domingo, 25 de mayo de 2008

CAPÍTULO XVIII: IDENTIDADES

(En capítulo anteriores: Natalia confiesta ante la cama de Carmen en la UCI que se adentró en la secta junto a Chiqui Esteban para conseguir una exclusiva. También le explica que ella no tuvo nada que ver con su estado. Alguien en esa habitación la escucha. Libertad y Alejandra están convencidas de averiguar quién está detrás de los crímenes en la fábrica de flores. Laura descubre que su padre está relacionado con la muerte de Jimena a través de una llamada. Román, Eduardo, Eva e Ignacio se enfrentan a un grave peligro cuando Marta y Alejandro se presentan ante ellos, pistolas en mano, para llevarse a Pedrito...)

La camiseta blanca de Ignacio se tiñó de rojo. Pero ninguno de sus visitantes pudo verla al instante. Los disparos de Alejandro levantaron una intensa nubareda de polvo. Fragmentos de objetos que se hicieron añicos y que volaron por toda la habitación. Fue esa niebla de destrucción la que permitó esconderse a Eva tras un sillón que ya había sentido los rifles de Alejandro. Román rodó por la alfombra hasta detrás de un mueble y Eduardo permaneció inmóvil de pie. Se atrevió a coger una silla en el aire que arrojó contra el portador de las armas. Alejandro no la vio llegar y sus dos rifles cayeron sin dejar de disparar. Las balas descolgaron una lámpara que le dio de lleno en la cara. Minúsculos cristales le golpearon los ojos y cayó al suelo retorcido de dolor. Román salió de su escondite y evitó con una patada que Alejandro pudiera llegar al arma que intentaba coger a tientas. Eva se levantó y pilló uno de los rifles. No tenía ni idea de cómo se disparaba pero cuando Marta regresó a esa estancia no dudó en apuntarle. No llegó sola. Llevaba a Pedrito en sus brazos.
- ¿Qué ha pasado aquí? – preguntó horrorizada Marta.
- Sois unos asesinos pero hasta aquí llegó vuestra oleada de crímenes. Mira que matar a tu propia hermana – le reprochó Román, quien también portaba el otro rifle que había soltado Alejandro.
- También mataste a mi hermana – aseveró Eva mirando a través del objetivo de su arma.
Marta contempló la escena pero no perdió la calma. Con gran parsimonia, se llevó el peso de Pedrito al otro brazo para dejar libre su mano derecha. Entonces buscó a la altura trasera de su cinturón y sacó una pistola pequeña.
- Llevo un niño en mis brazos y sé que no me vais a disparar.
Román y Eva se miraron.
- Yo soy la que tengo una pistola que sí puedo disparar en cualquier momento. Ahora vais a bajar el arma. Y me vais a escuchar…
- ¡Mátalos, Marta! ¡Me han dejado ciego! – gritó Alejandro tratando de levantarse - ¡Mátalos!
Marta guiñó un ojo y disparó. Román sintió la bala cruzar muy cerca. Pero pasó de largo. Viajó J
justo a su espalda, donde se encontraba tambaleándose Alejandro. El impacto de la bala, en plena cabeza, le hizo callar de golpe y caer bruscamente al suelo. Eva volvió a levantar su pistola contra Marta porque temió que la chica hubiese errado el tiro y quisiera ahora disparar contra ellos. Pero no tardó en darse cuenta de que Marta sabía muy bien a quien había disparado.
- Me ha hecho la vida imposible desde que le conocí. Y hoy, por primera vez, no le tengo miedo. Y ha sido gracias a este bebé. Cuando le he cogido entre mis brazos, me he dado cuenta de que hay un motivo para luchar, que merece la pena seguir viviendo, y que no se puede vivir con terror. Mi terror era ese hombre al que acabo de matar – dijo sentándose abrumada en el suelo.
- ¿Tú mataste también a tu hermana? – se interesó Eva.
- No, claro que no. Yo ni siquiera estaba en la ciudad cuando ocurrió todo. Sólo he matado a Alejandro y vosotros sabéis bien que se lo merecía.
- ¿Y Alejandro? ¿Pudo él matar a Jimena, Marina o La Toñi? – se cuestionó Eduardo.
- A Jimena seguro que no. Estaba conmigo en otra ciudad el día de su muerte. De lo demás no puedo asegurar nada. Pero creo que no. Él sólo vivía para hacerme daño a mí…
- ¡Socorro! – Ignacio trató de hacerse notar con un alarido desgarrador.
Todos fueron a ayudarle. Román le levantó la camiseta y comprobó que tenía alojada una bala en el vientre.
- Hay que llevarlo a un hospital urgentemente.
- ¡Iremos en mi coche! – sugiró Eduardo.
No sin dificultades bajaron del edificio. Alojaron en el asiento de atrás a Ignacio. Marta decidió ir en el delantero mientras seguía portando a Pedrito entre sus brazos. El coche se alejó. Román y Eva quedaron en seguirles en el coche del fotógrafo.

Laura bebió un vaso de agua. El sabor le resultó muy extraño. Entró en el despacho del señor Chaflers. Durante la conversación que su padre había mantenido por teléfono había escuchado algo sobre una fábrica de flores. Era la extraña cita que había pactado con su interlocutor. Estaba decidida a desenmascararle. Quería exigirle toda la verdad. Buscó entre los archivos. Necesitaba una dirección a la que poder acudir. En el listado de empresas que encontró sólo había fábricas de gas. El emporio que había desarrollado su progenitor y que ella tanto detestaba. Había fábricas por todo el país y no tardó en descubrir que su padre había conseguido desarrollar un vastísimo imperio internacional con factorías por todo el mundo. El catálogo era tan grande que decidió buscar otro documento. Lo encontró detrás de varios libros. Ahí se señalaban distinas propiedades en un polígono industrial cercano a la mansión. Entre ellas, había una fábrica de flores.
- Te tengo.
De pronto, sonó el timbre. Escuchó los pasos de Anacleto andando junto tras la puerta del despacho y después bajando las escaleras. Decidió salir para no ser descubierta. Iba a marcharse a su habitación sin esperar a conocer la identidad del visitante cuando escuchó el primer disparo. Después vinieron cinco más. Laura tapó con sus manos un grito de horror. Inmediatamente distinguió en el silencio otros pasos corriendo y el sonido del motor de un coche alejándose. Bajó corriendo. Anacleto yacía moribundo.
- ¡Dios mío! ¿Qué te han hecho?
- Tu padre… - contestó el mayordomo en un susurro.
- ¿Ha sido mi padre?
- Tu padre… - y en ese momento Anacleto cerró los ojos y se desvaneció.
Laura lloró amargamente pero pronto se recompuso. Se secó las lágrimas y decidió acudir con urgencia a la fábrica de flores. Salió corriendo. Ignoraba que Anacleto seguía vivo y volvió a despertarse.
- Tu padre... está en peligro… - llegó a pronunciar, aunque nadie le escuchó. Inmediatamente después volvió a cerrar sus ojos. Habían sido sus últimas palabras.

El coche de Eduardo cruzó los exteriores de la comisaría camino al hospital. Detrás de él iba el de Román. Los nervios de los ocupantes de los dos vehículos hicieron que niguno de ellos viera a Libertad , quien aguardaba en los exteriores de la sede policial. Esperaba a que Alejandra saliera. La comisaria había ido a coger munición y dos chalecos antibalas para acudir juntas a la fábrica de flores. Aquella podía ser su última misión antes de su traslado. El agente Javier la sorprendió en la armería.
- ¡Comisaria! ¿Cómo usted por aquí? – le preguntó él no sin sorna – Pensé que a usted sólo le gustaba algunos tipos de arma…
- Le recuerdo que sigo siendo su superior…
- Le quedan tres días. ¿Y a qué no sabe lo que se rumorea? Suena mi nombre como comisario.
- No me haga reír. Debe de ser que el golpe en la cabeza que le dio esa muchacha le ha dejado tarumba. Desde luego, qué poco nivel…
- No se preocupe. Es imposible hacerlo peor que usted.
- Ya me encargaré yo de resarcir mi trabajo. Ahora no me interrumpa.
Alejandra guardó varias cajas de balas en el cinturón y se llevó los dos chalecos.
- ¿Para qué quiere todo eso?
- Cuando usted sea el comisario, ya le daré explicaciones. De momento, se quedará usted con la duda.
La mujer salió de la armería pero Javier no quedó contento. Hizo una llamada.
- Oye, tío, ¿tú me puedes cubrir? Es que me acaban de encargar un seguimiento…

En la fábrica de flores, el señor Chaflers se colocó ante dos enormes cajas llenas de rosas. Su interlocutor estapa ya tapado con la gran máscara.
- ¿Están todas? – preguntó la persona enmascarada.
- Sí. ¿Vas a hacer hoy el reparto?
- Debe ser así. Las cosas se han complicado excesivamente. Tú lo sabes bien. El día grande ha llegado. ¿Has hecho tu trabajo?
- En el momento en que digas, apretaré el botón – Chaflers se cubrió entonces con la capucha de su túnica y salió de la estancia. Pronto se entremezcló entre el resto de miembros que ya llenaban la sala más grande de la fábrica. Natalia, también cubierta por su capucha, trató de localizar a Chiqui Esteban. Pero sus intentos fueron en vano.

El polígono industrial también cogía de camino hacia el hospital. El coche de Eduardo pasó de largo por los exteriores. La fábrica quedaba bastante al fondo y no era visible desde la carretera. El vehículo de Román se había quedado algo atrás. Eva iba mirando por la ventana.
- Eduardo es un valiente… Si no hubiese sido por él, estaríamos muertos - dijo en voz alta.
- Bueno, yo le di una patada...
- ¡Es Laura! – gritó de pronto Eva al ver a la chica corriendo - ¡Está entrando en el polígono! ¡Creo que se dirige a la fábrica de flores!
- ¿Y cómo lo sabes?
- Va en esa dirección. Da la vuelta y síguela.
- Pero, ¿qué pasa con Ignacio?
- Eduardo le llevará al hospital. Creo que Laura está en peligro.
Román giró en una rotonda y cambió de dirección. Hacía tiempo que Eduardo había perdido de vista el coche de sus compañeros. Su única preocupación era el estado de Ignacio.
- Está perdiendo mucha sangre – le informó Marta, que se giraba de vez en cuando – Hay que taponarle la herida o no llega con vida. Yo hice un cursillo de enfermería. Para un momento en el arcén.
Eduardo detuvo el coche. Marta dejó a Pedrito en el asiento delantero mientras preparaba un vendaje improvisado para cubrirle el vientre.
- Háblale. No dejes que se duerma – le ordenó la chica a Eduardo.
- Venga, Ignacio. ¿Estás cómodo? ¿Te coloco de otra forma?
- Estoy sentado sobre algo – respondió en un susurro casi inaudible.
El fotógrafo removió el asiento y retiró un sobre grande.
- Son fotos, las fotos que hice durante la fiesta de La Salamanquesa. Tú no viniste. Entonces todavía no sabía que estabas cuidando de Pedrito. Mira, te las voy a enseñar. Así no te quedarás dormido. Mira, aquí está Eva entrando en la fiesta. Aquí está ella otra vez en primer plano. Y ahora sonriendo… En fin, creo que se me nota un poco que estoy enamorado.
Ignacio hizo un esfuerzo por sonreír.
- Aquí está Laura tomándose un cubalibre junto con el dueño del bar.
Entonces el herido comenzó a tener convulsiones y a balbucear palabras que Eduardo no entendía. Marta dejó el vendaje y trató de ayudar.
- Se va a tragar la lengua. Hay que abrirle la boca – alertó la chica.
- ¡Díos mío! ¡Ignacio!
- Mmm mmm – el director de El madrugador pronunciaba sonidos ininteligibles. Sus manos se movían torpemente y golpeaban la foto que todavía tenia en la mano Eduardo.
- Creo que está señalando esa foto – concluyó Marta.
- ¿La foto?
Eduaro miró la imagen en la que Mauri y Laura sonreían ante la cámara cruzando sus bebidas.
- Es él… - llegó a pronunciar Ignacio en uno de sus bruscos movimientos.
- ¿Quién es él?
- El profesor del master… - y entonces cerró los ojos y sus movimientos cesaron.

A escasos dos kilómetros el hospital seguía su actividad. En la Unidad de Cuidados Intensivos reinaba el silencio. Cuando abrió los ojos todo era oscuridad pero, al poco tiempo, creyó distinguir en la noche una débil luz de una farola entrando por la ventana. Después esa luz se intensificó. Alguien había encendido la lámpara de la habitación. Era una enfermera. Recogió varias cosas a su alrededor sin percatarse que, después de varios días, su paciente ya no dormía. Abrió la boca aunque temió que no pudiera emitir ningún sonido.
- Hola – se limitó a decir.
La enfermera se llevó un enorme susto y tiró las cosas que llevaba en la mano.
- Doctor, doctor. ¡Se ha despertado! - exclamó saliendo de la estancia.
Miró alrededor. A su lado había otra cama como la suya. Pero estaba vacía y perfectamente recogida. Como si alguien la hubiera abandonado recientemente...

domingo, 18 de mayo de 2008

CAPÍTULO XVII: DISPARA O MUERE

(En capítulos anteriores: Eva descubre horrorizada que Román oculta una túnica sectaria en su maletero. En otro maletero ha viajado Marta, secuestrada por Alejandro, aunque la chica logra convencerle para que inicien una vida compartida junto a Pedrito, quien sigue custodiado por Ignacio. El director de El madrugador acaba de leer el mensaje enviado por Jimena, en el que le advierte de que alguien irá a buscarle. Es Eduardo, quien enviado por Eva, acude a casa de Ignacio para interrogarle pero él le aguarda con un cuchillo…)

Cuando Román regresó al coche, Eva ya había preparado perfectamente su plan. El fotógrafo ignoraba sus intenciones cuando apareció felizmente y saludó a la chica.
- Nada. No hemos tenido suerte. La fábrica está completamente vacía. Espero que no hayas pasado mucho frío con ese vestido. Yo, en cambio, he estado lindo con mi chandal de felpa…
Eva no respondió y directamente le arrojó a la cara el puñado de tierra que guardaba en la mano. El chico se revolvió dolorido y ella le fue a golpear con el gato del coche que había localizado. Román trató de adelantarse y se cubrió con una mano.
- Pero, ¿estás loca o qué? Una cosa es que no te guste que vaya en chandal y otra que me mates por ir contra de tu idea de la moda…
- Se acabaron los engaños conmigo. No me la vas a pegar dos veces.
- Vale que tonteé con la de la gasolinera pero no fue nada… Yo sólo te quiero a ti.
- Que sé que guardas una túnica en tu coche. ¡¡Eres uno de ellos!!
Román trató de levantarse mientras se frotaba sus irritados ojos. Eva amagó con darle con el gato en la cabeza.
- Con lo fácil que es preguntar y luego pegar. ¡Violenta! – le reprochó él - Compré esa túnica en una tienda de disfraces antes de venir. Pensé que podía irnos bien para inflitrarnos en la secta.
- Eso no te no lo crees ni tú.
- Pero, ¿por qué te iba a engañar? ¿Qué gano yo con eso? ¿Por qué no confías en mí?
- Creo que la respuesta a esa pregunta es bastante obvia. Es irónico incluso que tú la realices.
- Vale. Me lié con tu hermana. Te he pedido perdón millones de veces. Y no sólo no me perdonas sino que encima me acusas de ser un asesino sectario. Creo que nosotros dos no tenemos más que decirnos…
Eva le miró con tristeza mientras se marchaba.
- ¡Espera! Mírame a los ojos, dime que estás diciendo la verdad y te creeré – le rogó ella.
- Te miraría si no me hubieses tirado todo el polvo del camino a los ojos. Pero te estoy diciendo la verdad. Ya hay bastantes peligros por ahí. No desconfiemos el uno del otro.
- Vale. Lo siento. Pero estoy muy nerviosa. He estado llamando a Eduardo y no me coge el teléfono.
- Se supone que él tenía que interrogar a Ignacio.
- Le he llamado a él también y no da señales de vida. Sólo tenemos una fábrica de flores vacía y dos amigos desaparecidos.
- Vamos para allá. Es mejor que comprobemos si les ha pasado algo.
Los dos se montaron en el coche y abandonaron el polígono industrial.

A esa hora Eduardo no podía hablar. Un esparadrapo se lo impedía. Ignacio le había atado a una silla con varias cuerdas. Tampoco podía moverse. El director de El Madrugador le vigilaba sentado frente a él con un gran cuchillo en las manos. De pronto, se levantó y se acercó. Eduardo se echó a temblar. Pensó que era su fin. Ignacio le quitó el esparadrapo.
- ¡Virgen del Rocío, sálvame! – exclamó desesperado el fotógrafo.
Ignacio le acercó el cuchillo al cuello.
- Si vuelves a gritar, te rajo.
- Siempre supe que eras algo rarito pero nunca pensé que te gustaría este tipo de jueguecitos.
- Cállate. El que hace las preguntas soy yo. ¿Qué sabes de Jimena? ¿Qué sabes de su hijo? ¿Quién te envía?
- Pero, ¿de qué hablas? Yo sólo he venido a que me cuentes cosas de tu master. Estamos intentando encontrar al asesino de Jimena y Marina pero… un momento, ¡¡¡tú eres el asesino!!!
- Que no grites – repitió acercándole el cuchillo – Yo no soy ningún asesino. El asesino eres tú. Has venido a matarme. A mí y al niño. Jimena me lo ha dicho.
- Díos mío. Estás peor de lo que creía. Oyes voces de ultratumba. Eres un tarado.
- Que no, que me lo ha escrito en un mensaje. Me decía que alguien vendría a casa y que me preguntaría por Pedrito y el secreto de las flores. Me advertía de que querría hacerle mal al niño y me pedía que yo actuara antes
- Pues vaya consejitos daba la Jimena. A mí me pidió Eva que viniera mientras ella y Román investigaban en la fábrica de flores.
- La fábrica de flores. Jimena me lo ha explicado todo en el mensaje. Ellos deben de ser los asesinos entonces.
- Que no, Ignacio. Que no te enteras. Jimena debía de estar hablando de otra persona. Nosotros sólo queremos aclarar su muerte y la de Marina.
- Eso me lo vas a tener que demostrar…

En el hospital todo era calma y penumbra. En la UVI, Carmen y Corrales seguían dormidos en un sueño que les mantenía alejados de toda la realidad que les rodeaba. Natalia les miró a través de la cristalera. Miró alrededor y comprobó que no había nadie. Entonces decidió entrar. Pasó por delante de la cama del policía y avanzó hacia la de la chica. Miró las máquinas que le confirmaban que seguía viva, aunque no lo pareciera. Entonces su mente volvió al pasado. Sus recuerdos salieron de su boca en voz alta.
- Era ya tarde. Había quedado con Chiqui Esteban a la entrada del polígono pero él me había dejado un mensaje diciéndome que ya estaba dentro de la fábrica de flores. Me había retrasado una hora. Nuevamente la había cagado. Sólo quería dejar de ser invisible en la prensa. Quería destacar, dejar de hacer las paridas culturales que me encargaba Ignacio y sobresalir con un reportaje de altura sobre sectas. Sabía que si lo decía en El madrugador, Ignacio le pasaría el tema a Eva. Nunca confió en mí, así que me ofrecí a Chiqui Esteban. Clandestinamente, los dos nos metimos en una secta que yo había descubierto a través de Internet. Así conocimos los dos a Jimena, porque ella fue nuestro contacto de entrada, la que nos entrevistó, y nos dio el acceso a la fábrica. Claro que ella ignoraba que nos daban igual los mensajes de la secta. Sólo queríamos destaparlo todo en un tema de portada. Una portada con mi nombre. Todo empezó a torcerse cuando Chiqui se enamoró de Jimena. El reportaje dejó de ser una prioridad para él y lo peor es que la secta cada vez tenía peores intenciones. No sabes lo que pretenden, Carmen. No sabes lo que son capaces de hacer… Creo que ellos mataron a Jimena. Fue uno de ellos, seguro. He intentado convencer a Chiqui de que lo denunciemos pero él insiste en llegar hasta el final. Creo que se ha convencido de todos esos mensajes de salvación… Después vino lo tuyo. Pero, ¿por qué apareciste en la fábrica? ¿Qué tienes tú que ver con todo esto? Y, sobre todo, ¿quién te ha hecho esto? Llegaba tarde a la sesión del día, una hora de retraso. Entré y te vi allí tirada. Cuando te encontré, estabas casi moribunda. Creo que te habían desde la barandilla de la segunda planta. Abriste los ojos y me viste. Y, no sé cómo, saliste corriendo. No pude alcanzarte. Si yo hubiera parado esto, tú estarías bien ahora mismo. Carmen, ¿qué debo hacer? ¿qué hago?...
Natalia concluyó su recuerdo en voz alta con un tremendo llanto. Cogió la mano de su amiga y lloró desconsolada. Ignoraba que alguien en esa habitación había escuchado todo.

Laura volvía del periódico. Cuando entró en casa, Anacleto le sirvió su bebida preferida.
- No, gracias. Traéme un poco de limonada sola.
- Llamaré al médico….
El mayordomo salió corriendo pasillo adentro. Ella siguió avanzando en busca de su padre. Hacía tiempo que no le veía y necesitaba contarle muchas cosas. A lo lejos vio la luz del despacho encendida. Sonrió. Por fin estaba en casa. Se acercó pero cuando iba a abrir la puerta se detuvo. El señor Chaflers hablaba por teléfono y ella se paró a escucharle.
- Es lógico que todos nos sintamos así. Ha muerto mucha gente (…) Superarás lo de Jimena como lo hemos tenido que superar todos (…) Su muerte y la de Marina tienen que tener un sentido (…) Hablaremos de todo ello mañana en la fábrica de flores.
Laura lloraba detrás del tabique del despacho del señor Chaflers. Ahora, más que nunca, estaba segura de lo implicado que estaba su padre en los últimos crímenes. Al otro lado del teléfono, también había lágrimas. Chiqui Esteban colgó al señor Chaflers. Aquella llamada no le había hecho cambiar de opinión. Había tomado una decisión determinante.

Alejandra jugaba al tetris en el ordenador de su despacho. Pasar de pantalla era el único éxito que había tenido en esa comisaría. Libertad la sacó de su desgana.
- Lo tengo, comisaria - dijo entrando sin llamar.
- ¿Qué tienes?
- He seguido hoy a Eva y a Román. Sé que maquinan algo en el polígono industrial. He investigado y he comprobado que han entrado en el edificio de la fábrica de flores propiedad del señor Chaflers.
- ¿El señor Chaflers? Ése es el ricachón que tiene tantas propiedades, ¿no?
- El mismo. También es el padre de Laura, una mimada que se cree que es periodista en El Madrugador, aunque para mí que también está en el ajo. Creo que las dos deberíamos ir mañana a esa fábrica a investigar lo que está ocurriendo.
- Me quedan muy pocas semanas. Literalmente me han dicho: dedícate a pintarte las uñas estos días, no vayas a meter la pata otra vez.
- ¡Son unos cabrones! Pero tú y yo conseguiremos el éxito policial y periodístico más sonado de la Historia.
Alejandra se levantó , sacó la pistola del cajón y la enfundó en su cinturón.
- Sí. Vayamos a esa fábrica de flores.

Ignacio trataba de darle de comer un yogur a Eduardo pero todas las cucharadas caían a su regazo.
- ¿Y no sería más fácil que me soltaras? Si ya te he dicho que no soy un asesino.
- Todavía no me fío mucho. Pero tampoco quiero hacerte sufrir. No has comido nada en todo el día. A ver, abre la boca…
De pronto, llamaron a la puerta. Ambos se miraron asustados. Ignacio no se movió. Eduardo seguía atado. Una voz salió de detrás de la pared.
- ¡Ignacio! ¡Eduardo! ¿Estáis bien? Somos Eva y Román. Abridnos.
- Ábreles. Ellos te lo explicarán todo – le rogó Eduardo a Ignacio.
- ¿Y si quieren matar a Pedrito? Le prometí a Jimena que nadie haría daño a ese niño…
De pronto, la puerta se abrió violentamente. Román acababa de darle una patada con todas su fuerzas.
- Esta es la agilidad que imprime un buen chandal – presumió.
- Díos mío. Pero, ¿por qué estás atado, Eduardo? ¿Y qué haces tú con un yogur en la mano? - preguntó sorprendida Eva mirando a Ignacio.
- Es una historia muy larga. Desatadme por favor.
Mientras Román quitaba las cuerdas a su amigo, Ignacio confesó ante Eva.
- Pensé que Eduardo quería hacerle daño al bebé. Jimena me advirtió de que alguien vendría a llevárselo.
- Pero Eduardo no puede ser. Él es un pedazo de pan…
- Pues nosotros no vamos a ser tan buenos… - amenazó una voz femenina.
Eva, Ignacio, Román y Eduardo se giraron hacia la puerta. Marta y Alejandro acababan de aparecer en la casa. Los dos iban armados aunque él destacaba al portar dos rifles de gran tamaño en cada mano.
- Mátalos a todos mientras yo busco a mi niño – le ordenó ella.
Alejandro comenzó a disparar indiscriminadamente. Ignacio fue el primero en caer al suelo.

domingo, 11 de mayo de 2008

CAPÍTULO XVI: EL RETO DEL DESTINO

(En capítulos anteriores: La muerte de Marina ha llevado a su hermana Eva a impulsar la investigación sobre la identidad del asesino. Pide a Eduardo que indague con Ignacio sobre el profesor del master y ella se cita con Román para acudir a la fábrica de flores, donde las reuniones de la secta continúan con una muy preocupada Natalia, quien transmite a Chiqui Esteban su inquietud. Mientras, Corrales y Alejandra son expedientados por su desliz en la comisaría. Marta logra encontrarles pero, tras amenazarles con una pistola, es Alejandro quien aparece y dispara contra el policía fotógrafo…)

"Si lees esta carta es que alguien me retiene o, peor aún, ya estoy muerta. No sufras por ello. Encargué a esta empresa de mensajería enviarte este día y a esta hora este paquete. Yo misma hubiese anulado el envío pero, si estás leyendo esta carta, insisto, es que algo grave me lo ha impedido. Es muy importante que leas con atención las instrucciones que te resumo aquí. Para tu seguridad y para la de mi hijo. Siento haberte dejado una carga tan grande. No era mi intención pero, ahora mismo, no veo mejor persona para hacerse cargo de Pedrito. Creo que tú le ayudarás mucho. Y, de alguna forma, él también te ayudará a ti, que sé que lo necesitas. Junto a esta carta, verás que en la caja hay dos flores, dos rosas rojas. Es hora de que te desvele algo que muy poca gente sabe…"
Entre lágrimas, Ignacio terminó de leer la carta que acompañaba al paquete enviado por Jimena. Al llegar al final la cerró con suavidad, la guardó en un cajón de la cocina y después se marchó junto a la cuna. Cogió al niño y lo abrazó con fuerza. No podía evitar una honda preocupación y una inquietud tan grande que casi le dolía.

Corrales tenía los ojos cerrados. Estaba muerto. Alejandra lo sentía así aunque una máquina de sonidos intermitentes le decía lo contrario. El policía parecía inerte al otro lado de la cristalera. Los médicos le habían colocado en la misma unidad que a Carmen. Él, en primer plano. Ella, al fondo.
- Dos muestras de mi fracaso – se atrevió a admitir en voz alta.
- ¿Puedo utilizar esa frase como titular? – Libertad sorprendió a Alejandra, quien se creía sola en el pasillo del hospital.
- ¿Quién es usted?
- Redactora de El madrugador, para servirla. A lo mejor se acuerda de mí como integrante de la plantilla de La verdad. Es que he sufrido algunos cambios en los últimos días. Me interrogó usted porque yo estuve en la fiesta donde murió Marina.
- Ya me acuerdo. Usted era la que bailaba como una posesa.
- Y usted la comisaria a la que se le acumulan los fiambres. En fin, todos tenemos puntos negros en nuestro historial…
- No soporto a los periodistas. No pienso decirle ni una palabra…
- Comisaria, su reputación está por los suelos. La llaman la Martes y 13. Otros la han rebautizado como la Jessica Fletcher de la ciudad, donde está usted, hay un crimen. O, bueno, cinco crímenes. Creo que le vendría bien un lavado de imagen.
- Sinceramente, me queda bastante poco tiempo por aquí. Como bien ha publicado, he sido expedientada y seré trasladada en unas semanas.
- Yo puedo hacer que usted se vaya con la cabeza muy alta. He investigado y este crimen está muy relacionado con gente que trabaja muy cerca de mí. Podría ayudarle a encauzar el caso y, con ello, darle un buen corte de mangas a los que nunca han creído en usted.
- ¿Y usted qué gana con eso?
- Un reportaje en exclusiva y un cargo de directora en el periódico.
Alejandra la miró resignada.
- Me dirá todo lo que sabe.
- Por supuesto. Pero antes tengo que llevarme algún dato de aquí. ¿Cómo está ese? – preguntó señalando a Corrales.
- En coma. Igual que la otra. Y los médicos los han puesto juntos.
- Como si fueran dos muestras de su fracaso… - añadió Libertad apuntando en su libreta.

Marta cayó violentamente sobre unos arbustos y sintió que aquel oscuro descampado sería el lugar que la vería morir. Alejandro le apuntaba con una de sus pistolas. El hombre había arrastrado a la chica desde La salamanquesa hasta aquel solar, después de disparar contra Corrales, al que creyó matar. Durante un buen rato estuvieron caminando. Después la metió en el maletero del coche y condujo varios kilómetros. En el camino Marta intentó escapar varias veces sin éxito. Cuando el vehículo se detuvo pensó que su final se acercaba y, al verse tirada allí, entre matorrales, lo tuvo más claro.
- Di tus últimas palabras.
- Sólo puedo decirte que me alegro de que hayas matado a ese cabrón.
- Te recuerdo que fue el hombre con el que me engañaste.
- Pero yo te quería a ti. Para mí sólo fue un entretenimiento – mintió.
Alejandro no se lo tomó a bien y retiró el seguro del arma.
- De mí no se ríe ninguna mujer.
- No me río de ti. Sólo quiero que todo vuelva a ser como al principio. Cuando tú me querías…
- Yo siempre te he querido.
- ¿Y por qué me quieres matar? ¿Y por qué me pegas?
- Porque quiero que seas mejor. Quiero que seas como yo siempre he soñado. Una buena mujer, que me dé un hijo y formemos una familia en condiciones.
- Podemos tener eso juntos. Y no tenemos que esperar. Mi hermana tuvo un niño antes de morir. Y sé quién lo puede tener – recordó la última confesión de Corrales sobre lo que había descubierto de Ignacio y su reciente visita al pediatra.
- ¿Y qué me importa a mí ese niño?
- Será nuestro bebé. Lo criaremos juntos y formaremos esa familia que siempre soñaste.
Alejandro siguió apuntando a Marta con la pistola. Pero, tras pensárselo mucho, la bajó y estiró la mano para levantar a la chica. Ella se abrazó a él ilusionada pero cuando la mirada del hombre se perdió de la de él, su gesto se volvió agrio.

Eva buscó entre los coches.
- ¿Román? ¿Román? – preguntó en voz baja y temerosa.
Sentía escalofríos al verse en el polígono industrial tan solitario y oscuro. El fotógrafo salió de un vehículo, apareció por detrás y la sorprendió con un abrazo inesperado.
- ¡Aquí me tienes, nena! Todo para ti.
- Eres imbécil. Me ha asustado.
- No pretendía.
- ¿Qué haces así vestido?
- ¿Qué le pasa a mi chándal? Siempre lo llevo para las aventuras peligrosas. Y ésta es una de ellas.
- Venimos a registrar una fábrica de flores no a correr la maratón de Nueva York.
- Me gusta que critiques mi ropa. Eso quiere decir que te preocupas por mí.
- Eso quiere decir que dañas la estética. Dejémonos de tonterías y entremos.
Eva comenzó a caminar pero Román la detuvo.
- No, tú te quedas aquí. Ya sabemos lo que le pasó a Carmen la otra vez. Y no voy a permitir que eso te suceda a ti.
- Vale, ya has cumplido con tu discurso de machito valiente y ahora los dos entramos ahí dentro.
- No lo entiendes. Es por seguridad. No sabemos lo que hay dentro. Yo llevaré mi móvil. Te llamaré cada cinco minutos. En el momento en que deje de hacerlo, llama a la policía. Mientras, espera en mi coche.
- ¿Y por qué no entro yo?
- Porque yo llevo chándal y tú te has puesto el vestido de licra del cotillón de hace dos años. Si alguien tiene que correr, es mejor que sea yo.
Eva iba a hablar pero decidió callarse. Román le dio un beso en la mejilla y se alejó. Allí, tan sola, no pudo evitar sentir un escalofrío.

Laura llegó a casa. La mansión parecía vacía pero ella llegó dispuesta a plantearle todas las interrogantes que le surgían sobre la flor que le había entregado, ahora que sabía que Marina le había dado una a Eva, exactamente igual a la que ella tenía.
- Anacleto.
- Sí, señorita, ya tiene preparado el cóctel en su dormitorio.
- ¿Y mi padre?
- No se encuentra en casa. Debe de estar de viaje.
- Llámelo y pasémelo al teléfono de la salita azul.
Escasos segundos después, Laura respondió al auricular.
- Lo siento, señorita. Su padre está ausente. Pero tengo otra llamada para usted. Es un tal Mauri. - Sí, pasémelo. ¿Mauri?
- ¿Ya te has enterado, Laura? Tengo otro crimen en mi bar. Menos mal que éste no se ha muerto.
- Míralo por el lado bueno. Es la mejor promoción para esas medias lunas con fiambre que querías poner de tapita.
- Cuando Sanidad me dé el permiso para abrir, ya estaré jubilado…
- Mi padre tiene muchos contactos. Si hablo con él, seguro que te acelera las cosas. Además, así lo conoces. Quiero que sepa quién es mi mejor amigo.
- Estaré encantado de conocerle…

Natalia llegó al punto de encuentro acordado. Iba cubierta con la capucha de su abrigo. Hacía frío. Miró alrededor y, al fondo de la calle, descubrió la sombra que buscaba.
- ¿Chiqui? – preguntó al acercarse.
El subdirector de La verdad se giró hacia ella. Su gesto era serio.
- Esto es un error y lo sabes. Nadie puede vernos juntos - dijo él visiblemente molesto.
- ¡Todo es un error! Desde el principio, todo ha sido un error. Es hora de pararlo.
- No, Natalia. Estamos a punto de conseguirlo. No voy a permitir que todo lo que hemos hecho se venga abajo. Piensa en toda la gente que ha muerto por esto…
- Precisamente por eso. No quiero que muera nadie más.
Chiqui colocó sus manos sobre el hombro de la chica.
- Natalia. El día se acerca. Y nosotros estaremos allí…

Eva colgó el teléfono. Era la tercera llamada que Román le realizaba desde el interior de la fábrica de flores. De momento, según el fotógrafo, el edificio parecía completamente vacío. La chica salió del coche. Se sentía una completa inútil. Fuera sintió un tremendo frío. Su vestido era demasiado ligero. Se frotó los brazos para entrar en calor pero fue insuficiente, así que decidió buscar alguna manta en el vehículo del fotógrafo. Miró en el asiento trasero pero no la encontró, así que abrió el maletero. Encontró rápidamente la manta pero también una bolsa con ropa. Rebuscó en ella y tiró de una tela blanca. Sus temblores aumentaron al descubrir que aquella ropa era, en realidad, un traje largo con capucha, similar a los que había visto en la ceremonia sectaria de la fábrica de flores. Se quedó completamente aturdida. Pensó en huir pero se vio paralizada. En ese momento, el sonido de su teléfono la estremeció. Era Román. Su llamada volvía a indicarle que, dentro del edificio, las cosas seguían bien.

Ignacio hacía la comida cuando el timbre de su puerta sonó. Se asustó pero decidió abrir no sin antes cerciorarse de la identidad del visitante a través de la mirilla.
- ¡Eduardo! ¿Cómo tú por aquí?
- Bueno, ya que no te veo mucho por el periódico he venido a ver cómo estabas.
El fotógrafo entró en la casa y se acomodó en una de las sillas del salón.
- ¿Sólo has venido a ver cómo estaba? – dudó Ignacio.
- Bueno, en realidad, no. Sé lo del bebé. Eva y Román me lo contaron. Quiero que sepas que te podemos ayudar en lo que necesites.
Ignacio fijó su vista en Eduardo y comenzó a responder casi mecánicamente.
- Gracias.
- Román y Eva están ahora mismo investigando en una fábrica de flores donde vimos reunirse a una extraña secta. A mí me pidieron que viniera a verte. Eva está convencida de que la clave de todo la puede tener el master que hicistéis Marina, Jimena y tú…
- Ya.
- ¿Tú sabrías algo que todavía no nos hayas contado?
- No sé.
- Por ejemplo, ese profesor… ¿dónde está? ¿quién es?
- Perdóname, un momento, se me quema la comida.
Ignacio entró en la cocina. Dio varias vueltas muy nervioso por la estancia. Decidió abrir el cajón donde guardaba la carta que le había enviado Jimena y releyó uno de sus últimos párrafos. “En algún momento, alguien te preguntará por mi hijo y por el master que hicimos juntos. Querrá saber más de las flores y su secreto. No lo dudes. Quien sea, querrá matarte. Adelántate. No permitas que te haga daño a ti ni a mi hijo”.
Ignacio guardó la carta en el cajón, cogió el cuchillo más grande que tenía y salió de la cocina.

domingo, 4 de mayo de 2008

CAPÍTULO XV: LA HORA SEÑALADA

(En capítulos anteriores: Mauri organiza una fiesta de inauguración en La salamanquesa, donde reúne una gran cantidad de público. Entre ellos está Corrales, quien se avergüenza de su desliz con la comisaria. Pasar página no le resultará fácil porque Javier ha enseñado a Marta las imágenes del encuentro sexual. La chica golpea al policía y jura venganza. En la fiesta está también Eva, quien se mueve entre la reconciliación con Román, y la pasión que siente por ella Eduardo, aunque él no se decide a contárselo. Marina regresa a entregarle una flor a su hermana pero, tras un apagón , la chica ha aparecido muerta…)

Doblaron las campanas. Eva salió de la iglesia. Una lágrima escapó bajo sus negras gafas de sol. Laura la acompañaba y la sostenía por un brazo. Delante varios hombres, todos desconocidos, sostenían el ataúd que llevaba a su hermana. El coche fúnebre esperaba a las puertas.
- La odié hasta el último minuto de su vida – confesó Eva – No le di ni esa mínima concesión.
- No te lamentes por eso. Tú no sabías que iba a morir. Y ella te había hecho mucho daño.
- Justo antes de morir me entregó una rosa, una de esas rosas que llevaba Jimena… Me dijo que era muy importante… ¿Qué coño significa todo eso?
Laura recordó y decidió contarle la verdad a su amiga.
- Yo también tengo una de esas rosas. Mi padre me la dio…
- ¿Tu padre?
- ¿Crees que puede saber algo sobre todo lo que está pasando?
Eva quiso revelarle que el señor Chaflers había entrado en casa de Jimena. La periodista tenía fundadas sospechas de que el padre de Laura tenía la clave de muchos enigmas. Pero no se sintió con fuerzas para esa conversación.
- Prometo que no pararé hasta descubrir quién ha hecho todo esto. Al menos quiero darle a mi hermana el nombre de su asesino.
- Es bueno tener un objetivo en la vida.
- Es lo único que me queda. Estoy completamente sola.
- Bueno, al menos, tienes a un hombre que te quiere…
Eva pensó en Román.
- No tengo muy claro de si él puede llegar a querer a alguien.
- Por supuesto que sí. Se lo nota muchísimo. Se le cae la baba.
- Pensaba que cuando decías que estabas ciega, era en sentido figurado… Él es frío como un témpano…
- Qué va. Es un primor, te quiere a la legua. Tienes que darle una oportunidad. Es una buenísima persona.
- Pero, ¿tú le conoces acaso? No sabía ni que habíais intercambiado muchas palabras.
- ¿Con Eduardo? Pero si sabes de sobra que somos amigos…
- Pero, ¿qué me estás contando de Eduardo? ¿Qué tiene que ver él con esto?
- ¿De quién te voy a hablar si no es de él? Me dijo que ya te había contado lo enamorado que está de ti. Se desvive por hacerte feliz. Pero, ¿no te lo dijo en la fiesta?
Eva recordó entonces la tristeza en la mirada de Eduardo cuando le sorprendió junto a Román en el baño de La salamanquesa. Sintió que su vida se llenaba de complicaciones. La comisaria Alejandra la sacó de sus pensamientos.
- Siento mucho lo que ha pasado.
- ¿Qué quiere usted de mí? Ya nos tuvo retenidos cuatro horas en la fiesta junto al cadáver de mi hermana y ya me interrogó suficientemente, ¿no le parece?
- Teníamos que encontrar cualquier prueba que pudiese aclarar quién apuñaló a Marina…
- ¿Y ya sabe algo?
- De momento, no. Pero estamos trabajando en ello.
- No deben de estar trabajando demasiado bien cuando los asesinos cometen sus crímenes delante de sus narices y no son capaces de cogerles. Ahora, si me disculpa, voy a enterrar a mi hermana.
Eva se alejó. La preocupación de la comisaria aumentó. Realmente su gestión estaba resultando un fracaso. Durante un largo tiempo sus agentes habían registrado La salamanquesa palmo a palmo y cacheron e interrogaron a todos los asistentes a la fiesta. La autopsia había revelado que Marina había muerto de tres puñaladas, con un cuchillo muy similar al que había acabado con la vida de Jimena o La Toñi. Pero ninguno de los presentes portaba arma alguna. Sus declaraciones no permitieron aportar pista alguna, aunque Alejandra estaba convencida de que el asesino era uno de los asistentes a la fiesta. Ese avance en su investigación no había convencido a sus superiores, que le habían de dado de plazo un mes antes de forzar su traslado.

El entierro fue breve y sencillo. Laura se despidió de Eva y se marchó acompañada de Mauri. La subdirectora de El Madrugador se acercó a su coche. Román y Eduardo esperaban junto al vehículo. El corazón se le aceleró mientras se acercaba. Forzó una sonrisa para saludarles.
- Lo sentimos mucho – dijo Eduardo.
- De verdad. Todo lo que necesites… - añadió Román.
- En realidad, sí necesito algo. Sé que la clave del asesinato de mi hermana está en esta rosa – y entonces levantó la flor que llevaba en la mano. Tú, Román, estuviste en la fábrica de flores donde nosotros vimos aquella secta tan rara. Creo que ahí está el quid de todo esto. Y allí vimos a Natalia y a Chiqui Esteban. Ellos dos saben más de la cuenta.
- Recuerda que Carmen también acudió a ese sitio. Yo la fotografié entrando. Y fíjate cómo acabó la pobre. Puede ser peligroso… - le advirtió Román.
- Sé que esto es peligroso. Acabo de enterrar a mi hermana apuñalada.
- Lo siento, no quería…
- Perdona mi brusquedad. Pero no hay tiempo para remilgos. El asesino de mi hermana tiene que ver con esa secta y también con ese master que dieron en la universidad junto a Ignacio. Román, tú y yo, volveremos a la fábrica de flores esta misma noche a ver si sacamos algo en claro. Y tú, Eduardo, debes preguntarle a Ignacio todo lo que sepa sobre el profesor de ese master. Tengo serias sospechas de que él tiene muchas respuestas a todo.
Eduardo se quedó algo triste con la propuesta pero aceptó resignado. Se iba a marchar pero antes Eva le abrazó con fuerza. La chica se le acercó al oído y le susurró.
- Gracias por todo. Ya hablaremos.
Eva sonrió levemente y Eduardo le correpondió algo aturdido.

A esa hora la actividad en el interior del edificio de la fábrica de flores era muy intensa. Un centenar de personas bailaban acompasadas de una música frenética. Todos estaban cubiertos por una capa blanca y máscaras. Natalia trataba de reconocer una figura entre todas. Aprovechando la coreografía iba ganando puestos hacia delante, hasta que identificó a quien buscaba.
- Chiqui, tenemos que hablar… - murmuró sin perder los pasos que marcaban el baile…
- ¡Natalia! ¡Estás loca! No pueden vernos hablar…
- Es importante…
- Quedemos después de la ceremonia.
En ese momento, el portador de la gran máscara volvió a aparecer en el púplito.
- ¡¡¡El día se acerca!!! ¿Queréis vuestra rosa?
- ¡¡¡¡Sí!!!! - exlamaron todos.

Ignacio daba el biberón a Pedrito. El niño sonreía mientras bebía. Cuando terminó, le limpió con suavidad la barbilla y lo recostó en la cuna. Entonces sonó el timbre. Abrió la puerta. Era un mensajero.
- ¿Pedro?
- No.
- ¿Ignacio?
- Sí, soy yo.
- Es un paquete para Pedro e Ignacio. Firme aquí…
- ¿De quién es?
- De Jimena María Alcollante.

En La salamanquesa la comisaria Alejandra trataba de encontrar pistas que pudieran llevarle al asesino. El bar, clausurado desde el crimen, se había convertido para ella en una especie de refugio. Pasaba horas y horas examinando cada rincón para intentar encontrar algo que no sabía ni qué era ni si realmente existía. Era de noche. Tal era su desánimo que ni había encendido las lámparas del establecimiento. La única luz que entraba desde la gran cristalera exterior a pie de calle era la que aportaba una farola. Desde esa cristalera se asomó Corrales antes de entrar en el bar y comprobar que allí estaba la comisaria. Abrió la puerta.
- Me han dicho que estarías aquí. No deberías estar sola.
- ¿Y qué más da? ¿A alguien le importaría lo que a mí me pasara?
- A mí me importaría. No debes dejarte llevar por la desilusión.
- ¿Se sabe algo de Marta?
- Nada. Ni una pista. Acaban de darle el alta a Javier. El muy cabrón se pondrá bien…
- ¿Y el guardia que la custodiaba?
- Tiene para algún día más en el hospital pero también se pondrá bien. Marta les dio un buen golpe…
- Qué horror...
- Javier lo ha contado todo. Ha firmado hoy su declaración. Me han comunicado ya mi expediente sancionador. Me han bajado un grado y me trasladarán a una comisaría de Teruel. ¿Y a ti?
- Me han dado un mes para cerrar la investigación de los crímenes pero no deben de tener muchas esperanzas. Me han dicho que están buscándome sustituto. A mí me tienen ya una plaza en Huelva. Vuelvo a la oficina de denuncias.
- Siento lo que ha pasado.
- Hemos pagado nuestros pecados, ¿no?
- Lo siento, sobre todo, por Marta. Ahora anda vagando por ahí. Ha sufrido demasiado en la vida. No se lo merece.
Alejandra no pudo evitar dejarse llevar por la emoción y comenzó a llorar desconsoladamente. Corrales se dio cuenta de lo insensible que había sido con ella y corrió a abrazarla.
- Perdóname. No sé ni lo que digo...
- Pero, qué escena tan romántica.
La comisaria y Corrales se volvieron hacia la puerta. Acababa de entrar Marta. Llevaba una pistola en la mano. Apuntaba al que había sido su novio.
- No me esperaba menos de vosotros. Debe poneros hacerlo en el escenario de un crimen. Con una comisaría no es suficiente.
- Marta, no es lo que parece. Cometí un error. No hagas tú lo mismo – le rogó el chico.
- Me dan igual tus explicaciones. Confié en ti y me traicionaste. Ahora sé que estoy sola. Y vosotros pagareís por ello.
- No cometas una locura. Todavía estás a tiempo de reconducir tu vida. Tengo una pista fundamental sobre el paradero de tu sobrino. Ignacio, el director de El Madrugador, llevó a un pediatra a un bebé de la misma edad del hijo de Jimena. He investigado y ambos se conocían desde la facultad. Jimena debió de entregarle el pequeño a Ignacio antes de morir.
Los ojos de Marta derramaron algunas lágrimas.
- Mi niño – balbuceó ensimismada. La comisaría la sacó de su ensueño.
- Mátame, Marta. Dispárame. Yo soy la culpable de todo.
Marta la miró extrañada pero dirigó su arma sobre ella.
- Mátame. No lo pienses. Yo te he robado a quien tú querías…
- Pero, ¿qué dices? – protestó Corrales – No le hagas caso. Baja ese arma y ambos iremos a buscar a tu sobrino.
- Te puedo contar las cosas que hicimos y que no salen en esa cinta de vídeo. Lo que disfrutamos mientras tú esperabas en esa habitación… - insistió la comisaria.
Marta lloraba mientras colocaba su dedo en el gatillo.
- ¡Mátame! ¡Yo soy la que te ha quitado la felicidad!
- No le hagas caso. Se ha vuelto loca – rogó Corrales
Marta dudaba pero los gritos y proclamas de la comisaria se apoderaron de su mente.
- ¡Piensa en tu sobrino! - exclamó el chico.
- Ese niño está muerto. No le creas. Sólo quiere engañarte. Como te engañó conmigo. Mátame, mátame – pidió desesperada Alejandra. De pronto escuchó el disparo. Le dio tiempo a cerrar los ojos. Aguardó el impacto de la bala, esperó el dolor intenso pero no llegó. Abrió lentamente los ojos. Marta seguía apuntándole a ella pero quien había caído al suelo ensangrentado era Corrales. Las dos mujeres se miraron sin comprender lo que había sucedido hasta que ambas se giraron hacia la cristalera exterior del bar. Allí, bajo una lluvia intensa que acababa de iniciarse, Alejandro sonreía mientras sostenía el rifle con el que acababa de disparar a Corrales. Había cumplido el primero de sus objetivos.