties. Seguro que no es nada – le dijo finalmente con una media sonrisa antes de girarse y entrar en el despacho. Los ánimos del director no tranquilizaron a Natalia.

Corrales y Alejandra revisaban concienzudamente la documentación que la comisaria había traído hasta la habitación donde el chico vivía con Marta. La hermana de Jimena veía la televisión, ajena a las conversaciones de los dos policías. Un agente controlaba la puerta desde el exterior.
- Creo que habéis investigado poco su estancia en la ciudad. Es decir, ¿por qué alguien que estudió biología se instala aquí y empieza a trabajar en un periódico local? – concluyó Corrales.
- Bueno, ya hemos interrogado a sus compañeros de La verdad. Apenas la conocían. Y el que más contacto tenía con ella, Chiqui Esteban, apenas ha aportado datos de interés. Hacía meses que no la veía. Sólo contactaba con ella a través de los artículos que enviaba.
- ¿Y habéis estudiado esos artículos?
- Sí, los más recientes. Eran asuntos locales. No hemos encontrado ningún dato de interés ni ninguna pista que nos pudiera llevar a pensar que se sintiera en peligro.
- Por la conversación que tuvo con Marta y por su forma de actuar en los últimos meses, quizá ocultaba algo…
- Bueno, hay un dato que todavía no te he comentado. Jimena, según la autopsia, había dado a luz sólo cuatro días antes de su muerte…
Marta dejó de ver la televisión y se levantó del sillón sobresaltada.
- ¿Qué? ¡Díos mío! Soy tía. Pero, ¿dónde está ese niño?
- Hemos buscado al bebé pero no sabemos nada. No sabemos si iba con él el día de su muerte y el asesino se lo quitó o si está en otro lugar. No sabemos si está vivo o muerto…
- ¡Hay que encontrarlo! ¡Tenéis que encontrarlo! – gritó Marta desesperada mientras Corrales intentaba tranquilizarla con susurros y caricias - ¿No lo entendéis? ¡Es la única familia que me queda!
- Lo buscaremos. Todavía hay muchos sitios que pueden guardar secretos de Jimena – sentenció Corrales.

Román movía nervioso la cucharilla de su café. Era el cuarto que pedía mientras aguardaba en el bar. Tenía entre sus manos el papel que le entregó el hombre que le había contratado para las fotos del polígono.
- Quiero verte. Es importante –releyó.
No le hizo falta ver la firma para reconocer la letra. Todavía conservaba otro mensaje similar que apareció junto a su almohada vacía aquella noche al despertar. De aquello ya había transcurrido mucho tiempo. Y ahora ella regresaba. La vio entre las cristaleras del bar y su corazón latió casi al ritmo que marcaban sus zapatos.
- Román. Encantada de verte de nuevo.
- Marina. Estás tan guapa como entonces.
- Me encantaría poder decirte lo mismo.
- Sabes que me cambiaste la vida. Que por tu culpa…
- Por nuestra culpa. No lo olvides nunca.
- Jugaste conmigo. Tardé tiempo en entenderlo pero sé que me utilizaste para vengarte de tu hermana. ¿Sabe ella que has vuelto?
- Sí y no es que se alegre precisamente.
- ¿A qué has venido?
- Necesito que me ayudes.
- Creo que ya te he hecho unas fotos muy interesantes, ¿no? ¿Me podrías explicar qué interés tienen las imágenes de gente entrando en una fábrica?
- Esas fotos me son muy útiles para unos cálculos que estoy haciendo. Pero todavía no puedo contarte nada de eso. Voy a intentar hacer algo bueno para todos.
- No está mal innovar de vez en cuando.
- Nunca pude con tu sarcasmo.
- Ya ves.
- Te estoy hablando muy en serio. No sé si lo conseguiré pero necesito que, si todo sale mal, protejas a mi hermana. ¿Todavía la quieres?
- No sé cómo tienes valor de preguntarme eso después de lo que vivimos…
- ¿Y a mí? ¿Todavía me quieres?
Román no respondió.
- Me da igual. Si no lo haces por ella, hazlo por mí. O viceversa. Sólo necesito saber que cuando llegue el momento estarás a su lado – le dijo la chica con seriedad.
- Nunca pude con tus misterios.
Marina sonrió levemente y se alejó del fotógrafo. Román miró al camarero y reclamó otro café.

Mauri preparaba unos cócteles en la cocina de Eva mientras la dueña de la casa, Eduardo y Laura seguían analizando la documentación recabada en el domicilio de Jimena. Eran los papeles que Eva había robado en la última visita a la vivienda de la fallecida. Laura soltó la magdalena que acababa de mojar y dio un respingo en la silla. Su repentino movimiento llamó la atención de sus compañeros de investigación.
- ¡Esto es un expediente académico! ¡Y no estudió periodismo!
- Ya es que para trabajar en un periódico no te piden ni el DNI – se lamentó Eduardo.
- A ver trae aquí – Eva le arrebató el papel a Laura y resumió su contenido en voz alta – Por lo visto estudió en la Facultad de Biología y parece ser que no se le daba nada mal. Todo matrícula de honor. ¡Qué pedazo de expediente!
- Eso lo cantaba la Toñi en las fiestas de fin de curso. Que me pongo muy caliente, con tu pedazo de expediente – aportó Mauri desde la cocina. Los demás le ignoraron.
- Pues muy mal tuvo que acabar la pobre de pasar a esas notas a trabajar en un periodicucho para ganar cuatro perras y media – opinó Eduardo.
- Aquí dice que hizo un master en biología avanzada pero... ¡Mierda! Se acaba la página y no da más detalles. ¿Está la continuación por ahí? – se interesó Eva. Laura hizo un repaso rápido a la documentación repartida por la mesa y negó con la cabeza - Sería muy interesante saber cuál fue su promoción y ver quién fue el tutor de su master para preguntarle. El resto del expediente debe de haberse quedado en la casa. Eso me pasa por coger papeles al tuntún…
- ¿No estarás pensando en volver a casa de Jimena? Ya nos arriesgamos bastante, ¿no te parece?
- Si no hay riesgo, no hay noticia. Laura, Mauri. Coged vuestras cosas. Nos vamos.

Libertad puso el punto y final a su décima crónica. Le quedaban otras cuatro antes de acabar su jornada laboral. De nuevo acabaría de madrugada. El subdirector, Chiqui Esteban, le había dejado además un mayor número de encargos para el día siguiente antes de marcharse precipitadamente de la redacción para una reunión. Entre ellos, llamar a los redactores y fotógrafos de La verdad para encargarles los temas del día siguiente. Pero ahora Libertad no encontraba la lista con las previsiones. La buscó entre la montaña de papeles que había acumulado y no la encontró. Sabía que si no cumplía esa tarea recibiría la enésima bronca así que se atrevió a entrar al despacho del subdirector para rescatarla de su ordenador. Estaba encendido. Cerró la puerta para no ser vista. Iba a consultar los documentos recientes cuando se sentó en el sillón. Entonces sintió la comodidad de aquel asiento de piel. Se apoyó sobre el respado y disfrutó de la grandiosidad de aquella habitación llena de premios y fotografías con autoridades. Cerró los ojos y soñó con ser la verdadera dueña de aquel momento. No se dio cuenta en su ensoñación de que el sillón de ruedas se desplazaba hacia atrás hasta que golpeó bruscamente contra la pared. Abrió los ojos avergonzada y comprobó que tras las persianas plastificadas nadie la había visto. Iba a volver al ordenador cuando descubrió un sobre en el suelo. Estaba justo debajo de un gran diploma enmarcado y entendió que el choque con la pared lo había despegado del cuadro colgado. Lo recogió del suelo. Su boca lanzó un suspiro de asombro al comprobar el remite. Era una carta de Jimena.

Los cuatro improvisados investigadores llegaron a casa de Jimena. Eva sacó una horquilla del bolso y Eduardo tardó escaso tiempo en abrir la puerta. La subdirectora fue la primera en entrar. Le siguieron el fotógrafo, Mauri y Laura. Eva se fue directa al cajón del que creía haber extraído el expediente académico de la fallecida. Laura revisaba alguna estantenría al otro lado del salón, cuando sintió en la sien el frío de una pistola. Al girarse comprobó que Mauri y Eduardo también estaban siendo encañonados. Ajena a las novedades, Eva estaba vueltas de espaldas hasta que una voz la sorprendió.
- No se te ocurra moverte.
La comisaria Alejandra le apuntaba con un arma. Corrales hacía lo mismo con sus compañeros. Al fondo, Marta observaba la escena aterrada.

El viento soplaba de levante y allí, en el muelle, todavía más con más fuerza. El pelo le golpeaba con fuerza en la cara. Aquella era su tercerca cita prevista en el día. Marina caminó por el dique apartándose el cabello con un mano. Le vio al fondo del cantil, justo cuando empezaba el mar.
- Aquí empezó todo, ¿no? – le recordó el hombre sin ni siquiera darse la vuelta, como si la hubiera escuchado llegar a pesar del enorme ruido que provocaba el viento.
- Sí. Pero entonces no estábamos solos.
El señor Chaflers se giró y miró a la chica. Marina tragó saliva pero se esforzó en disimular su desasosiego.
- No voy a permitir que lo hagas – aseveró ella en un tono que sonó a promesa.
- Lo siento. Llegas demasiado tarde.