sábado, 12 de julio de 2008

ÚLTIMO CAPÍTULO: LA ROSA DE TU VIDA


Trató de carraspear suavemente aunque de su boca salió una tos brusca, casi grosera. A su público no le importó. Sonrió felizmente al escuchar el inicio de la música. Movió la bata de cola sobre el reducido escenario y se llevó una ovación sólo con la acompasada coreografía de sus brazos.
- Como una ola, tu amor llegó a mi vida. Como una ola, de fuerza desmedida, de espuma blanca y rumor de caracola…
El aplausó casi enmudeció la voz de La Toñi. Estaba siendo una de sus mejores actuaciones. Una lágrima resbaló por la mejilla de Jimena. La silla que estaba a su lado acababa de ser ocupada.
- ¿Qué es eso tan importante que tienes que decirme? – le preguntó Chiqui.
Ella le miró con los ojos humedecidos.
- Estoy embarazada. Voy a tener un hijo tuyo.
El hombre abrió la boca entre sorprendido. En seguida sonrió ilusionado.
- Es la mejor noticia que me han dado nunca.
Trató de besar a la chica pero ella se resistió.
- No lo entiendes. Este niño lo cambia todo.
- ¿Por qué?
- Porque yo ya no quiero vivir en un mundo inventado por nosotros. Mi mundo nuevo lo trae este niño. He hablado con Chaflers. Está de acuerdo conmigo. No permitiremos la explosión.
- Algunos no lo admitirán. Tratarán de llegar hasta el final.
- He decidido llamarle Pedro, como mi padre.
- ¿Yo no puedo opinar?
- No hay un nombre más bonito que ese – respondió ella con rotundidad.
- Es nombre de buena persona… - asintió con resignación.
- ¿Y si no les convencéis? ¿Y si ellos quieren llegar hasta el final a pesar de todo?
- Soy científica. Hallaremos la medida para conseguirlo… - Jimena se acarició su incipiente barriga y cerró los ojos para dejarse llevar por la música de la Toñi.
- Como una ola, se fue tu amor, como una olaaaaaa…

Pedrito lloraba en el sofá donde Marta le había dejado. El hambre le había hecho olvidarse del dolor de la espina clavada. Su llanto se interrumpió de golpe. Un movimiento en la casa le hizo abrir los ojos sorprendido. Un suave balbuceo salió de sus labios.

Eva sostenía la rosa entre sus manos, la única flor salvadora. Frente a ella Eduardo y Román aguardaban alguna decisión. La chica pensó rápidamente. Tenía entre sus manos la vida de una persona. Salvar a uno, condenar a otro. Hubo un silencio, sólo fueron varios segundos pero parecieron eternos. La angustia se palpaba. Una gota de sudor recorrió la frente de la periodista. Entonces decidió hablar. Entreabrió sus labios pero, cuando iba a comunciar su decisión, alguien se le adelantó. Fue casi tan rápido que ella ni siquiera pudo ver el ágil movimiento de Eduardo, que se lanzó hacia delante y le arrancó la flor de la mano. Alejandra se llevó las manos a la boca asustada. Román no daba crédito. Eduardo había atrapado la flor y parecía dispuesto a pincharse con sus espinas pero no fue así. En otro rápido movimiento, dirigió la rosa hacia atrás, se situó junto a Román y la clavó con fuerza en el brazo del fotógrafo. Román gritó dolorido pero no tardó en darse cuenta de la grandeza del gesto de Eduardo. Pero aquel acto de valentía y entrega no le reconfortó.
- ¿Por qué lo has hecho?
- Tienes más motivos por los que luchar que yo.
Eva se quedó en silencio pensativa.
- ¡Eduardo!
- Yo ya he tenido muchas oportunidades y las he desaprovechado. Sólo tenéis que prometerme que seréis felices.
La chica se abrazó a él llorando. Alejandra también observaba la escena emocionada mientras Román no podía evitar sentirse mal, a pesar de que sabía que había salvado su vida. Laura, aunque en la misma estancia, era completamente ajena a la escena. Trataba de mantener despierto a su padre, quien se desangraba por momentos.
- Padre. No me dejes…
- Laura… - musitó con un hilo de voz.
- Estoy sola en el mundo. Si te vas, no tendré a nadie…
- El niño…
- ¿Qué dice, papá?
- La uña…
- No entiendo lo que dices.
La comisaria se giró hacia padre e hija y se arrodilló ante ellos.
- Creo que ha dicho la uña. ¿Qué es lo que nos quieres decir? ¿Hay alguna manera de parar la explosión?
- Sí.
- ¡Dios mío! ¿Y por qué no lo ha dicho antes? – protestó Román.
- ¡Deja a mi padre! ¿Vale? Papá, ¿cómo podemos parar la explosión?
- El niño de Jimena tiene un mecanismo bajo la uña del dedo gordo del pie derecho. Si lo presionáis, se pararán las fábricas de gas y no habrá explosión.
- Pero, ¿por qué no lo dijo antes? Apenas quedan quince minutos… - se lamentó Eva.
- Yo sólo quiero lo mejor para mi hija… Laura, sé muy feliz. Prométemelo…
- No, papá, no te mueras – rogó amargamente la chica.
Pero el señor Chaflers ya no contestó. Sus ojos se habían cerrado. Laura se abrazó a Eva y las dos lloraron juntas.
- No hay tiempo – resolvió la comisaria – debemos correr hacia donde esté el hijo de Jimena.
- Puede estar en cualquier sitio. Marta y Corrales lo llevaron a casa de Ignacio pero, a esta hora, pueden haberse ido muy lejos – concluyó Eduardo.
- Debemos, al menos, intentarlo. Hay que agotar todas las posibilidades. ¡Corramos! – Román empujó a todos a salir del mausoleo. Dentro quedaron los cadáveres de Chaflers y Javier. Cogieron el coche en el que habían llegado y cruzaron rápidamente la ciudad. Román conducía. Como copiloto viajaba Alejandra. En el asiento de atrás, Laura veía pasar la noche a toda velocidad. Eva estaba en medio. Eduardo tenía la mirada perdida hasta que la chica le cogió de la mano. Él le sonrió y ella le dio un beso en la mejilla. Román les vio por el espejo retrovisor.
- ¡Ahí es!
- Sólo quedan cinco minutos.
Los cinco se bajaron del coche. Acababan de llegar al edificio donde vivía Ignacio. Entraron precipitadamente y sólo cuando estaban junto a la puerta de la vivienda se pararon.
- Hay que tener cuidado. No sabemos lo que puede haber dentro – alertó Eduardo.
Lo que encontraron dentro, cuando Román rompió la puerta, fue desolador. Toda la sala estaba cubierta de plumas llenas de sangre. Entendieron que había habido un tiroteo. Además de reventar el sofá, había acabado con la vida de Corrales y Marta, que yacían en el suelo.
- ¿Están muertos? – preguntó en un susurro Eva.
Alejandra se agachó a comprobar sus pulsos.
- Sí. Creo que se han disparado mutuamente.
- ¡El niño! Está ahí – exclamó Román.
Pedrito tenía los ojos cerrados. Seguía tumbado en el mismo sillón. De esa forma, parecía también muerto.
- ¡Lo han matado también! – se horrorizó Laura.
- Creo que respira.
Alejandra, Eva, Laura y Román se adelantaron para comprobar el estado del bebé. Sólo Eduardo se quedó rezagado. Quedaban pocos minutos para la explosión pero había algo en aquella habitación que no le cuadraba. Eva se giró al comprobar que el fotógrafo no se movía.
- ¡Eduardo! Hay que apretarle el dedo gordo al niño. ¡Ven con nosotros!
- Hay algo que va mal. ¿No os dais cuenta? Falta alguien.
- ¿Quién falta? – preguntó Alejandra.
No hizo falta contestar. Detrás del sofá donde estaba Pedrito se levantó Alejandro. Sangraba por la cabeza y el estómago. Tenía la mirada perdida, la tez absolutamente blanca. Los cuatro más adelantados saltaron hacia atrás por el miedo. Alejandro portaba un arma que movía sin sentido a un lado y otro de la habitación. Parecía que hablaba pero sólo emitía un incomprensible balbuceo. Entonces Pedrito comenzó a llorar de nuevo. El sonido del bebé asustó a Alejandro y su dedo se movió casi automáticamente en el gatillo. Todo ocurrió muy rápido. En ese momento, el arma apuntaba a Eva. La bala salió disparada. La periodista cerró los ojos, sin poder reaccionar. Creyó que iba a morir pero, de pronto, sintió un fuerte empujó que la tiró al suelo. Cuando abrió los ojos, vio como Alejandra se sacaba el arma y disparaba a la cara de Alejandro varias veces. A su lado, también en el suelo, estaba Eduardo. Él era quien la había empujado. Su acción le había salvado la vida. La bala que iba para ella ahora le había abierto una herida en el pecho a él. No se movía.
- ¡Eduardo! ¡No! ¡no! ¡Por favor! – lloró Eva tratando de despertarle con un brusco zarandeo.
Román se abrazó a ella y trató de tranquilizarla.
- Es un héroe, Eva. Ha saltado para ponerse entre la bala y tú. Te ha salvado la vida.
Él también lloraba. También lo hacía Alejandra. Sólo Laura acertó a levantarse de su escondite, se acercó a Pedrito y lo cogió en brazos. El niño se sorprendió del movimiento y abrió los ojos extrañado. Entonces Laura le estiró la pierna derecha y apretó con decisión el dedo gordo de su pie derecho, tal y como le había explicado su padre. No ocurrió nada. Todos se miraron entre sí. Hubo un largo silencio. Esperaron algunos minutos sin moverse.
- Lo hemos conseguido. Ha pasado el tiempo – susurró Laura con la vista fijada en el horizonte que veía a través de la ventana.
- Debemos irnos – sugirió Alejandra – Hay que poner orden a todo esto.
Román ayudó a Eva a incorporarse. A la joven le costó separarse de Eduardo. Le dio un beso en la mejilla y le apretó con fuerza la mano que todavía le agarraba. Laura, con Pedrito en brazos, la comisaria, Román y Eva pasaron por encima de los cadáveres y se dispusieron a abandonar la estancia. Estaban a punto de cruzar el umbral cuando Eva se volvió decidida. Se acercó al cuerpo de Alejandro. Tenía la cara destrozada por el impacto de las últimas balas. Sintió asco pero resistió.
- ¡Estás muerto!
Y entonces Alejandro abrió los ojos y una de sus manos agarró la pierna de Eva. La chica se movió asustada pero logró desprenderse rápidamente de uno de sus zapatos. Entonces actuó con decisión. Comenzó a clavarle el tacón tantas veces como pudo. La mano de Alejandro se soltó pero ella siguió golpeando con violencia.
- ¡Ya está! ¡Se acabó! – le susurró al oído Román.
Ella se recompuso el vestido de licra. Se echó los rizos hacia atrás y, junto a sus amigos, abandonó la casa de Ignacio…

ALGUNOS DÍAS DESPUÉS…

Era de un rojo intenso. Los pétalos resistían al viento. Eva recogió una piedra de entre la hierba y la dejó caer sobre el tallo cuando depositó la rosa sobre la tumba de Eduardo. Sonrió levemente a modo de despedida. Y luego avanzó lentamente hacia la salida del cementerio. Román le esperaba en la puerta, junto al coche. Su teléfono vibró en el bolso. Era Laura.
- ¿Cómo ha ido eso? – preguntó la chica.
- Ha sido todo muy sencillo, como a él le habría gustado. ¿Y el entierro de tu padre? – se interesó Eva.
- Muy grandioso, como a él le hubiese gustado.
- ¿Y Pedrito? ¿Cómo está?
- Bien. Ahora mismo le voy a dar de comer. Mañana tengo que ir a lo del abogado. Lo de la custodia va a ser más difícil de lo que pensaba pero me ha dicho que no habrá problema. Ahora soy su única familia.
- Somos. No te olvides.
- Serás una gran madre.
- No lo dudo. Además Pedrito es de los míos. No veas lo contento que se pone cada vez que saco la botella de Bayleys para desayunar.
- Eres única, Laura. Oye, ¿y cuando reabres La salamanquesa?
- Creo que el mes que viene. No quiero prisas en mi vida. Pero ya he pensado en decorar todas las paredes con grandes fotos de La Toñi en sus grandes momentos de actuación. Haré casting a nuevas cantantes pero ninguna como ella…
- Claro que no.
- ¿Y tú? ¿Qué vas a hacer con lo tuyo?
Eva levantó la vista. Ya estaba cerca de Román y se detuvo.
- He tomado una decisión. Ya te contaré.
- Un beso, guapa.
La periodista siguió avanzando y su móvil volvió a vibrar. Era un mensaje. Cuando terminó de leerlo, ya estaba junto al fotógrafo.
- Es Alejandra. Dice que está muy contenta en Huelva y nos invita a pasarnos por allí cuando queramos. También nos felicita por el reportaje. Nos vaticina grandes premios.
- El mérito es todo tuyo. Ha sido un perfecto resumen de todo lo que nos ha ocurrido. ¿Nos vamos? Tengo ganas de llegar a casa.
- Román, quería decirte una cosa… He pensado mucho y creo que…
- Que no vas a irte a casa conmigo.
- Supongo que lo entiendes.
- Supongo que sí.
- Tuvimos una oportunidad. Y nos fue mal. Volver a intentarlo no tendría sentido, aunque las circunstancias hayan cambiado mucho.
- Sólo dime una cosa. Si Eduardo no hubiese cogido la rosa…
- Eso da igual. No puedo con los subjuntivos…
- No puedo competir con ese recuerdo.
- Lamentablemente si esto era una competición, aquí hemos perdido todos.
- Quiero que seas muy feliz.
- Te deseo lo mismo.
Eva comenzó a andar. Antes de alejarse definitivamente, se detuvo en seco y se giró. El viento le retiró los rizos de la cara.
- ¿Sabes?
Román levantó una ceja esperando la respuesta.
- Siempre tuve sospechas de que esta noticia cambiaría nuestras vidas.





lunes, 23 de junio de 2008

PENÚLTIMO EPISODIO: LA DECISIÓN MÁS DIFÍCIL


(En capítulos anteriores: Marta y Corrales regresan a casa de Ignacio para a recuperar las flores que había en la caja enviada por Jimena. Allí Alejandro, que no ha fallecido del todo, despierta para dar un último tiro que mata a la chica. También Corrales sufre el impacto de una bala. Sólo Pedrito ha sobrevivido al tiroteo. En la azotea de la fábrica de flores, Carmen se descubre como la asesina de Jimena y La Toñi, mientras que el señor Chaflers admite haber matado a Marina. El hombre lo hizo por salvar a su hija y Carmen lo hizo por su amor a Ignacio. Pero cuando descubre que el hombre al que idolatra ha muerto aprieta el botón que activa las bombas de las fábricas de gas…)

- ¿Qué has hecho, Carmen? Acabas de condenar a toda la humanidad.
El señor Chaflers se llevaba las manos a la cabeza. Todos los que llenaban la azotea de la fábrica de flores miraban a la chica asustados.
- Todo me da igual ya. Nada tiene sentido si no está Ignacio – lloró Carmen desconsolada.
- Hay muchas cosas en la vida aparte de un hombre, el cual, por cierto, según tengo entendido, pasaba bastante de ti – le dijo Alejandra sin concesiones.
- Él me amaba pero todavía no se había dado cuenta.
- Mataste al amor de mi vida. A la madre de mi hijo – le acompañó en lágrimas Chiqui – Por cierto, ¿dónde está mi hijo? Se supone que lo iba a cuidar Ignacio.
- Marta y Corrales se lo han llevado a casa de Ignacio. Querían recuperar las dos flores que le envió Jimena – respondió Eduardo.
- Sólo ellos sobrevivirán si no nos damos prisa. Hemos de encontrar esas flores verdaderas – sentenció Javier y se dirigió en tono amenazante hacia el señor Chaflers - ¿Dónde están?
- ¡No os lo diré! ¡No sois dignos de vivir en un mundo nuevo!
Javier intentó golpearle pero Laura se puso por delante.
- A mi padre ni lo toques – entonces se volvió hacia su progenitor – Papá, hemos de encontrar esas flores. Entiéndelo. Si no, moriremos todos.
- A veces es mejor un sacrificio a tiempo…
Entonces se oyó un golpe fuerte y seco. Eva, que lo había visto todo, se tapó los ojos con las manos y se abrazó horrorizada a Román, que estaba a su lado. Carmen acaba de lanzarse al suelo desde la azotea. Algunos se asomaron y comprobaron que la chica yacía inerte junto a la verja de la fábrica.
- ¡Qué horror! – se lamentó Eva entre solllozos.
- Tranquila, tranquila – la consoló Román.
El señor Chaflers aprovechó la confusión creada por el sucidio de Carmen para intentar huir por las escaleras. Arrastró de la mano a su hija pero Javier les sorprendió.
- Detente. Tú no vas a ningún sitio.
Laura lanzó una patada certera que redujo al policía. Su padre y ella huyeron rápidamente por las escaleras sin mirar atrás. En la azotea comenzó una lluvia de puñetazos y golpes indiscriminados. La lucha sin cuartel llegó hasta Natalia y Libertad.
- ¡Eres una guarra! No me quitarás esta exclusiva – se encaró Natalia.
- Eso es lo que tú te crees. Esta noticia es mía. Tengo declaraciones en primicia de la comisaria – le dijo Libertad mientras le propinaba un puñetazo en la cara.
- Pero si ésa no pinta nada aquí. Yo firmaré esta noticia. Que para eso llevo tanto tiempo metida en una secta… Lo mío es periodismo de investigación – le respondió tirándole del pelo.
- Lo tuyo es basura – contestó mientras añadía a sus palabras un rodillazo.
- ¡Pero no os dais cuenta de que si no encontramos las flores, moriremos todos! – trató de calmarlas la comisaria. Su éxito fue nulo. Ambas chicas continuaron peleando hasta llegar a una de las cornisas mientras sorteaban los numerosos grupúsculos que luchaban entre ellos. Eva, Román y Eduardo trataban de zafarse de los miembros de la secta que se lanzaban sobre ellos. Eva se sacó un tacón y se lo clavó en la espalda a uno que intentó matar a Eduardo con un cuchillo. Román esquivó el lanzamiento de varios ladrillos que había en la azotea y los devolvió con mejor puntería, lo que eliminó a varios de sus agresores. La intensidad de las peleas iba en aumento. Alejandra sacó su pistola y dio varios disparos al aire pero perdió el arma cuando Chiqui Esteban se abalanzó sobre ella totalmente poseído. Cayeron al suelo.
- ¡Hay que encontrar esas flores! – gritaba mientras apretaba el cuello de la comisaria con las dos manos. Alejandra se removía dolorida pero, poco a poco, fue perdiendo el aire y la fuerza. Cerró los ojos. Cuando estaba a punto de desfallecer, sintió que el peso de Chiqui Esteban sobre su cuerpo desaparecía. Al abrir los ojos comprobó que había sido Eduardo el que había salido en su defensa. Ahora ambos hombres se revolcaban sobre el suelo intentnado zafarse el uno del otro.
- ¡Cacho perra! – Natalia se acaba de recuperar de los golpes recibidos y lanzó un fuerte puñetezo al estómago de Libertad. La periodista se revolvió. Natalia aprovechó para empujarla y Libertad quedó al borde de la azotea - ¡Esta exclusiva te va a costar la vida, reportera de pacotilla! – le gritó mientras ponía todas sus fuerzas en empujar a Libertad azotea abajo.
- Si yo caigo, te vienes conmigo, inmunda.
- Inmundas son tus informaciones…
- ¡Basura!
Román saltó lo más alto que pudo y, en el aire, estiró una sus piernas para acabar con dos miembros de la secta que trataban de matarle con dos objetos punzantes. La fuerza de la patada les hizo caer azotea abajo. Eva se giró velozmente y clavó de nuevo su tacón contra una desconocida que le había cogido del pelo y trataba de lanzarla por una de las cornisas. Cuando se recuperó, observó que Chiqui Esteban tenía atrapado a Eduardo y estaba a punto de golpearle con un ladrillo en la cabeza.
- ¡Noooo! – el grito de Eva hizo reaccionar a Román, que se apresuró por coger otro de los ladrillos para lanzarlo contra Chiqui. Eva recuperó su tacón y también lo tiró con similares intenciones. Pero no hizo falta. Alejandra había recuperado su pistola y disparó contra el hombre que justo antes la había intentado matar. Chiqui cayó al suelo. Eduardo se incorporó asustado. Sentía que su vida había estado a punto de concluir. Román, Alejandra, Eva y él se miraron. Apenas había ya nadie en pie sobre la azotea.
- Tenemos que salir de aquí – decidió Román.
Los cuatro abandonaron la azotea sorteando algunos cuerpos que yacían sobre el cemento.

El señor Chaflers tiraba de su hija hacia el coche. Ella no dejaba de mirar atrás.
- Laura, debes correr más. No hay tiempo.
- Pero no puedo dejar allí a mis amigos…
- Has visto a mucha gente caer desde el edificio. Quizás ya están muertos…
- ¡No! ¡Mira allí está Eva! – Laura logró identificar a la periodista entre un grupo de cuatro personas que estaba saliendo del edificio - ¡Aquí! ¡Venid por aquí!
- ¡Dios mío! Es Laura. Nos está llamando – alertó Eva forzando la vista. Había comenzado a amanecer y la débil luz le permitió reconocer a su amiga. De pronto, tropezó con algo. Era uno de los muchos cadáveres que se había desplomado desde la azotea. Volvió a lanzar a un grito de horror - ¡Oh! ¡Es Libertad! ¡Y Natalia! – sollozó mientras se tapaba la cara con las manos.
- No mires. Y corramos – propuso Eduardo.
Los cuatro avanzaron rápidamente hasta el coche del señor Chaflers. El padre de Laura se puso al volante con su hija como copiloto. Los otros cuatro se acomodaron como pudieron en la parte de atrás. Alejandra quedó junto a una de las ventanillas y Eva se sentó entre Eduardo y Román. La chica se cogió de las manos de los dos. Eduardo le devolvió el gesto con un fuerte apretón. Román miraba desde la ventanilla mientras el coche avanzaba ya fuera del polígono industrial. En las calles había familias enteras paseando, ignorantes del trágico final que se avecinaba. Aquellas escenas de inocente tranquilidad le sobrecogieron. Una pregunta de Eva le devolvió a la realidad.
- ¿Dónde vamos?
- Tenemos que encontrar las flores para que todos nos pinchemos con sus espinas. Sólo así nos salvaremos – respondió el señor Chaflers.
La comisaria vio un cartel que informaba de la proximidad del cementerio.
- ¿Dónde están las flores?
- Las guardé en el mausoleo familiar. Antes estaban en casa de Jimena. Ella misma las cultivó en su invernadero. Me las llevé antes de que alguien las robara. Allí las sustituí por otras falsas, que son las que tenía preparadas la secta.
- ¿Cuánto tiempo tenemos antes de la explosión? – se interesó Eduardo.
- Creo que poco más de una hora.
- ¿Qué pasará cuando exploten todas las fábricas? – preguntó Román.
- Todos moriremos. Sólo sobrevivirán los que se hayan pinchado con la flor. Cada uno tiene que pincharse con una flor distinta. Laura, yo te di una. ¿Dónde la pusiste?
- Creo que la metí en una mochila que me dejé olvidada en un bar – respondió avergonzada - ¿Y tú, Eva? Tu hermana te entregó una antes de morir.
- La metí en el bolso verde. Pero no me pegaba con mi vestido de licra y lo dejé en casa.
- ¡Aquí estamos!
El coche entró en el cementerio. El señor Chaflers detuvo el vehículo, todos se apresuraron para bajar y corrieron siguiendo al padre de Laura. El mausoleo familiar era fácilmente identificable. Destacaba por su grandiosidad. La rojiza luz del amanecer resaltaba el brillo del mármol y la belleza de las imágenes esculpidas. El sol rebotaba en las rejas de metal que el hombre se apresuró a abrir. Todos entraron velozmente. Cruzaron un largo pasillo y finalmente llegaron a una sala abovedada con varios nichos. En el principal, descansaba la madre de Laura.
- Todo lo he hecho por ti – se confesó Chaflers ante la lápida.
- Papá. ¿Dónde están las flores?
Entonces, para sorpresa de todos, el señor Chaflers empujó la placa de mármol con el nombre de su esposa y aparecieron varias decenas de flores en perfecto estado.
- Ordené cambiar el ataúd de tu madre para guardar las flores aquí – se justificó mirando a Laura sin que nadie le preguntara - Fue una especie de homenaje. Cogió el conjunto de flores y lo sacó del nicho. Entonces extrajo una rosa y se acercó a su hija. Ella extendió un brazo y su padre le pinchó con una de las espinas. Laura repitió el gesto con su padre. Después hizo lo mismo con Eva y Alejandra. Las tres mujeres y Chaflers estaban ya salvados. Los fotógrafos esperaban a la entrada de la sala. El señor Chaflers se aproximó a ellos pero cuando iba a extender sus brazos se oyó una voz al fondo que les hizo girarse a todos.
- Deja esas flores en el suelo ahora mismo – Javier acaba de entrar en el mausoleo. Apuntaba al grupo con su arma reglamentaria.
- ¡Javier! ¡Nos has seguido! ¿No crees que ya has hecho demasiado daño? – se encaró la comisaria con él.
- ¿Y tú qué sabes de hacer daño? No sois merecedores de vivir en el nuevo mundo. Arpías de la prensa, acosadores fotográficos, infieles redomados, mujeres frustradas, adictas al alcohol… ¿Es ese el mundo por el que llevo tanto tiempo luchando? Por supuesto que no. ¡No lo permitiré!
- ¿Por qué haces esto, Javier? Tú yo nos conocemos. Siempre me ayudaste en mi trabajo. ¿Por qué quieres matarnos ahora? - le preguntó Eva en tono conciliador.
- No lo entiendes. He estado disimulando todo este tiempo. Mi misión era comprobar que ni la policía ni la prensa sabían nada de lo que estábamos preparando. Por eso me metí en el cuerpo y por eso me enrollé contigo. Ahora es el turno de vuestra muerte.
- Si nos matas, te quedarás tú solo en este mundo – le advirtió el señor Chaflers – Tu padre no querría esto.
- No hables de mi padre…
- Tu padre era una buena persona por encima de todo – le respondió Chaflers.
- Mi padre era indigno. Yo quiero un mundo donde los hombres sean hombres y las mujeres, mujeres. ¡Por eso me metí en la secta! Para luchar por un mundo acorde con la naturaleza. ¡No hables de mi padre que me da vergüenza hasta de recordarle! Mejor ahora que está muerto. Recibió lo que se merecía…
- ¡Tu padre era la Toñi! – concluyó Laura.
Javier se puso nervioso y dirigió la pistola contra ella.
- La Toñi era mi amiga y era una pedazo de artista que quitaba las tapaeras del sentío, cantando por la Jurado. Pero, sobre todo, era una amiga por las que había que quitarse el sombrero. Si fuera mi padre, yo estaría orgullosísima de él…
- ¿Tú qué sabes de la vida? Si ahogas tu dignidad cada día en una copa…
- No le hables así a mi amiga… - le reprochó Eva.
- Habló la cornuda de España. Y encima todavía tiene la poco vergüenza de juntarse con el hortera del chándal que le engañó con su propia hermana.
- Oye, que es de felpa de la buena – se defendió Román.
- Basura. Eso es lo que sois todos… El mundo nuevo que se va a crear no va a contar con vosotros. Sois excrementos de la sociedad. ¡Pon las flores en el suelo!

El señor Chaflers dejó la rosa bajo la lápida de su esposa , que estaba semiabierta, y se apartó a un lado, junto al resto, por orden de Javi. El hombre se acercó a las flores y tomó una, con la que se pinchó en el brazo.
- ¡Ya está! Ya puedo mataros a todos.
Entonces la comisaria sacó el arma que guardaba en el cinturón a su espalda y, de un rápido movimiento, apuntó y disparó contra Javi. La bala le impactó en el estómago pero a él le dio tiempo a apretar el gatillo dos veces. La primera de sus balas chocó contra la lápida de la madre de Laura. El mármol se tambaleó y acabó cayendo justo donde estaba el conjunto de flores, que quedó completamente aplastado, oculto bajo la piedra. La segunda se dirigó violentamente contra el pecho del señor Chaflers. Los dos heridos se retorcieron en el suelo durante unos segundos y, en seguida, se pararon en seco. Javier había muerto pero al señor Chaflers le quedaba un débil hilo de voz. Laura se agachó desconsolada junto al cuerpo de su padre.
- ¡No te mueras, papá! ¡No te mueras!
- ¡Hija…!
Román y Eduardo miraron el reloj. Si el tiempo que Chaflers les había dicho era correcto, apenas quedaba media hora para la explosión. Alejadnra fue la primera en buscar las flores.
- Han quedado todas aplastadas bajo la lápida.
Los dos fotógrafos y la comisaria intentaron levantar el mármol pero no se movió ni un solo milímetro. Se miraron entre ellos. Sus esperanzas de sobrevivir se esfumaban.
- ¡Un momento! ¡Aquí hay algo! – fue Eva la que había lanzado aquella exclamación mientras examinaba la tumba de la madre de Laura. Se puso de puntillas para alargar el brazo lo máximo posible y así poder recoger lo que había avistado desde fuera. Román y Eduardo se acercaron. Cuando Eva se giró llevaba una rosa en la mano. Los dos hombres la miraban. Ella miró a ambos y sus ojos se humedecieron.
- Sólo hay una.
Hubo un silencio. Lo rompió Román.
- Debes elegir.
Eduardo asintió con la cabeza.
- Sí, debes elegir.
Eva bajó la cabeza para observar la rosa que tenía entre sus manos. Una flor y dos hombres frente a ella.

lunes, 16 de junio de 2008

CAPÍTULO XXI: EL NOMBRE DE LOS ASESINOS

(En capítulos anteriores: Eduardo y Marta leen la carta de Jimena y descubren que las empresas gas de Chaflers están preparadas para dispersar un gas letal del que sólo sobrevivirán los que se pinchen con las rosas. Marta, Corrales y Pedrito optan por recuperar las rosas que Ignacio guardaba en su casa. Eduardo, en cambio, decide ir a salvar a sus amigos a la fábrica de flores, donde el grupo se ha salvado del incendio pero acaba rodeado por los sectarios en la azotea. Allí Laura descubre que Mauri es el portador de la gran máscara. Chiqui Esteban le apuñala ante todos y pide auxilio a la que llama líder de la secta…)


Hacía frío. De ese frío que parece romper la piel. Laura iba enfundada en un largo abrigo negro de tela. Llevaba leotardos, unos guantes y un gorro de lana del mismo color. Su padre la cogía de la mano, casi arrastrándola por el césped del cementerio. Hacía frío. Y ese frío le congelaba las lágrimas.
- ¿Dónde está mamá? – balbuceó.
El señor Chaflers se detuvo bruscamente, se agachó y se situó ante ella.
- Ya te lo he dicho, Laurita. Mamá se ha ido para siempre.
- ¿Y cómo se llama el que se la ha llevado? – pregunto casi en protesta.
- Cáncer.
- ¿Y por qué el señor Cáncer se ha llevado a mamá?
El padre abrazó a su hija, la subió a sus espaldas y aceleró el paso para alcanzar la comitiva fúnebre. Fue un entierro sencillo y muy breve. El señor Chaflers pidió a Anacleto que vigilara a la niña y se acercó hasta un joven desconocido que había seguido la ceremonia desde lejos.
- ¿Quién es usted y qué quiere?
- Me llamo Mauricio. Usted no me conoce pero yo sí a usted. Sé lo que le ha pasado y lo lamento. Es injusto que ocurran estas cosas y que además no se encuentre al culpable.
- ¿Sabe usted quién mató a mi esposa?
- Lamentándolo mucho, no. Tengo fuentes en la policía y dudo mucho de que los encuentren. Dicen que son bandas internacionales…
- A mi esposa la mantuvieron atada durante cuatro horas y después la dejaron desangrarse… Y encima tengo que agradecer que mi hija estuviera en un campamento y no le tocara también a ella. Pero, ¿en qué clase de mundo vivimos?
- Por eso quiero hablar con usted. Estoy capacitado para decirle que existe un mundo nuevo. Y juntos podemos crearlo. Un mundo donde no tenga que preocuparse por la seguridad de su hija.
- Sólo tiene 12 años. Le he tenido que decir que su madre ha muerto de cáncer… ¿Cómo puedo ayudarle a crear ese mundo nuevo?

Laura corrió a agacharse junto a Mauri. El camarero se desangraba vertiginosamente pero todavía tuvo fuerzas para hablar. Ella le cogía la cara con las manos para tratar de tranquilizarle.
- Sólo quería un mundo nuevo para vivir tranquilos. Para que no pasara nunca más lo que le pasó a tu madre - le confesó en un hilo de voz el dueño del bar.
- ¿Puedes curar el cáncer?
- No, podía haber creado un mundo sin criminales…
Laura miró a su padre, quien lloraba desconsoladamente.
- A tu madre la mató una banda de ladrones. La retuvieron en casa y la mataron. No pude resistir ese dolor, el remordimiento de no haber estado allí para salvarla. Y me dejé convencer por esas ideas de Mauri de darte un mundo sin maldad. Pero Jimena me hizo ver que la solución no era matar a toda la humanidad. Nosotros no debemos elegir a los buenos…
- Jimena era una egoísta. Sólo ella y yo teníamos las claves de la transformación genética de las flores antídoto. Cuando se quedó embarazada, cambió de opinión. Decía que no quería que su hijo viviera en un mundo ficticio… Fue una traidora…
- ¿Por eso la mataste?

Jimena salió de una de las aulas de la Facultad de Biología. Marina e Ignacio le esperaban.
- No me veo. Cada vez me gustan menos las clases – protestó a sus amigos.
- Yo tampoco. Me arrepiento de no haberme matriculado en Periodismo. Todo porque mis padres me decían que soy un hombre ciencias.
- Lo importante es pasarlo bien en la vida. Hay que aprovechar al máximo donde estamos y disfrutarlo. ¿Por qué no nos apuntamos a algún cursillo este verano? – sugirió Marina.
- Puede ser una buena idea… - aceptó Jimena.
En ese momento otra estudiante chocó bruscamente con Ignacio. Los libros de ella cayeron al suelo y el joven le ayudó a recogerlos.
- Lo siento, ¿te has hecho daño?
- No, qué va. Me llamo Carmen. Soy compañera tuya de clase de matemáticas. Me siento justo detrás de ti...
- Encantado.
Ignacio siguió caminando sin hacerle demasiado caso. Sus dos amigas habían continuando andando sin esperarle. Una secretaria de la facultad interrumpió la conversación entras las chicas.
- Disculpa. ¿Eres Jimena María Alcollante?
- Sí, soy yo.
- La llaman por teléfono. Dice que es su hermana.
- ¿Marta?
Jimena fue a secretaría. Ignacio y Marina la acompañaron. Su preocupación aumentó cuando su amiga regresó hacia ellos envuelta en lágrimas.
- Mi madre ha fallecido esta noche. Mi hermana dice que se ha muerto de pena por mi culpa, por haberme ido de casa.

Marta y Corrales llegaron a casa de Ignacio. La joven llevaba a Pedrito en brazos. La vivienda aparecía revuelta, tal y como la habían dejado después de los incidentes. El policía encendió la luz y se asustó al ver al cuerpo inerte de Alejandro que yacía en el suelo.
- ¿Seguro que está muerto?
- Yo misma lo rematé – respondió Marta dándole varias patadas al cadáver para certificar su muerte – Lo que debemos buscar son las flores.
Pedrito se revolvió entre los brazos de su tía y comenzó a llorar. Marta decidió dejarlo en un sillón para iniciar la búsqueda sin obstáculos. Continuamente pasaba por encima del cuerpo de Alejandro. Después de varios minutos, comenzó a pensar que encontrar esas rosas no iba ser la tarea tan sencilla que esperaba.

En el cantil del muelle, Mauri esperaba a los miembros de la secta que había ido reclutando en los últimos años. Allí estaban el señor Chaflers, Jimena, Javier, Chiqui Esteban y Natalia, entre otra treintena de personas. Marina fue la última en llegar. Jimena se sorprendió al verla.
- ¡Marina! Tú también aquí… Qué de tiempo. No nos veíamos desde la facultad…
- Yo también conocí a Mauri entonces. Que tú fueras la única que terminaras el master, no te da la exclusiva…
- No sabía que tú habías sufrido una desgracia. Todos los que estamos aquí…
- Sí, todos los que estáis buscáis un mundo mejor. Partir de cero. Yo también, ¿sabes? Pero no lo busco para mí. Lo busco para mi hermana Eva. Le he hecho mucho daño y quiero que ella disfrute de esta nueva oportunidad…
- Eres muy generosa. Es bonito…
Mauri arengó a los reunidos y explicó los plazos de su plan. En apenas un año las fábricas de gas del señor Chaflers estarían listas para dispersar el veneno. La plantación de flores había comenzado. Sólo Jimena y él sabía dónde estaban las rosas y su método de utilización. Natalia tomaba notas al final de la reunión.
- Esto es un bombazo informativo – le susurró a Chiqui Esteban – ganaremos todos los premios del mundo. Dejaré de ser la invisible de mi periódico.
Pero Chiqui no le hacía caso. Sólo miraba fijamente a Jimena…

Laura lloraba de rodillas frente a Mauri, que perdía fuerzas por momentos.
- Yo no maté a Jimena. Yo la quería. La quería igual que quería al resto de los 40 que íbamos a empezar de nuevo.
- Pero, ¿y si no fuiste tú? ¿quién fue? ¿Y quién mató a la Toñi?
- ¿Y a mi hermana? ¿Quién mató a Marina? – exigió Eva indignada.
El señor Chaflers dio un paso al frente.

El viento soplaba de levante y allí, en el muelle, todavía más con más fuerza. El pelo le golpeaba con fuerza en la cara. Aquella era su tercera cita prevista en el día. Marina caminó por el dique apartándose el cabello con una mano. Le vio al fondo del cantil, justo cuando empezaba el mar.
- Aquí empezó todo, ¿no? – le recordó el hombre sin ni siquiera darse la vuelta, como si la hubiera escuchado llegar a pesar del enorme ruido que provocaba el viento.

- Sí. Pero entonces no estábamos solos.El señor Chaflers se giró y miró a la chica. Marina tragó saliva pero se esforzó en disimular su desasosiego.

- No voy a permitir que lo hagas – aseveró ella en un tono que sonó a promesa.

- Lo siento. Llegas demasiado tarde.
- ¿Por qué quieres detenerlo todo? Tú eres el que has puesto todo el dinero.
- Jimena estaba de acuerdo conmigo.
- Lo sé y lo ha pagado con su vida.
- ¿Tú sabes quién la mató?
- No, ni me importa. Jimena pensó que era libre pero desde que plantó esas flores asumió una serie de obligaciones con todos nosotros. Yo quiero darle una nueva vida a mi hermana. Y no te permitiré que lo detengas. Sé que habéis escondido las flores reales. Me lo confesó Jimena antes de morir. ¿Dónde están las rosas verdaderas?
- Nunca lo sabrás.
- Mataré a tu hija si no me lo dices.
- No puedes hacerlo. Es una de las elegidas.
- Hace mucho tiempo que me dan igual los elegidos…
- No te atreverás a ponerle una mano encima a mi hija.
- No sabes de lo que soy capaz…
Marina se alejó. El eco de los tacones resonó en el atardecer de aquel muelle.

En la azotea de la fábrica de flores, la confesión del señor Chaflers sobrecogió a muchos.
- ¡Mataste a mi hermana! – rompió a llorar Eva.
- Tú, no, papá…. Eres un asesino…
- Me dijo que te iba a matar. Así que acudí a la fiesta del bar y le clavé el cuchillo. Pensé que así la policía vincularía los crímenes. Sólo lo hice por salvarte la vida, Laura.
- Usted se cree que la policía es tonta. Pero yo tenía muy claro que esas muertes estaban causadas por distintos criminales – aseguró la comisaria.
- Por favor. No tenías ni idea de nada. O si no… dime, ¿y quién mató a a Jimena y a la Toñi? – le retó Javier.
- Fue… ¡Ésa! La de la capucha. Que se descubra y veremos la cara de la asesina – aventuró Alejandra.
La chica que estaba junto a Chiqui Esteban se descubrió el rostro.
- ¡Natalia! – exclamó Eva.
- ¡Y parecía una mosquita muerta! – se indignó Libertad.
- Yo no soy una asesina – se defendió ella – Nunca he matado a nadie.
- Eso tendrás que demostrarlo, bonita – avisó la comisaria.
- Ella es la líder de nuestra secta – protestaron algunos miembros de la secta bajo sus capuchas – Ella debe guiarnos hasta las flores.
- Yo os guiaré. ¡Seguidme! – exclamó Natalia intentando escabullirse de la azotea. Fue entonces cuando oyó el disparo. La puntería del tirador remató a Mauri. Laura se abrazó a su padre mientras los demás trataban de encontrar un escondrijo. Eva izó la cabeza para descubrir quién disparaba…

Jimena entró en La Salamanquesa. Había muchísima clientela. Quería hablar con Mauri, decirle que se iba, que nada de lo que le dijera le haría dar marcha atrás. Quería contarle que el señor Chaflers no quería explotar sus fábricas y que el padre de su hijo era Chiqui Esteban, quien también estaba de su lado en la decisión de dar marcha atrás en sus intenciones de crear un mundo nuevo. Pero el camarero estaba tan atareado que sólo le mandó un saludo desde lejos.
- Tienes toa la cara de una magdalena.
- ¡Toñi! No sabías que tenías actuación.
- Sí. Ya he cantado Yo soy esa, en la versión que se la pone a to el mundo tiesa.
- Ésa es muy bonita. Toñi. He de irme. Dile a Mauri que he intentado a hablar con él pero que me ha sido imposible. Mañana emprendo un viaje y quería despedirme de él. Dile que me llame.
- Se lo diré, guapa.
Jimena le dio un beso y se despidió. La Toñi iba a entrar en su camerino cuando de la barra vio levantarse a una joven que siguió el camino de Jimena. Le extrañó la rapidez con la que trató de abandonar el bar.
- Otra que se van sin pagar – pensó. Pero justo cuando cruzaba la puerta se le abrió el abrigo y un enorme cuchillo se asomó de uno de sus bolsillos interiores. La Toñi se estremeció y ambas cruzaron miradas de recelo. La cantante supo que algo horrible iba a ocurrir pero los ojos de aquella chica la dejaron inmóvil.
Jimena comenzó a andar y no tardó en darse cuenta que la seguían. Corrió durante un largo tiempo hasta que se rindió. Supo que iba morir al verle los ojos. Aunque no le dio tiempo a pensar demasiado. Estaba tan cansada de correr, que cuando cayó sobre el suelo mojado de aquel portal, casi se dio por vencida. Le miró a la cara antes de que le clavara el cuchillo. Se estremeció, aunque fingió templanza. Se mantuvo así hasta que pudo. Lo peor es que su asesina tampoco dejó de mirarla a los ojos en ningún momento.
- No me quitarás a mi hombre – le susurró Carmen a una Jimena que ya entonces estaba muerta. Días después Carmen regresó a La Salamanquesa, tras descubrir que La Toñi, a la que había mirado fijamente antes de salir del bar, sabía de su existencia y podría identificarla ante la policía o la prensa.

- ¡Es Carmen! – gritó Eva.
- Por supuesto que soy yo.
- Pero, ¡tú estabas en coma! - se extrañó Chiqui.
- El señor Chaflers y tú me intentastéis matar. Me sorprendistéis en la fábrica de flores cuando urdiais vuestro plan para boicotear las intenciones de la secta. Pero yo soy más lista que todos vosotros. He aguantado mucho para llegar aquí. Lo que no sabéis es que esa Natalia no es ni mucho menos una líder. ¡Es una falsa! Es una periodista que sólo trata de llevarse la exclusiva para La verdad.
Algunos miembros de la secta reaccionaron son gritos broncos y comentarios confusos. Libertad se quedó boquiabierta. Carmen continuó su proclama.
- Venga, díselo, Natalia. Me lo confesó el otro día mientras se creía que yo seguía en coma. Y ahora que he salido también he descubierto que las flores que creéis que os salvarán no están aquí. Las guardaron Jimena y Chaflers antes que ella muriera. Se lo escuché decir a Chaflers por teléfono a Chiqui. Eso fue antes de que matara a su mayordomo.
- ¡Por eso Chaflers entró en el invernadero de Jimena! ¡Para hacer el cambiazo! - concluyó Eva.
- Y Chiqui Esteban lo sabía todo menos el paradero de las verdaderas rosas... -añadió Carmen.
Los encapuchados, completamente rotos de ira, aislaron en un circulo a Natalia, Chiqui, Chaflers y a Laura, quien se agarró a su padre a toda costa.
- ¡Dónde están las flores! - exigieron.
- Las flores no harán falta si nadie aprieta el botón rojo...
- ¿Esto es lo que buscas? - Carmen llevaba un detonador con un enorme pulsador colorado - Tengo entendido que si lo aprieto se activarán las bombas y estallarán en dos horas.
- Pero, ¿tú cómo sabes tantas cosas? - se indignó Chiqui.
- Cuando me descubriste en la fábrica de flores, me hice la desmayada. Entonces estabas reunido con Chaflers. Así supe de todos vuestros planes y de su traición a la secta. Al mismo tiempo me di cuenta que eso que buscáis es lo que yo siempre he querido. Un mundo nuevo donde empezar de cero con Ignacio...
- ¿Todo esto es por Ignacio? - le preguntó Eva.
- Desde que le conocí un día en el autobús no he dejado de pensar en él. Me matriculé en Biología para estar con él. Estudié Periodismo para estar con él. Entré en El madrugador para estar con él. Mi vida es él. Todos los días me apostaba en la puerta de su casa para verle. El día que descubrí que Jimena le había entregado a su hijo no se lo perdoné. Pensé que el niño era de Ignacio y decidí matarla. Yo llevo compartiendo mi vida con él todos estos años. Y estoy a punto de ver cumplido mi sueño. Un mundo nuevo sólo para nosotros dos.
- Ignacio ha muerto - Eduardo acababa de entrar en la azotea de la fábrica de flores. El anuncio provocó un silencio.
- Eso no puede ser - dudó Carmen.
- Le ha disparado Alejandro. Acabo de venir del hospital. Ha muerto. Has hecho todo esto por nada.
Carmen no lloró. Sólo miró al horizonte y pulsó el botón rojo. Chaflers lanzó un grito de horror.

En casa de Ignacio, Marta rebuscaba en uno de los últimos cajones que quedaban por ver. Corrales seguía centrado en la cocina. Tras revisar todas las alacenas se sintió ridículo al descubrir, encima de la nevera, una enorme caja de cartón. La cogió y descubrió en su interior dos flores. Sonrió pero enseguida se le heló el gesto. Marta dejó de oir a Corrales rastreando y supuso que el chico había completado la búsqueda.
- ¿Has encontrado algo? - le preguntó ella.
Corrales apareció con la caja en el salón. Marta le apuntaba ya con su pistola.
- Lo traías pensado desde el hospital, ¿no? Sabías que sólo había dos flores. ¿Por qué no me mataste antes?
- Cuatro ojos buscan mejor que dos. Lo siento, Corrales. Pero tengo que salvarnos a mi sobrino y a mí. Ya no puedo volver a depender de un hombre.
- ¿Me vas a matar por una rosa?
- Es una cuestión de supervivencia. Ya me has demostrado de sobra que no mereces mi confianza. No quiero dispararte. Sólo dame esas flores.
- Si me pinchara, ya no serviría para vosotros.
- He sido rápida en aprender a manejar la pistola. No te daré tiempo si quiera a intentarlo. Dame la caja.
Corrales dudó mientras Marta quitaba el seguro al arma. Todo ocurrió muy deprisa. Alejandro, que yacía en el suelo, despertó de golpe y comenzó a disparar . Las balas se dirigieron sin precisión al sillón donde la chica había dejado a Pedrito. Las miles de plumas que rellenaban el asiento se dispersaron por toda la habitación. Marta se giró para volver a descargar su pistola contra Alejandro. El hombre cayó pero antes una de sus balas impactó contra la que había sido su novia. Le llegó directamente al cuello. Marta trató de taponarse la herida pero era insuficiente para contener la sangre. Cuando se giró, Corrales estaba pinchándose con una de las flores. Antes de caer sobre el suelo, la joven disparó contra él. El policía cayó de espaldas entre una nube de plumas que volaban por toda la habitación. La caja saltó por los aires y la rosa que quedaba en su interior también sobrevoló la estancia. Fue a caer justo encima de Pedrito. El niño, entusiasmado por aquella lluvia blanca de plumas, comenzó a llorar asustado. Sentía un dolor inmenso en un brazo, el lugar exacto donde se la había clavado una de las espinas de la flor...

domingo, 8 de junio de 2008

CAPÍTULO XX: LA HORA DE LAS FLORES

(En capítulos anteriores: Ignacio ha muerto. Marta y Eduardo se hacen cargo de Pedrito. Es en el hospital donde descubren que Corrales ha despertado del coma. Mientras, el peligro acecha en la fábrica de flores. Allí Laura se indigna con Eva tras descubrir que ella sabía que su padre conocía a Jimena. La chica huye y Eva, junto a Román, sale en su busca. En el camino se topan con Alejandra y Libertad. Todos entran en el edificio y allí interrumpen una sesión de la secta. El señor Chaflers sale en defensa de su hija y el portador de la gran máscara ordena sacrificarle pero la intervención de la comisaria provoca la caída de varias antorchas que rodean a los recién llegados en un círculo de fuego al borde de la muerte…)

Jimena avanzó por la calle. Llevaba una caja de cartón bajo su brazo. Cruzó una esquina y se topó de bruces con una cara familiar.
- ¡Toñi! ¡Qué susto! No te esperaba.
- ¡Jimena! ¿Dónde vas con tanta prisa? ¿Tienes angurria, hija?
- No, voy a entregar este paquete.
- No me hables de paquetes que me conozco…
- Bueno, Toñi, te dejo que no quiero me cierren. Espero que todo te vaya muy bien…
Jimena se alejó corriendo.
- Esta muchacha es más rara que comerse un gazpacho sin pepino – criticó en voz baja La Toñi mientras vio marcharse a la joven. La Toñi continuó avanzando hacia su lugar de trabajo. Allí ya le esperaba Mauri.
- Hola, Toñi. ¿Cómo estás? Mira, ya te he preparado el nuevo cartel. Fíjate qué bonito el lema: Esta noche, La Toñi te encandilará con todo su repertorio…
- Yo tengo el repertorio para dos sopranos.
- ¿Tantas canciones tienes?
- No. Que me lo coges con las dos manos.
- De verdad, Toñi. Que tienes cada cosa…
- Acabo de ver a tu amiga, Mauri. Qué mujer más lacia. Siempre corriendo.
- ¿A Jimena?
- Iba a Correos. A dejar un paquete… Esta juventud siempre pensando en lo único.
- ¿Un paquete? – se extrañó el dueño del bar – De todas formas, Toñi. Te he dicho un montón de veces que no digas en voz alta que ella y yo nos conocemos. Nadie debe saberlo.
- Eso del rollo de profesor y alumna tiene un morbazo muy grande. Pero ya habéis cambiado de vidas y ya sois muy mayores para ir de incoñito.
- Toñi. Nadie debe saberlo. Te lo digo muy en serio.
- Mi boca, por una vez en la vida, estará sellada – prometió la Toñi.
Jimena llegó a la empresa de mensajería.
- Es muy importante que este paquete llegue el día indicado y que no se pierda. También necesito saber qué margen de tiempo tengo para cancelarlo.
La joven aceptó las explicaicones de la dependienta y entonces decidió entregar el paquete. Justo antes de cerrarlo, sacó del bolso un sobre y lo depositó dentro de la caja. Era la carta que ahora, varias semanas después, Eduardo tenía entre sus manos en el hospital.
- Querido Ignacio. Si lees esta carta es que alguien me retiene o, peor aún, ya estoy muerta. No sufras por ello. Encargué a esta empresa de mensajería enviarte este día y a esta hora este paquete. Yo misma hubiese anulado el envío pero, si estás leyendo esta carta, insisto, es que algo grave me lo ha impedido. Es muy importante que leas con atención las instrucciones que te resumo aquí. Para tu seguridad y para la de mi hijo. Siento haberte dejado una carga tan grande. No era mi intención pero, ahora mismo, no veo mejor persona para hacerse cargo de Pedrito. Creo que tú le ayudarás mucho. Y, de alguna forma, él también te ayudará a ti, que sé que lo necesitas. Junto a esta carta, verás que en la caja hay dos flores, dos rosas rojas. Es hora de que te desvele algo que muy poca gente sabe. Estas flores no son normales. Están manipuladas genéticamente. Al final Mauri y yo lo conseguimos. Nuestro proyecto de mejora silvestre ha funcionado. ¿Te acuerdas cuando estábamos juntos en el master y nos pasábamos las noches enteras junto a Marina soñando con este momento? Qué pena que la vida nos separara. Pero a ti en el periodismo te ha ido bien. Yo sigo igual de mal. Junto a Mauri y otro grupo de personas lo hemos preparado todo para cambiar este mundo. Gracias al señor Chaflers y sus fábricas de gas por todo el mundo el próximo día 28 haremos soltar el insecticida más potente del mundo, aquel en el que trabajó Marina durante tanto tiempo. Su fuerza devastará toda la humanidad. Toda menos unos elegidos. Aquellos que merecen seguir viviendo en un mundo que parte de cero. Creo que tú debes ser uno de ellos. Y mi hijo también. Gracias a la manipulación genética, he desarrollado un antídoto salido de mis años de investigación sobre el poder de las flores para resistir las peores fumigaciones. He extraído ese poder y lo he adaptado al ser humano. Sólo quien se pinche con una de las espinas podrá sobrevivir pero no debe hacerlo antes de 24 horas de la explosión porque sus efectos son a corto plazo. Sólo hay 40 flores preparadas. 37 sin contar las dos vuestras y la mía. El resto las hemos repartido entre un grupo de gente muy bien seleccionado, aunque temo que alguien quiera matarme para quedarse con todas las flores y repartirlas a su antojo. Sé que me persiguen y temo morirme antes de cumplir mi plan al completo. No intentes avisar a la policía ni detener el proceso. Ya no hay marcha atrás. Lo importante es que cumplas mis instrucciones. Hazlo por mí. Hazlo por mi hijo. Y sobre todo hazlo por ti. Sálvate. Te lo mereces. Si todo sale bien, nos veremos en un nuevo mundo.

Eduardo llevaba esa carta en la mano cuando Corrales apareció ante sus ojos. El policía tardó en identificar a la chica que estaba junto al fotógrafo. Cuando reconoció a Marta, un escalofrío recorrió su cuerpo.
- ¿Marta? ¿Has venido a matarme? Te prometo que nunca quise engañarte con la comisaria…
- Corrales. Estás vivo… Pensé que Alejandro te había matado…
- Sobreviví pero estuvo cerca.
- Alejandro ha muerto. Le he disparado yo misma esta noche. Pero se ha llevado por delante a Ignacio y casi nos mata a todos…
- Qué horror. Me alegro de que estés bien.
Hubo un momento de silencio pero entonces ella fue a abrazarle. El chico comenzó a llorar.
- Siento lo que te hice. No te lo merecías.
- La verdad es que no. He sufrido mucho pero es hora de empezar a vivir. He encontrado a mi sobrino. Se llama Pedrito y, si quieres, podemos iniciar una vida los tres juntos…
- Por supuesto que quiero.
- Siento interrumpir este momento tan hermoso – intervino Eduardo – pero se te ha olvidado que acabo de leer la carta de Jimena y he dicho que vamos a morir todos.
El fotógrafo relató con pelos y señales cada detalle de la misiva. Marta y Corrales se miraron horrorizados.
- ¡Vamos a morir!
- Tenemos que ir a la fábrica de flores. Allí están Eva y Román. Deben saber todo esto y evitar que se disperse el gas.
- Vete tú si quieres. Pero yo tengo muy claro lo que debemos hacer. ¡Hay que ir a casa de Ignacio y recuperar la caja con las flores! Todavía debe de estar allí. Pincharnos con ellas y asegurarnos nuestras vidas – propuso Marta.
- ¡El día 28 es mañana! – reveló Corrales.
- Vosotros haced lo que querías pero yo he de avisar a mis amigos.
Eduardo salió corriendo del hospital en dirección a la fábrica de flores.

- ¡No quiero morir! – gritó Libertad desesperada mientras el fuego se acercaba peligrosamente hacia ellos. El señor Chaflers trataba de proteger a su hija abrazándola con fuerza. La comisaria se mantenía en guarda como si pudiera detener las llamas con su pistola. Eva y Román se daban la mano.
- Creo que deberías saltar por ese tramo que parece que estás más bajo de fuego y tratar de apagarlo con esas cortinas que hay allí – sugirió la subdirectora de El madrugador al fotógrafo.
- No puedo ir yo. Este chándal es de felpa. No hay material más inflamable. ¿Por qué no saltas tú?
- Entre los tacones y el vestido me viene fatal. Que vaya la policía que para eso es agente de la autoridad.
- Yo no puedo hacerlo. No estoy titulada en antiincendios.
- Que vaya el viejo, que tiene una túnica para cubrirse – sentenció Libertad – O la hija, por deferencia aunque sea.
- Si yo me expongo ante las llamas, esto se pega ardiendo hasta fin de año – se excusó Laura
- ¡Aquí! ¡Por aquí! – detrás de los fogonazos pudieron distinguir una sombra que les reclamaba. Agarraba una plancha metálica con la que frenaba las llamas y abría un hueco en el círculo de fuego. Los seis corrieron hacia él y consiguieron huir por el pequeño espacio abierto antes de que el incendio asolara todo el gran salón. Corrieron por una estancia y, detrás de ellos, iban cayendo del techo objetos que ardían. Cruzaron una puerta y se refugiaron en un estrecho pasillo, a salvo del fuego. Entonces Alejandra reconoció a quien les había rescatado.
- ¡Javier! ¿Cómo sabías que estábamos aquí?
- Os seguí. Lo que no imaginaba es que acabaría salvándoos la vida.
- Eres nuestro héroe – le piropeó Eva mientras le abrazaba.
- ¡Eva! ¿Qué haces aquí? ¿Qué hacéis todos aquí? ¿Qué ha pasado?
- Es una historia muy larga.
- Debemos atraparles antes de que se queden con todas las flores y pulsen el botón rojo – advirtió el señor Chaflers.
- ¿Qué botón rojo?
- El que acciona la explosión de mis fábricas en el mundo. Si lo hacen, todos moriremos.
Javier y Alejandra se miraron.
- Iremos a por ellos. Ustedes deben salir de este edificio – les aconsejó la comisaria.
- No lo entienden. Yo debo acompañarles. Sólo yo sé dónde está ese botón rojo.
- Pero será muy peligroso, papá. No vayas.
- Este edificio está rodeado de fuego y lleno de gente sectaria con armas blancas. Lo mejor es que vayamos todos juntos si es que queremos salir vivos de aquí todos juntos – propuso Javier.
Todos aceptaron y, por indicación del señor Chaflers, subieron una escalera metálica. Después recorrieron varios pasillos. Algunas puertas tuvieron que descartarlas porque el fuego había subido ya a las plantas superiores. Aceleraron la velocidad hasta que, finalmente, subieron hasta una terraza. Al abrir la puerta sorprendieron a muchos de los miembros de la secta. En el centro se encontraba el portador de la gran máscara. En su mano había un detonador con un botón rojo.
- Os estábamos esperando. Gracias, Javier, por traerlos a todos.
- Era mi misión, ¿no? – El policía sonrió a todos, se separó del grupo y se situó junto a la gran máscara.
- ¡Javi! ¡Eres uno de ellos! – se indignó Eva.
- Siempre supe que guardabas algo oscuro - aseveró la comisaria.
- Debes detenerlo todo. Ha sido un error – rogó el señor Chaflers al portador la gran máscara.
- ¡Si nos vas a matar, al menos, da la cara! ¡Cobarde! – le retó Román.
Lentamente elevó su mano, tiró de la máscara y descubrió su rostro.
- ¡Mauri! ¡No! – Laura se echó a llorar desesperada - ¡Eras mi mejor amigo!
- Yo quiero salvarte, Laura. Es en lo único que estoy de acuerdo con tu padre. ¡Eres una de las elegidas! Debes hacer uso de tu flor.
- Pero, ¿qué estás diciendo?
- Que tú también eres una de nosotros… Una de la que debe vivir en el nuevo mundo que está a punto de nacer. Eres la persona más buena que conozco. Y mereces esta nueva oportunidad. Imagínate. Nosotros en un mundo renovado. Sin injusticias, sin diferencias, ni odios ni rencores. Un mundo limpio…
- No la escuches, Laura. Es un tarado… - interrumpió Eva.
- Pero, ¿tú quieres que yo me salve? - preguntó tímidamente Laura - ¿No quieres hacerme daño?
- Claro que no, Laura. Teníamos pensado un gran futuro para ti y para tu padre pero él lo ha querido estropear todo. Él ha pagado todas su fábricas de gas y ahora no quiere que tú te salves. Quiere que mueras…
- Eso no es verdad. Yo quiero que mi hija viva en este mundo, no en uno inventado y que surge de tu locura.
- Ahora piensas eso. Pero tu dinero es el que ha posibilitado todo nuestro plan. Y todo porque Jimena te convenció a última hora… Jimena. Ella sí que estaba loca. Loca desde que tuvo a ese niño. Él tiene la culpa de todo… Todo iba muy bien hasta que él apareció. ¿Por qué tuvo que nacer?
- Ese niño es mi hijo. Y no voy a permitir que le hagas daño – un miembro de la secta, que permanecía encapuchado, se acercó hasta Mauri y le asestó varias puñaladas en la espalda. El portador de la gran máscara cayó al suelo ensangrentado. El encapuchado se deshizo de la túnica. Chiqui Esteban blandió su cuchillo al cielo.
- ¡Gran líder! Dinos qué debemos hacer ahora - proclamó en voz alta.
Otra persona encapuchada se situó junto a él. Una débil voz femenina se reveló.
- ¡Es la hora de las flores!

domingo, 1 de junio de 2008

CAPÍTULO XIX: VAMOS A MORIR TODOS

(En capítulos anteriores: La fábrica de flores se ha convertido el centro al que van a acudir todos los personajes. La secta se prepara para el gran día. Laura descubre que su padre es el propietario de la fábrica y, movida por un gran desengaño, decide acudir al edificio. También viajan hasta allí Alejandra y Libertad, seguidas de Javier, para conseguir pistas sobre los crímenes. Román y Eva, tras salvar la vida de la amenaza de Alejandro, desvían su camino al ver a Laura corriendo hacia el polígono. Eduardo y Marta prosiguen hasta el hospital para llevar a Ignacio, quien, antes de desvanecerse desangrado, revela que Mauri es el profesor del master. En la UCI alguien se despierta. A su lado hay una cama vacía…)

- Lo sentimos mucho. Ha muerto.
Eduardo se llevó la manos a la cabeza y se abrazó a Marta. Ella era la única persona que estaba a su lado en aquel triste momento. El médico se alejó.
- Era un buen director y un buen compañero. Hemos llegado demasiado tarde – lloró.
- No se podía hacer nada por salvarle la vida. El disparo era mortal – trató de consolarle la chica.
- Está muriendo tanta gente. Primero fue Jimena, después la Toñi, la hermana de Eva y ahora Ignacio. Esto es horrible.
- Se te olvida mi novio. Él también ha muerto.
- Sí, claro. Le mataste tú.
- Fue en vuestra defensa. Si no le hubiese disparado, os habría matado a todos.
- Eso ya da igual. Lo importante es que ahora sabemos que Mauri es el profesor del master y que tiene que tener todas las claves de lo que está pasando. Sus tres alumnos, Jimena, Marina e Ignacio, ahora están muertos. Sólo él sabe qué significan esas flores y qué hay en esa fábrica.
- ¿Él mató a mi hermana? – preguntó Marta.
- No lo sé pero hay que avisar a Eva y Román cuanto antes. A saber dónde se han metido. Pobre Eva. Cuando sepa que Ignacio ha muerto…
Eduardo cogió su teléfono y llamó a la periodista. En el polígono industrial el móvil de Eva sonó pero nadie podía escucharlo. Timbró repetidamente dentro del coche de Román pero ambos estaban ya fuera. Habían salido corriendo detrás de Laura. La alcanzaron poco antes de llegar a la calle donde estaba la fábrica de flores.
- ¿Qué hacéis aquí? ¿Cómo sabíais que venía? ¿Y por qué vais así vestidos? – se interesó Laura.
- Te hemos visto correr desde la carretera. Íbamos al hospital. Ha sido horrible. Han disparado a Ignacio… - le reveló Eva.
- También han matado a Anacleto.
- ¿Quién coño es Anacleto? Aquí no para de morir gente… - lamentó Román.
- Creo que mi padre tiene algo que ver con todo esto. He descubierto que es el propietario de la fábrica de flores y él otro día le escuché hablando por teléfono de Jimena… Empiezo a pensar en lo peor… ¡No quiero que mi padre sea un asesino! Ya fue muy doloroso ver morir a mi madre. Pero esto no lo podría soportar… - Laura se abrazó a Eva desconsolada.
- Tu padre conocía a Jimena. El día que inspeccionamos por primera vez su casa Eduardo y yo le vimos entrar. Tenía una llave…
- Pero de eso hace un montón de tiempo… ¿Por qué no me lo dijiste?
- No quería que te preocuparas…
- Sabíais que mi padre conocía a Jimena y no me lo dijistéis. ¿Vosotros os llamáis amigos?
- Bueno yo me acabo de enterar también – intervino Román.
- Laura. No sabía cómo te lo ibas a tomar y tampoco tenía claro qué relación podía haber entre tu padre y Jimena. Entiéndelo…
- Lo único que entiendo es que todos me habéis engañado. Mi padre, los que decís ser mis amigos… No puedo confiar en nadie. Sólo la Toñi y Mauri me apoyaron. Sois unos falsos. No quiero saber nada de vosotros…
- ¡Laura!
Pero la chica no atendió ese grito. Salió corriendo entre lágrimas hacia la fábrica de flores.
- Tenemos que seguirla – se mostró decidida Eva.
- Es muy peligroso. Ya la has escuchado. Su padre está dentro y puede ser un asesino – le advirtió Román
- No dejaré que muera nadie más.
Eva se estiró su vestido de licra y comenzó a correr. Román resopló resignado e inició una carrera en la misma dirección. Ambos vieron a Laura introducirse por una ventana. Cruzaron un carril y se disponían a imitarla cuando escucharon una voz femenina a sus espaldas.
- ¡Alto o disparo!
Los dos se giraron. Era la comisaria, acompañada de Libertad.
- Siempre que persigo un crimen aparece uno de vosotros. Sois una plaga maldita – se indignó Alejandra.
- Estamos intentando evitar una muerte, comisaria. Si nos retiene aquí usted será la culpable. Y ya tiene muchos cadáveres a sus espaldas – se encaró con ella Eva.
- Eva, te recuerdo que va armada – le susurró Román con las manos levantadas.
- Me da igual. Que me dispare si tiene lo que hay que tener pero yo voy a subir esa ventana porque hay una amiga en peligro…
- Antes que tú, voy yo, bonita – interrumpió Libertad – Este reportaje es mío y no voy a permitir que me lo quites. Dime qué es lo que hay dentro.
- Estás locas, Libertad. Loca de remate. Tu ambición te ha desquiciado.
- ¡Callaos! ¿Qué es lo que está pasando ahí dentro? - exigió la comisaria.
- Creemos que una secta macabra se reúne periódicamente en este edificio. Es propiedad del señor Chaflers. Su hija Laura acaba de entrar. Piensa que su padre está relacionado con la muerte de Jimena porque los dos se conocían. O, al menos, eso es lo que hemos entendido – resumió Román.
Libertad lo apuntaba todo en una libreta.
- ¿Cuánta gente puede haber ahí dentro? – se preguntó Alejandra.
- No tengo ni idea de lo que puede estar pasando dentro – le respondió Román.
- Comisaria, por favor, entremos ahí. No podemos perder ni un segundo – rogó Eva.
- De acuerdo, pero ireis detrás de mí. Yo soy aquí la autoridad.

Laura avanzaba en la oscuridad del edificio. Tropezó varias veces con objetos y cajas dejados en los pasillos. Subió varios escalones. Decidió detenerse al escuchar un rumor lejano. Agudizó el oído y creyó distinguir una melodía de tambores. No se equivocaba. Un centenar de personas se preparaba en ese momento para una nueva ceremonia. El gran salón rectangular estaba iluminado en las cuatro esquinas por sobresalientes antorchas. En el frontal, un altar se adornaba de decenas de candelabros y grandes murales de terciopelo rojo. En el centro de la habitación se agolpaba la muchedumbre formando una amalgama blanca por su túnicas y capuchas. El portador de la gran máscara apareció en el preciso momento en que la música ganó intensidad y fuerza.
- ¡Hossana, hermanos! Ha llegado el día. ¡Hoy es el día! - tras la máscara su voz aparecía distorsionada.
- ¡¡¡Hossana!!! – exclamaron todos.
El portador de la gran máscara se adelantó en el altar y levantó los brazos en cruz. Todos le aplaudieron.
- ¡Ha llegado el momento!
Entonces se escuchó un revuelo. Alguien se había quitado la capucha y gritaba en voz alta. Era el señor Chaflers.
- ¡Es hora de que todo se sepa!
- ¡Chaflers! ¿Qué haces? – preguntó la persona enmascarada.
- Sé lo que has hecho y es hora de que se sepa.
En medio del murmullo generalizado, se levantó otra voz que acababa de aparecer por una de las puertas laterales.
- Papá. ¿Qué significa todo esto?
- ¡Laura! ¡No!
La distracción del hombre sirvió para que el portador de la gran máscara hiciera un gesto a dos miembros de la secta, que obedecieron inmediatamente y redujeron al señor Chaflers. Otros dos detuvieron a Laura.
- He aquí la imagen de la traición. Un hombre sin fe no merece una oportunidad en la nueva vida que hoy iniciamos.
- No escuchéis – gritó a todos los de la secta intentando zafarse de los que la agarraban.
- ¡Da la cara Chaflers! Sus palabras están llenas de mentiras.
El hombre recibió varias patadas y golpes de los encapuchados. Laura se horrorizó.
- ¡Él no merece la vida! – exclamó la distorsionada voz tras la gran máscara. Entonces sacó una espada tras el altar.
- ¡Alto o disparo!
Alejandra acababa de aparecer en el salón. Iba armada y, tras ella, entraron Libertad, Román y Eva. La escena que contemplaron les superó. El portador de la gran máscara levantaba la espada sobre el señor Chaflers. Un gran número de encapuchados con túnicas blancas jaleaban ese momento. Al fondo, Laura se movia desesperada para tratar liberarse de las manos que la sostenían.
- Somos la policía. Y están todos detenidos - exclamó Alejandra con voz temblorosa.
- ¡A por ellos! – le contestó la voz distorsionada.
Un grupo rodeó a los cuatro. Alejandra lanzó dos tiros al aire. Una barra metálica se desprendió del techo y cayó bruscamente sobre uno de los encapcuhados. El golpe le hizó tambalearse hasta que se apoyó violentamente sobre una de las antorchas, que cayó con él y la llama quedó a ras de suelo. Prendió con rapidez en los murales de tercipopelo junto al altar y el fuego se propagó vertiginosamente
- ¡Hay que salvar las flores! ¡Hay que salvar las flores! Síganme– gritó la voz distorsionada.
Todos los encpacuhados salieron corriendo tras el portador de la gran máscara. Incluso los que estaban custodiando al señor Chaflers y su hija. Lograron escabullirse por una puerta antes de que uno de los murales se desprendiera y tirara una segunda antorcha que dejó un círculo de fuego por todo el salón. Chaflers y su hija, Alejandra, Libertad, Eva y Román quedaron atrapados mientras las llamas se acercaban peligrosamente hacia ellos.

Marta extendió su brazo y colocó la lata de refresco frente a la cara de Eduardo, quien permanecía sentado en una de las salas de espera del hospital.
- Te vendrá bien.
La chica se sentó junto a él y le hizo una carantoña a Pedrito, al que sostenía con el otro brazo.
- No sé nada de Eva ni de Román. ¿Y si les ha pasado algo? - se preocupó Eduardo.
- No creo.
- Supongo que han preferido irse juntos… Yo soy un perdedor…
- ¿Estás enamorado?
- ¿Y qué más da? No tengo ninguna opción. Ella ya ha decidido…
- La vida es muy injusta. Fíjate en mí. Sola en el mundo y con un sobrino al que cuidar.
Una enfermera les interrumpió.
- Disculpen. ¿Son familiares de Ignacio?
Eduardo iba a negarlo pero Marta se le adelantó.
- Sí. Somos lo único que tenía en el mundo.
- Éstas son algunas pertenencias que tenía en los bolsillos.
La enfermera les entregó unas monedas, una cartera y una carta. Eduaro abrió el papel y comenzó a leer.
- ¡Dios mío! Es la carta que le envió Jimena.
- Una carta de mi hermana...
- Es la carta en la que Jimena le explicaba todo sobre las flores y por la que Ignacio creyó que yo iba a asesinarle.
Eduardo la leyó con atención. Marta aguardó expectante hasta que el fotógrafo, tras un prolongado tiempo de lectura, se detuvo. En su rostro se reflejó un gesto grave.
- Bueno, dime. ¿Qué pasa? ¿Qué dice?
- Vamos a morir todos.
Entonces escuchó una voz conocida.
- ¡Eduardo! ¿Qué haces en el hospital?
- ¡Díos mío! Pensé que estabas en coma.
- Ya ves. Ya me he despertado.
Corrales sonrió abiertamente.

domingo, 25 de mayo de 2008

CAPÍTULO XVIII: IDENTIDADES

(En capítulo anteriores: Natalia confiesta ante la cama de Carmen en la UCI que se adentró en la secta junto a Chiqui Esteban para conseguir una exclusiva. También le explica que ella no tuvo nada que ver con su estado. Alguien en esa habitación la escucha. Libertad y Alejandra están convencidas de averiguar quién está detrás de los crímenes en la fábrica de flores. Laura descubre que su padre está relacionado con la muerte de Jimena a través de una llamada. Román, Eduardo, Eva e Ignacio se enfrentan a un grave peligro cuando Marta y Alejandro se presentan ante ellos, pistolas en mano, para llevarse a Pedrito...)

La camiseta blanca de Ignacio se tiñó de rojo. Pero ninguno de sus visitantes pudo verla al instante. Los disparos de Alejandro levantaron una intensa nubareda de polvo. Fragmentos de objetos que se hicieron añicos y que volaron por toda la habitación. Fue esa niebla de destrucción la que permitó esconderse a Eva tras un sillón que ya había sentido los rifles de Alejandro. Román rodó por la alfombra hasta detrás de un mueble y Eduardo permaneció inmóvil de pie. Se atrevió a coger una silla en el aire que arrojó contra el portador de las armas. Alejandro no la vio llegar y sus dos rifles cayeron sin dejar de disparar. Las balas descolgaron una lámpara que le dio de lleno en la cara. Minúsculos cristales le golpearon los ojos y cayó al suelo retorcido de dolor. Román salió de su escondite y evitó con una patada que Alejandro pudiera llegar al arma que intentaba coger a tientas. Eva se levantó y pilló uno de los rifles. No tenía ni idea de cómo se disparaba pero cuando Marta regresó a esa estancia no dudó en apuntarle. No llegó sola. Llevaba a Pedrito en sus brazos.
- ¿Qué ha pasado aquí? – preguntó horrorizada Marta.
- Sois unos asesinos pero hasta aquí llegó vuestra oleada de crímenes. Mira que matar a tu propia hermana – le reprochó Román, quien también portaba el otro rifle que había soltado Alejandro.
- También mataste a mi hermana – aseveró Eva mirando a través del objetivo de su arma.
Marta contempló la escena pero no perdió la calma. Con gran parsimonia, se llevó el peso de Pedrito al otro brazo para dejar libre su mano derecha. Entonces buscó a la altura trasera de su cinturón y sacó una pistola pequeña.
- Llevo un niño en mis brazos y sé que no me vais a disparar.
Román y Eva se miraron.
- Yo soy la que tengo una pistola que sí puedo disparar en cualquier momento. Ahora vais a bajar el arma. Y me vais a escuchar…
- ¡Mátalos, Marta! ¡Me han dejado ciego! – gritó Alejandro tratando de levantarse - ¡Mátalos!
Marta guiñó un ojo y disparó. Román sintió la bala cruzar muy cerca. Pero pasó de largo. Viajó J
justo a su espalda, donde se encontraba tambaleándose Alejandro. El impacto de la bala, en plena cabeza, le hizo callar de golpe y caer bruscamente al suelo. Eva volvió a levantar su pistola contra Marta porque temió que la chica hubiese errado el tiro y quisiera ahora disparar contra ellos. Pero no tardó en darse cuenta de que Marta sabía muy bien a quien había disparado.
- Me ha hecho la vida imposible desde que le conocí. Y hoy, por primera vez, no le tengo miedo. Y ha sido gracias a este bebé. Cuando le he cogido entre mis brazos, me he dado cuenta de que hay un motivo para luchar, que merece la pena seguir viviendo, y que no se puede vivir con terror. Mi terror era ese hombre al que acabo de matar – dijo sentándose abrumada en el suelo.
- ¿Tú mataste también a tu hermana? – se interesó Eva.
- No, claro que no. Yo ni siquiera estaba en la ciudad cuando ocurrió todo. Sólo he matado a Alejandro y vosotros sabéis bien que se lo merecía.
- ¿Y Alejandro? ¿Pudo él matar a Jimena, Marina o La Toñi? – se cuestionó Eduardo.
- A Jimena seguro que no. Estaba conmigo en otra ciudad el día de su muerte. De lo demás no puedo asegurar nada. Pero creo que no. Él sólo vivía para hacerme daño a mí…
- ¡Socorro! – Ignacio trató de hacerse notar con un alarido desgarrador.
Todos fueron a ayudarle. Román le levantó la camiseta y comprobó que tenía alojada una bala en el vientre.
- Hay que llevarlo a un hospital urgentemente.
- ¡Iremos en mi coche! – sugiró Eduardo.
No sin dificultades bajaron del edificio. Alojaron en el asiento de atrás a Ignacio. Marta decidió ir en el delantero mientras seguía portando a Pedrito entre sus brazos. El coche se alejó. Román y Eva quedaron en seguirles en el coche del fotógrafo.

Laura bebió un vaso de agua. El sabor le resultó muy extraño. Entró en el despacho del señor Chaflers. Durante la conversación que su padre había mantenido por teléfono había escuchado algo sobre una fábrica de flores. Era la extraña cita que había pactado con su interlocutor. Estaba decidida a desenmascararle. Quería exigirle toda la verdad. Buscó entre los archivos. Necesitaba una dirección a la que poder acudir. En el listado de empresas que encontró sólo había fábricas de gas. El emporio que había desarrollado su progenitor y que ella tanto detestaba. Había fábricas por todo el país y no tardó en descubrir que su padre había conseguido desarrollar un vastísimo imperio internacional con factorías por todo el mundo. El catálogo era tan grande que decidió buscar otro documento. Lo encontró detrás de varios libros. Ahí se señalaban distinas propiedades en un polígono industrial cercano a la mansión. Entre ellas, había una fábrica de flores.
- Te tengo.
De pronto, sonó el timbre. Escuchó los pasos de Anacleto andando junto tras la puerta del despacho y después bajando las escaleras. Decidió salir para no ser descubierta. Iba a marcharse a su habitación sin esperar a conocer la identidad del visitante cuando escuchó el primer disparo. Después vinieron cinco más. Laura tapó con sus manos un grito de horror. Inmediatamente distinguió en el silencio otros pasos corriendo y el sonido del motor de un coche alejándose. Bajó corriendo. Anacleto yacía moribundo.
- ¡Dios mío! ¿Qué te han hecho?
- Tu padre… - contestó el mayordomo en un susurro.
- ¿Ha sido mi padre?
- Tu padre… - y en ese momento Anacleto cerró los ojos y se desvaneció.
Laura lloró amargamente pero pronto se recompuso. Se secó las lágrimas y decidió acudir con urgencia a la fábrica de flores. Salió corriendo. Ignoraba que Anacleto seguía vivo y volvió a despertarse.
- Tu padre... está en peligro… - llegó a pronunciar, aunque nadie le escuchó. Inmediatamente después volvió a cerrar sus ojos. Habían sido sus últimas palabras.

El coche de Eduardo cruzó los exteriores de la comisaría camino al hospital. Detrás de él iba el de Román. Los nervios de los ocupantes de los dos vehículos hicieron que niguno de ellos viera a Libertad , quien aguardaba en los exteriores de la sede policial. Esperaba a que Alejandra saliera. La comisaria había ido a coger munición y dos chalecos antibalas para acudir juntas a la fábrica de flores. Aquella podía ser su última misión antes de su traslado. El agente Javier la sorprendió en la armería.
- ¡Comisaria! ¿Cómo usted por aquí? – le preguntó él no sin sorna – Pensé que a usted sólo le gustaba algunos tipos de arma…
- Le recuerdo que sigo siendo su superior…
- Le quedan tres días. ¿Y a qué no sabe lo que se rumorea? Suena mi nombre como comisario.
- No me haga reír. Debe de ser que el golpe en la cabeza que le dio esa muchacha le ha dejado tarumba. Desde luego, qué poco nivel…
- No se preocupe. Es imposible hacerlo peor que usted.
- Ya me encargaré yo de resarcir mi trabajo. Ahora no me interrumpa.
Alejandra guardó varias cajas de balas en el cinturón y se llevó los dos chalecos.
- ¿Para qué quiere todo eso?
- Cuando usted sea el comisario, ya le daré explicaciones. De momento, se quedará usted con la duda.
La mujer salió de la armería pero Javier no quedó contento. Hizo una llamada.
- Oye, tío, ¿tú me puedes cubrir? Es que me acaban de encargar un seguimiento…

En la fábrica de flores, el señor Chaflers se colocó ante dos enormes cajas llenas de rosas. Su interlocutor estapa ya tapado con la gran máscara.
- ¿Están todas? – preguntó la persona enmascarada.
- Sí. ¿Vas a hacer hoy el reparto?
- Debe ser así. Las cosas se han complicado excesivamente. Tú lo sabes bien. El día grande ha llegado. ¿Has hecho tu trabajo?
- En el momento en que digas, apretaré el botón – Chaflers se cubrió entonces con la capucha de su túnica y salió de la estancia. Pronto se entremezcló entre el resto de miembros que ya llenaban la sala más grande de la fábrica. Natalia, también cubierta por su capucha, trató de localizar a Chiqui Esteban. Pero sus intentos fueron en vano.

El polígono industrial también cogía de camino hacia el hospital. El coche de Eduardo pasó de largo por los exteriores. La fábrica quedaba bastante al fondo y no era visible desde la carretera. El vehículo de Román se había quedado algo atrás. Eva iba mirando por la ventana.
- Eduardo es un valiente… Si no hubiese sido por él, estaríamos muertos - dijo en voz alta.
- Bueno, yo le di una patada...
- ¡Es Laura! – gritó de pronto Eva al ver a la chica corriendo - ¡Está entrando en el polígono! ¡Creo que se dirige a la fábrica de flores!
- ¿Y cómo lo sabes?
- Va en esa dirección. Da la vuelta y síguela.
- Pero, ¿qué pasa con Ignacio?
- Eduardo le llevará al hospital. Creo que Laura está en peligro.
Román giró en una rotonda y cambió de dirección. Hacía tiempo que Eduardo había perdido de vista el coche de sus compañeros. Su única preocupación era el estado de Ignacio.
- Está perdiendo mucha sangre – le informó Marta, que se giraba de vez en cuando – Hay que taponarle la herida o no llega con vida. Yo hice un cursillo de enfermería. Para un momento en el arcén.
Eduardo detuvo el coche. Marta dejó a Pedrito en el asiento delantero mientras preparaba un vendaje improvisado para cubrirle el vientre.
- Háblale. No dejes que se duerma – le ordenó la chica a Eduardo.
- Venga, Ignacio. ¿Estás cómodo? ¿Te coloco de otra forma?
- Estoy sentado sobre algo – respondió en un susurro casi inaudible.
El fotógrafo removió el asiento y retiró un sobre grande.
- Son fotos, las fotos que hice durante la fiesta de La Salamanquesa. Tú no viniste. Entonces todavía no sabía que estabas cuidando de Pedrito. Mira, te las voy a enseñar. Así no te quedarás dormido. Mira, aquí está Eva entrando en la fiesta. Aquí está ella otra vez en primer plano. Y ahora sonriendo… En fin, creo que se me nota un poco que estoy enamorado.
Ignacio hizo un esfuerzo por sonreír.
- Aquí está Laura tomándose un cubalibre junto con el dueño del bar.
Entonces el herido comenzó a tener convulsiones y a balbucear palabras que Eduardo no entendía. Marta dejó el vendaje y trató de ayudar.
- Se va a tragar la lengua. Hay que abrirle la boca – alertó la chica.
- ¡Díos mío! ¡Ignacio!
- Mmm mmm – el director de El madrugador pronunciaba sonidos ininteligibles. Sus manos se movían torpemente y golpeaban la foto que todavía tenia en la mano Eduardo.
- Creo que está señalando esa foto – concluyó Marta.
- ¿La foto?
Eduaro miró la imagen en la que Mauri y Laura sonreían ante la cámara cruzando sus bebidas.
- Es él… - llegó a pronunciar Ignacio en uno de sus bruscos movimientos.
- ¿Quién es él?
- El profesor del master… - y entonces cerró los ojos y sus movimientos cesaron.

A escasos dos kilómetros el hospital seguía su actividad. En la Unidad de Cuidados Intensivos reinaba el silencio. Cuando abrió los ojos todo era oscuridad pero, al poco tiempo, creyó distinguir en la noche una débil luz de una farola entrando por la ventana. Después esa luz se intensificó. Alguien había encendido la lámpara de la habitación. Era una enfermera. Recogió varias cosas a su alrededor sin percatarse que, después de varios días, su paciente ya no dormía. Abrió la boca aunque temió que no pudiera emitir ningún sonido.
- Hola – se limitó a decir.
La enfermera se llevó un enorme susto y tiró las cosas que llevaba en la mano.
- Doctor, doctor. ¡Se ha despertado! - exclamó saliendo de la estancia.
Miró alrededor. A su lado había otra cama como la suya. Pero estaba vacía y perfectamente recogida. Como si alguien la hubiera abandonado recientemente...

domingo, 18 de mayo de 2008

CAPÍTULO XVII: DISPARA O MUERE

(En capítulos anteriores: Eva descubre horrorizada que Román oculta una túnica sectaria en su maletero. En otro maletero ha viajado Marta, secuestrada por Alejandro, aunque la chica logra convencerle para que inicien una vida compartida junto a Pedrito, quien sigue custodiado por Ignacio. El director de El madrugador acaba de leer el mensaje enviado por Jimena, en el que le advierte de que alguien irá a buscarle. Es Eduardo, quien enviado por Eva, acude a casa de Ignacio para interrogarle pero él le aguarda con un cuchillo…)

Cuando Román regresó al coche, Eva ya había preparado perfectamente su plan. El fotógrafo ignoraba sus intenciones cuando apareció felizmente y saludó a la chica.
- Nada. No hemos tenido suerte. La fábrica está completamente vacía. Espero que no hayas pasado mucho frío con ese vestido. Yo, en cambio, he estado lindo con mi chandal de felpa…
Eva no respondió y directamente le arrojó a la cara el puñado de tierra que guardaba en la mano. El chico se revolvió dolorido y ella le fue a golpear con el gato del coche que había localizado. Román trató de adelantarse y se cubrió con una mano.
- Pero, ¿estás loca o qué? Una cosa es que no te guste que vaya en chandal y otra que me mates por ir contra de tu idea de la moda…
- Se acabaron los engaños conmigo. No me la vas a pegar dos veces.
- Vale que tonteé con la de la gasolinera pero no fue nada… Yo sólo te quiero a ti.
- Que sé que guardas una túnica en tu coche. ¡¡Eres uno de ellos!!
Román trató de levantarse mientras se frotaba sus irritados ojos. Eva amagó con darle con el gato en la cabeza.
- Con lo fácil que es preguntar y luego pegar. ¡Violenta! – le reprochó él - Compré esa túnica en una tienda de disfraces antes de venir. Pensé que podía irnos bien para inflitrarnos en la secta.
- Eso no te no lo crees ni tú.
- Pero, ¿por qué te iba a engañar? ¿Qué gano yo con eso? ¿Por qué no confías en mí?
- Creo que la respuesta a esa pregunta es bastante obvia. Es irónico incluso que tú la realices.
- Vale. Me lié con tu hermana. Te he pedido perdón millones de veces. Y no sólo no me perdonas sino que encima me acusas de ser un asesino sectario. Creo que nosotros dos no tenemos más que decirnos…
Eva le miró con tristeza mientras se marchaba.
- ¡Espera! Mírame a los ojos, dime que estás diciendo la verdad y te creeré – le rogó ella.
- Te miraría si no me hubieses tirado todo el polvo del camino a los ojos. Pero te estoy diciendo la verdad. Ya hay bastantes peligros por ahí. No desconfiemos el uno del otro.
- Vale. Lo siento. Pero estoy muy nerviosa. He estado llamando a Eduardo y no me coge el teléfono.
- Se supone que él tenía que interrogar a Ignacio.
- Le he llamado a él también y no da señales de vida. Sólo tenemos una fábrica de flores vacía y dos amigos desaparecidos.
- Vamos para allá. Es mejor que comprobemos si les ha pasado algo.
Los dos se montaron en el coche y abandonaron el polígono industrial.

A esa hora Eduardo no podía hablar. Un esparadrapo se lo impedía. Ignacio le había atado a una silla con varias cuerdas. Tampoco podía moverse. El director de El Madrugador le vigilaba sentado frente a él con un gran cuchillo en las manos. De pronto, se levantó y se acercó. Eduardo se echó a temblar. Pensó que era su fin. Ignacio le quitó el esparadrapo.
- ¡Virgen del Rocío, sálvame! – exclamó desesperado el fotógrafo.
Ignacio le acercó el cuchillo al cuello.
- Si vuelves a gritar, te rajo.
- Siempre supe que eras algo rarito pero nunca pensé que te gustaría este tipo de jueguecitos.
- Cállate. El que hace las preguntas soy yo. ¿Qué sabes de Jimena? ¿Qué sabes de su hijo? ¿Quién te envía?
- Pero, ¿de qué hablas? Yo sólo he venido a que me cuentes cosas de tu master. Estamos intentando encontrar al asesino de Jimena y Marina pero… un momento, ¡¡¡tú eres el asesino!!!
- Que no grites – repitió acercándole el cuchillo – Yo no soy ningún asesino. El asesino eres tú. Has venido a matarme. A mí y al niño. Jimena me lo ha dicho.
- Díos mío. Estás peor de lo que creía. Oyes voces de ultratumba. Eres un tarado.
- Que no, que me lo ha escrito en un mensaje. Me decía que alguien vendría a casa y que me preguntaría por Pedrito y el secreto de las flores. Me advertía de que querría hacerle mal al niño y me pedía que yo actuara antes
- Pues vaya consejitos daba la Jimena. A mí me pidió Eva que viniera mientras ella y Román investigaban en la fábrica de flores.
- La fábrica de flores. Jimena me lo ha explicado todo en el mensaje. Ellos deben de ser los asesinos entonces.
- Que no, Ignacio. Que no te enteras. Jimena debía de estar hablando de otra persona. Nosotros sólo queremos aclarar su muerte y la de Marina.
- Eso me lo vas a tener que demostrar…

En el hospital todo era calma y penumbra. En la UVI, Carmen y Corrales seguían dormidos en un sueño que les mantenía alejados de toda la realidad que les rodeaba. Natalia les miró a través de la cristalera. Miró alrededor y comprobó que no había nadie. Entonces decidió entrar. Pasó por delante de la cama del policía y avanzó hacia la de la chica. Miró las máquinas que le confirmaban que seguía viva, aunque no lo pareciera. Entonces su mente volvió al pasado. Sus recuerdos salieron de su boca en voz alta.
- Era ya tarde. Había quedado con Chiqui Esteban a la entrada del polígono pero él me había dejado un mensaje diciéndome que ya estaba dentro de la fábrica de flores. Me había retrasado una hora. Nuevamente la había cagado. Sólo quería dejar de ser invisible en la prensa. Quería destacar, dejar de hacer las paridas culturales que me encargaba Ignacio y sobresalir con un reportaje de altura sobre sectas. Sabía que si lo decía en El madrugador, Ignacio le pasaría el tema a Eva. Nunca confió en mí, así que me ofrecí a Chiqui Esteban. Clandestinamente, los dos nos metimos en una secta que yo había descubierto a través de Internet. Así conocimos los dos a Jimena, porque ella fue nuestro contacto de entrada, la que nos entrevistó, y nos dio el acceso a la fábrica. Claro que ella ignoraba que nos daban igual los mensajes de la secta. Sólo queríamos destaparlo todo en un tema de portada. Una portada con mi nombre. Todo empezó a torcerse cuando Chiqui se enamoró de Jimena. El reportaje dejó de ser una prioridad para él y lo peor es que la secta cada vez tenía peores intenciones. No sabes lo que pretenden, Carmen. No sabes lo que son capaces de hacer… Creo que ellos mataron a Jimena. Fue uno de ellos, seguro. He intentado convencer a Chiqui de que lo denunciemos pero él insiste en llegar hasta el final. Creo que se ha convencido de todos esos mensajes de salvación… Después vino lo tuyo. Pero, ¿por qué apareciste en la fábrica? ¿Qué tienes tú que ver con todo esto? Y, sobre todo, ¿quién te ha hecho esto? Llegaba tarde a la sesión del día, una hora de retraso. Entré y te vi allí tirada. Cuando te encontré, estabas casi moribunda. Creo que te habían desde la barandilla de la segunda planta. Abriste los ojos y me viste. Y, no sé cómo, saliste corriendo. No pude alcanzarte. Si yo hubiera parado esto, tú estarías bien ahora mismo. Carmen, ¿qué debo hacer? ¿qué hago?...
Natalia concluyó su recuerdo en voz alta con un tremendo llanto. Cogió la mano de su amiga y lloró desconsolada. Ignoraba que alguien en esa habitación había escuchado todo.

Laura volvía del periódico. Cuando entró en casa, Anacleto le sirvió su bebida preferida.
- No, gracias. Traéme un poco de limonada sola.
- Llamaré al médico….
El mayordomo salió corriendo pasillo adentro. Ella siguió avanzando en busca de su padre. Hacía tiempo que no le veía y necesitaba contarle muchas cosas. A lo lejos vio la luz del despacho encendida. Sonrió. Por fin estaba en casa. Se acercó pero cuando iba a abrir la puerta se detuvo. El señor Chaflers hablaba por teléfono y ella se paró a escucharle.
- Es lógico que todos nos sintamos así. Ha muerto mucha gente (…) Superarás lo de Jimena como lo hemos tenido que superar todos (…) Su muerte y la de Marina tienen que tener un sentido (…) Hablaremos de todo ello mañana en la fábrica de flores.
Laura lloraba detrás del tabique del despacho del señor Chaflers. Ahora, más que nunca, estaba segura de lo implicado que estaba su padre en los últimos crímenes. Al otro lado del teléfono, también había lágrimas. Chiqui Esteban colgó al señor Chaflers. Aquella llamada no le había hecho cambiar de opinión. Había tomado una decisión determinante.

Alejandra jugaba al tetris en el ordenador de su despacho. Pasar de pantalla era el único éxito que había tenido en esa comisaría. Libertad la sacó de su desgana.
- Lo tengo, comisaria - dijo entrando sin llamar.
- ¿Qué tienes?
- He seguido hoy a Eva y a Román. Sé que maquinan algo en el polígono industrial. He investigado y he comprobado que han entrado en el edificio de la fábrica de flores propiedad del señor Chaflers.
- ¿El señor Chaflers? Ése es el ricachón que tiene tantas propiedades, ¿no?
- El mismo. También es el padre de Laura, una mimada que se cree que es periodista en El Madrugador, aunque para mí que también está en el ajo. Creo que las dos deberíamos ir mañana a esa fábrica a investigar lo que está ocurriendo.
- Me quedan muy pocas semanas. Literalmente me han dicho: dedícate a pintarte las uñas estos días, no vayas a meter la pata otra vez.
- ¡Son unos cabrones! Pero tú y yo conseguiremos el éxito policial y periodístico más sonado de la Historia.
Alejandra se levantó , sacó la pistola del cajón y la enfundó en su cinturón.
- Sí. Vayamos a esa fábrica de flores.

Ignacio trataba de darle de comer un yogur a Eduardo pero todas las cucharadas caían a su regazo.
- ¿Y no sería más fácil que me soltaras? Si ya te he dicho que no soy un asesino.
- Todavía no me fío mucho. Pero tampoco quiero hacerte sufrir. No has comido nada en todo el día. A ver, abre la boca…
De pronto, llamaron a la puerta. Ambos se miraron asustados. Ignacio no se movió. Eduardo seguía atado. Una voz salió de detrás de la pared.
- ¡Ignacio! ¡Eduardo! ¿Estáis bien? Somos Eva y Román. Abridnos.
- Ábreles. Ellos te lo explicarán todo – le rogó Eduardo a Ignacio.
- ¿Y si quieren matar a Pedrito? Le prometí a Jimena que nadie haría daño a ese niño…
De pronto, la puerta se abrió violentamente. Román acababa de darle una patada con todas su fuerzas.
- Esta es la agilidad que imprime un buen chandal – presumió.
- Díos mío. Pero, ¿por qué estás atado, Eduardo? ¿Y qué haces tú con un yogur en la mano? - preguntó sorprendida Eva mirando a Ignacio.
- Es una historia muy larga. Desatadme por favor.
Mientras Román quitaba las cuerdas a su amigo, Ignacio confesó ante Eva.
- Pensé que Eduardo quería hacerle daño al bebé. Jimena me advirtió de que alguien vendría a llevárselo.
- Pero Eduardo no puede ser. Él es un pedazo de pan…
- Pues nosotros no vamos a ser tan buenos… - amenazó una voz femenina.
Eva, Ignacio, Román y Eduardo se giraron hacia la puerta. Marta y Alejandro acababan de aparecer en la casa. Los dos iban armados aunque él destacaba al portar dos rifles de gran tamaño en cada mano.
- Mátalos a todos mientras yo busco a mi niño – le ordenó ella.
Alejandro comenzó a disparar indiscriminadamente. Ignacio fue el primero en caer al suelo.