lunes, 23 de junio de 2008

PENÚLTIMO EPISODIO: LA DECISIÓN MÁS DIFÍCIL


(En capítulos anteriores: Marta y Corrales regresan a casa de Ignacio para a recuperar las flores que había en la caja enviada por Jimena. Allí Alejandro, que no ha fallecido del todo, despierta para dar un último tiro que mata a la chica. También Corrales sufre el impacto de una bala. Sólo Pedrito ha sobrevivido al tiroteo. En la azotea de la fábrica de flores, Carmen se descubre como la asesina de Jimena y La Toñi, mientras que el señor Chaflers admite haber matado a Marina. El hombre lo hizo por salvar a su hija y Carmen lo hizo por su amor a Ignacio. Pero cuando descubre que el hombre al que idolatra ha muerto aprieta el botón que activa las bombas de las fábricas de gas…)

- ¿Qué has hecho, Carmen? Acabas de condenar a toda la humanidad.
El señor Chaflers se llevaba las manos a la cabeza. Todos los que llenaban la azotea de la fábrica de flores miraban a la chica asustados.
- Todo me da igual ya. Nada tiene sentido si no está Ignacio – lloró Carmen desconsolada.
- Hay muchas cosas en la vida aparte de un hombre, el cual, por cierto, según tengo entendido, pasaba bastante de ti – le dijo Alejandra sin concesiones.
- Él me amaba pero todavía no se había dado cuenta.
- Mataste al amor de mi vida. A la madre de mi hijo – le acompañó en lágrimas Chiqui – Por cierto, ¿dónde está mi hijo? Se supone que lo iba a cuidar Ignacio.
- Marta y Corrales se lo han llevado a casa de Ignacio. Querían recuperar las dos flores que le envió Jimena – respondió Eduardo.
- Sólo ellos sobrevivirán si no nos damos prisa. Hemos de encontrar esas flores verdaderas – sentenció Javier y se dirigió en tono amenazante hacia el señor Chaflers - ¿Dónde están?
- ¡No os lo diré! ¡No sois dignos de vivir en un mundo nuevo!
Javier intentó golpearle pero Laura se puso por delante.
- A mi padre ni lo toques – entonces se volvió hacia su progenitor – Papá, hemos de encontrar esas flores. Entiéndelo. Si no, moriremos todos.
- A veces es mejor un sacrificio a tiempo…
Entonces se oyó un golpe fuerte y seco. Eva, que lo había visto todo, se tapó los ojos con las manos y se abrazó horrorizada a Román, que estaba a su lado. Carmen acaba de lanzarse al suelo desde la azotea. Algunos se asomaron y comprobaron que la chica yacía inerte junto a la verja de la fábrica.
- ¡Qué horror! – se lamentó Eva entre solllozos.
- Tranquila, tranquila – la consoló Román.
El señor Chaflers aprovechó la confusión creada por el sucidio de Carmen para intentar huir por las escaleras. Arrastró de la mano a su hija pero Javier les sorprendió.
- Detente. Tú no vas a ningún sitio.
Laura lanzó una patada certera que redujo al policía. Su padre y ella huyeron rápidamente por las escaleras sin mirar atrás. En la azotea comenzó una lluvia de puñetazos y golpes indiscriminados. La lucha sin cuartel llegó hasta Natalia y Libertad.
- ¡Eres una guarra! No me quitarás esta exclusiva – se encaró Natalia.
- Eso es lo que tú te crees. Esta noticia es mía. Tengo declaraciones en primicia de la comisaria – le dijo Libertad mientras le propinaba un puñetazo en la cara.
- Pero si ésa no pinta nada aquí. Yo firmaré esta noticia. Que para eso llevo tanto tiempo metida en una secta… Lo mío es periodismo de investigación – le respondió tirándole del pelo.
- Lo tuyo es basura – contestó mientras añadía a sus palabras un rodillazo.
- ¡Pero no os dais cuenta de que si no encontramos las flores, moriremos todos! – trató de calmarlas la comisaria. Su éxito fue nulo. Ambas chicas continuaron peleando hasta llegar a una de las cornisas mientras sorteaban los numerosos grupúsculos que luchaban entre ellos. Eva, Román y Eduardo trataban de zafarse de los miembros de la secta que se lanzaban sobre ellos. Eva se sacó un tacón y se lo clavó en la espalda a uno que intentó matar a Eduardo con un cuchillo. Román esquivó el lanzamiento de varios ladrillos que había en la azotea y los devolvió con mejor puntería, lo que eliminó a varios de sus agresores. La intensidad de las peleas iba en aumento. Alejandra sacó su pistola y dio varios disparos al aire pero perdió el arma cuando Chiqui Esteban se abalanzó sobre ella totalmente poseído. Cayeron al suelo.
- ¡Hay que encontrar esas flores! – gritaba mientras apretaba el cuello de la comisaria con las dos manos. Alejandra se removía dolorida pero, poco a poco, fue perdiendo el aire y la fuerza. Cerró los ojos. Cuando estaba a punto de desfallecer, sintió que el peso de Chiqui Esteban sobre su cuerpo desaparecía. Al abrir los ojos comprobó que había sido Eduardo el que había salido en su defensa. Ahora ambos hombres se revolcaban sobre el suelo intentnado zafarse el uno del otro.
- ¡Cacho perra! – Natalia se acaba de recuperar de los golpes recibidos y lanzó un fuerte puñetezo al estómago de Libertad. La periodista se revolvió. Natalia aprovechó para empujarla y Libertad quedó al borde de la azotea - ¡Esta exclusiva te va a costar la vida, reportera de pacotilla! – le gritó mientras ponía todas sus fuerzas en empujar a Libertad azotea abajo.
- Si yo caigo, te vienes conmigo, inmunda.
- Inmundas son tus informaciones…
- ¡Basura!
Román saltó lo más alto que pudo y, en el aire, estiró una sus piernas para acabar con dos miembros de la secta que trataban de matarle con dos objetos punzantes. La fuerza de la patada les hizo caer azotea abajo. Eva se giró velozmente y clavó de nuevo su tacón contra una desconocida que le había cogido del pelo y trataba de lanzarla por una de las cornisas. Cuando se recuperó, observó que Chiqui Esteban tenía atrapado a Eduardo y estaba a punto de golpearle con un ladrillo en la cabeza.
- ¡Noooo! – el grito de Eva hizo reaccionar a Román, que se apresuró por coger otro de los ladrillos para lanzarlo contra Chiqui. Eva recuperó su tacón y también lo tiró con similares intenciones. Pero no hizo falta. Alejandra había recuperado su pistola y disparó contra el hombre que justo antes la había intentado matar. Chiqui cayó al suelo. Eduardo se incorporó asustado. Sentía que su vida había estado a punto de concluir. Román, Alejandra, Eva y él se miraron. Apenas había ya nadie en pie sobre la azotea.
- Tenemos que salir de aquí – decidió Román.
Los cuatro abandonaron la azotea sorteando algunos cuerpos que yacían sobre el cemento.

El señor Chaflers tiraba de su hija hacia el coche. Ella no dejaba de mirar atrás.
- Laura, debes correr más. No hay tiempo.
- Pero no puedo dejar allí a mis amigos…
- Has visto a mucha gente caer desde el edificio. Quizás ya están muertos…
- ¡No! ¡Mira allí está Eva! – Laura logró identificar a la periodista entre un grupo de cuatro personas que estaba saliendo del edificio - ¡Aquí! ¡Venid por aquí!
- ¡Dios mío! Es Laura. Nos está llamando – alertó Eva forzando la vista. Había comenzado a amanecer y la débil luz le permitió reconocer a su amiga. De pronto, tropezó con algo. Era uno de los muchos cadáveres que se había desplomado desde la azotea. Volvió a lanzar a un grito de horror - ¡Oh! ¡Es Libertad! ¡Y Natalia! – sollozó mientras se tapaba la cara con las manos.
- No mires. Y corramos – propuso Eduardo.
Los cuatro avanzaron rápidamente hasta el coche del señor Chaflers. El padre de Laura se puso al volante con su hija como copiloto. Los otros cuatro se acomodaron como pudieron en la parte de atrás. Alejandra quedó junto a una de las ventanillas y Eva se sentó entre Eduardo y Román. La chica se cogió de las manos de los dos. Eduardo le devolvió el gesto con un fuerte apretón. Román miraba desde la ventanilla mientras el coche avanzaba ya fuera del polígono industrial. En las calles había familias enteras paseando, ignorantes del trágico final que se avecinaba. Aquellas escenas de inocente tranquilidad le sobrecogieron. Una pregunta de Eva le devolvió a la realidad.
- ¿Dónde vamos?
- Tenemos que encontrar las flores para que todos nos pinchemos con sus espinas. Sólo así nos salvaremos – respondió el señor Chaflers.
La comisaria vio un cartel que informaba de la proximidad del cementerio.
- ¿Dónde están las flores?
- Las guardé en el mausoleo familiar. Antes estaban en casa de Jimena. Ella misma las cultivó en su invernadero. Me las llevé antes de que alguien las robara. Allí las sustituí por otras falsas, que son las que tenía preparadas la secta.
- ¿Cuánto tiempo tenemos antes de la explosión? – se interesó Eduardo.
- Creo que poco más de una hora.
- ¿Qué pasará cuando exploten todas las fábricas? – preguntó Román.
- Todos moriremos. Sólo sobrevivirán los que se hayan pinchado con la flor. Cada uno tiene que pincharse con una flor distinta. Laura, yo te di una. ¿Dónde la pusiste?
- Creo que la metí en una mochila que me dejé olvidada en un bar – respondió avergonzada - ¿Y tú, Eva? Tu hermana te entregó una antes de morir.
- La metí en el bolso verde. Pero no me pegaba con mi vestido de licra y lo dejé en casa.
- ¡Aquí estamos!
El coche entró en el cementerio. El señor Chaflers detuvo el vehículo, todos se apresuraron para bajar y corrieron siguiendo al padre de Laura. El mausoleo familiar era fácilmente identificable. Destacaba por su grandiosidad. La rojiza luz del amanecer resaltaba el brillo del mármol y la belleza de las imágenes esculpidas. El sol rebotaba en las rejas de metal que el hombre se apresuró a abrir. Todos entraron velozmente. Cruzaron un largo pasillo y finalmente llegaron a una sala abovedada con varios nichos. En el principal, descansaba la madre de Laura.
- Todo lo he hecho por ti – se confesó Chaflers ante la lápida.
- Papá. ¿Dónde están las flores?
Entonces, para sorpresa de todos, el señor Chaflers empujó la placa de mármol con el nombre de su esposa y aparecieron varias decenas de flores en perfecto estado.
- Ordené cambiar el ataúd de tu madre para guardar las flores aquí – se justificó mirando a Laura sin que nadie le preguntara - Fue una especie de homenaje. Cogió el conjunto de flores y lo sacó del nicho. Entonces extrajo una rosa y se acercó a su hija. Ella extendió un brazo y su padre le pinchó con una de las espinas. Laura repitió el gesto con su padre. Después hizo lo mismo con Eva y Alejandra. Las tres mujeres y Chaflers estaban ya salvados. Los fotógrafos esperaban a la entrada de la sala. El señor Chaflers se aproximó a ellos pero cuando iba a extender sus brazos se oyó una voz al fondo que les hizo girarse a todos.
- Deja esas flores en el suelo ahora mismo – Javier acaba de entrar en el mausoleo. Apuntaba al grupo con su arma reglamentaria.
- ¡Javier! ¡Nos has seguido! ¿No crees que ya has hecho demasiado daño? – se encaró la comisaria con él.
- ¿Y tú qué sabes de hacer daño? No sois merecedores de vivir en el nuevo mundo. Arpías de la prensa, acosadores fotográficos, infieles redomados, mujeres frustradas, adictas al alcohol… ¿Es ese el mundo por el que llevo tanto tiempo luchando? Por supuesto que no. ¡No lo permitiré!
- ¿Por qué haces esto, Javier? Tú yo nos conocemos. Siempre me ayudaste en mi trabajo. ¿Por qué quieres matarnos ahora? - le preguntó Eva en tono conciliador.
- No lo entiendes. He estado disimulando todo este tiempo. Mi misión era comprobar que ni la policía ni la prensa sabían nada de lo que estábamos preparando. Por eso me metí en el cuerpo y por eso me enrollé contigo. Ahora es el turno de vuestra muerte.
- Si nos matas, te quedarás tú solo en este mundo – le advirtió el señor Chaflers – Tu padre no querría esto.
- No hables de mi padre…
- Tu padre era una buena persona por encima de todo – le respondió Chaflers.
- Mi padre era indigno. Yo quiero un mundo donde los hombres sean hombres y las mujeres, mujeres. ¡Por eso me metí en la secta! Para luchar por un mundo acorde con la naturaleza. ¡No hables de mi padre que me da vergüenza hasta de recordarle! Mejor ahora que está muerto. Recibió lo que se merecía…
- ¡Tu padre era la Toñi! – concluyó Laura.
Javier se puso nervioso y dirigió la pistola contra ella.
- La Toñi era mi amiga y era una pedazo de artista que quitaba las tapaeras del sentío, cantando por la Jurado. Pero, sobre todo, era una amiga por las que había que quitarse el sombrero. Si fuera mi padre, yo estaría orgullosísima de él…
- ¿Tú qué sabes de la vida? Si ahogas tu dignidad cada día en una copa…
- No le hables así a mi amiga… - le reprochó Eva.
- Habló la cornuda de España. Y encima todavía tiene la poco vergüenza de juntarse con el hortera del chándal que le engañó con su propia hermana.
- Oye, que es de felpa de la buena – se defendió Román.
- Basura. Eso es lo que sois todos… El mundo nuevo que se va a crear no va a contar con vosotros. Sois excrementos de la sociedad. ¡Pon las flores en el suelo!

El señor Chaflers dejó la rosa bajo la lápida de su esposa , que estaba semiabierta, y se apartó a un lado, junto al resto, por orden de Javi. El hombre se acercó a las flores y tomó una, con la que se pinchó en el brazo.
- ¡Ya está! Ya puedo mataros a todos.
Entonces la comisaria sacó el arma que guardaba en el cinturón a su espalda y, de un rápido movimiento, apuntó y disparó contra Javi. La bala le impactó en el estómago pero a él le dio tiempo a apretar el gatillo dos veces. La primera de sus balas chocó contra la lápida de la madre de Laura. El mármol se tambaleó y acabó cayendo justo donde estaba el conjunto de flores, que quedó completamente aplastado, oculto bajo la piedra. La segunda se dirigó violentamente contra el pecho del señor Chaflers. Los dos heridos se retorcieron en el suelo durante unos segundos y, en seguida, se pararon en seco. Javier había muerto pero al señor Chaflers le quedaba un débil hilo de voz. Laura se agachó desconsolada junto al cuerpo de su padre.
- ¡No te mueras, papá! ¡No te mueras!
- ¡Hija…!
Román y Eduardo miraron el reloj. Si el tiempo que Chaflers les había dicho era correcto, apenas quedaba media hora para la explosión. Alejadnra fue la primera en buscar las flores.
- Han quedado todas aplastadas bajo la lápida.
Los dos fotógrafos y la comisaria intentaron levantar el mármol pero no se movió ni un solo milímetro. Se miraron entre ellos. Sus esperanzas de sobrevivir se esfumaban.
- ¡Un momento! ¡Aquí hay algo! – fue Eva la que había lanzado aquella exclamación mientras examinaba la tumba de la madre de Laura. Se puso de puntillas para alargar el brazo lo máximo posible y así poder recoger lo que había avistado desde fuera. Román y Eduardo se acercaron. Cuando Eva se giró llevaba una rosa en la mano. Los dos hombres la miraban. Ella miró a ambos y sus ojos se humedecieron.
- Sólo hay una.
Hubo un silencio. Lo rompió Román.
- Debes elegir.
Eduardo asintió con la cabeza.
- Sí, debes elegir.
Eva bajó la cabeza para observar la rosa que tenía entre sus manos. Una flor y dos hombres frente a ella.

lunes, 16 de junio de 2008

CAPÍTULO XXI: EL NOMBRE DE LOS ASESINOS

(En capítulos anteriores: Eduardo y Marta leen la carta de Jimena y descubren que las empresas gas de Chaflers están preparadas para dispersar un gas letal del que sólo sobrevivirán los que se pinchen con las rosas. Marta, Corrales y Pedrito optan por recuperar las rosas que Ignacio guardaba en su casa. Eduardo, en cambio, decide ir a salvar a sus amigos a la fábrica de flores, donde el grupo se ha salvado del incendio pero acaba rodeado por los sectarios en la azotea. Allí Laura descubre que Mauri es el portador de la gran máscara. Chiqui Esteban le apuñala ante todos y pide auxilio a la que llama líder de la secta…)


Hacía frío. De ese frío que parece romper la piel. Laura iba enfundada en un largo abrigo negro de tela. Llevaba leotardos, unos guantes y un gorro de lana del mismo color. Su padre la cogía de la mano, casi arrastrándola por el césped del cementerio. Hacía frío. Y ese frío le congelaba las lágrimas.
- ¿Dónde está mamá? – balbuceó.
El señor Chaflers se detuvo bruscamente, se agachó y se situó ante ella.
- Ya te lo he dicho, Laurita. Mamá se ha ido para siempre.
- ¿Y cómo se llama el que se la ha llevado? – pregunto casi en protesta.
- Cáncer.
- ¿Y por qué el señor Cáncer se ha llevado a mamá?
El padre abrazó a su hija, la subió a sus espaldas y aceleró el paso para alcanzar la comitiva fúnebre. Fue un entierro sencillo y muy breve. El señor Chaflers pidió a Anacleto que vigilara a la niña y se acercó hasta un joven desconocido que había seguido la ceremonia desde lejos.
- ¿Quién es usted y qué quiere?
- Me llamo Mauricio. Usted no me conoce pero yo sí a usted. Sé lo que le ha pasado y lo lamento. Es injusto que ocurran estas cosas y que además no se encuentre al culpable.
- ¿Sabe usted quién mató a mi esposa?
- Lamentándolo mucho, no. Tengo fuentes en la policía y dudo mucho de que los encuentren. Dicen que son bandas internacionales…
- A mi esposa la mantuvieron atada durante cuatro horas y después la dejaron desangrarse… Y encima tengo que agradecer que mi hija estuviera en un campamento y no le tocara también a ella. Pero, ¿en qué clase de mundo vivimos?
- Por eso quiero hablar con usted. Estoy capacitado para decirle que existe un mundo nuevo. Y juntos podemos crearlo. Un mundo donde no tenga que preocuparse por la seguridad de su hija.
- Sólo tiene 12 años. Le he tenido que decir que su madre ha muerto de cáncer… ¿Cómo puedo ayudarle a crear ese mundo nuevo?

Laura corrió a agacharse junto a Mauri. El camarero se desangraba vertiginosamente pero todavía tuvo fuerzas para hablar. Ella le cogía la cara con las manos para tratar de tranquilizarle.
- Sólo quería un mundo nuevo para vivir tranquilos. Para que no pasara nunca más lo que le pasó a tu madre - le confesó en un hilo de voz el dueño del bar.
- ¿Puedes curar el cáncer?
- No, podía haber creado un mundo sin criminales…
Laura miró a su padre, quien lloraba desconsoladamente.
- A tu madre la mató una banda de ladrones. La retuvieron en casa y la mataron. No pude resistir ese dolor, el remordimiento de no haber estado allí para salvarla. Y me dejé convencer por esas ideas de Mauri de darte un mundo sin maldad. Pero Jimena me hizo ver que la solución no era matar a toda la humanidad. Nosotros no debemos elegir a los buenos…
- Jimena era una egoísta. Sólo ella y yo teníamos las claves de la transformación genética de las flores antídoto. Cuando se quedó embarazada, cambió de opinión. Decía que no quería que su hijo viviera en un mundo ficticio… Fue una traidora…
- ¿Por eso la mataste?

Jimena salió de una de las aulas de la Facultad de Biología. Marina e Ignacio le esperaban.
- No me veo. Cada vez me gustan menos las clases – protestó a sus amigos.
- Yo tampoco. Me arrepiento de no haberme matriculado en Periodismo. Todo porque mis padres me decían que soy un hombre ciencias.
- Lo importante es pasarlo bien en la vida. Hay que aprovechar al máximo donde estamos y disfrutarlo. ¿Por qué no nos apuntamos a algún cursillo este verano? – sugirió Marina.
- Puede ser una buena idea… - aceptó Jimena.
En ese momento otra estudiante chocó bruscamente con Ignacio. Los libros de ella cayeron al suelo y el joven le ayudó a recogerlos.
- Lo siento, ¿te has hecho daño?
- No, qué va. Me llamo Carmen. Soy compañera tuya de clase de matemáticas. Me siento justo detrás de ti...
- Encantado.
Ignacio siguió caminando sin hacerle demasiado caso. Sus dos amigas habían continuando andando sin esperarle. Una secretaria de la facultad interrumpió la conversación entras las chicas.
- Disculpa. ¿Eres Jimena María Alcollante?
- Sí, soy yo.
- La llaman por teléfono. Dice que es su hermana.
- ¿Marta?
Jimena fue a secretaría. Ignacio y Marina la acompañaron. Su preocupación aumentó cuando su amiga regresó hacia ellos envuelta en lágrimas.
- Mi madre ha fallecido esta noche. Mi hermana dice que se ha muerto de pena por mi culpa, por haberme ido de casa.

Marta y Corrales llegaron a casa de Ignacio. La joven llevaba a Pedrito en brazos. La vivienda aparecía revuelta, tal y como la habían dejado después de los incidentes. El policía encendió la luz y se asustó al ver al cuerpo inerte de Alejandro que yacía en el suelo.
- ¿Seguro que está muerto?
- Yo misma lo rematé – respondió Marta dándole varias patadas al cadáver para certificar su muerte – Lo que debemos buscar son las flores.
Pedrito se revolvió entre los brazos de su tía y comenzó a llorar. Marta decidió dejarlo en un sillón para iniciar la búsqueda sin obstáculos. Continuamente pasaba por encima del cuerpo de Alejandro. Después de varios minutos, comenzó a pensar que encontrar esas rosas no iba ser la tarea tan sencilla que esperaba.

En el cantil del muelle, Mauri esperaba a los miembros de la secta que había ido reclutando en los últimos años. Allí estaban el señor Chaflers, Jimena, Javier, Chiqui Esteban y Natalia, entre otra treintena de personas. Marina fue la última en llegar. Jimena se sorprendió al verla.
- ¡Marina! Tú también aquí… Qué de tiempo. No nos veíamos desde la facultad…
- Yo también conocí a Mauri entonces. Que tú fueras la única que terminaras el master, no te da la exclusiva…
- No sabía que tú habías sufrido una desgracia. Todos los que estamos aquí…
- Sí, todos los que estáis buscáis un mundo mejor. Partir de cero. Yo también, ¿sabes? Pero no lo busco para mí. Lo busco para mi hermana Eva. Le he hecho mucho daño y quiero que ella disfrute de esta nueva oportunidad…
- Eres muy generosa. Es bonito…
Mauri arengó a los reunidos y explicó los plazos de su plan. En apenas un año las fábricas de gas del señor Chaflers estarían listas para dispersar el veneno. La plantación de flores había comenzado. Sólo Jimena y él sabía dónde estaban las rosas y su método de utilización. Natalia tomaba notas al final de la reunión.
- Esto es un bombazo informativo – le susurró a Chiqui Esteban – ganaremos todos los premios del mundo. Dejaré de ser la invisible de mi periódico.
Pero Chiqui no le hacía caso. Sólo miraba fijamente a Jimena…

Laura lloraba de rodillas frente a Mauri, que perdía fuerzas por momentos.
- Yo no maté a Jimena. Yo la quería. La quería igual que quería al resto de los 40 que íbamos a empezar de nuevo.
- Pero, ¿y si no fuiste tú? ¿quién fue? ¿Y quién mató a la Toñi?
- ¿Y a mi hermana? ¿Quién mató a Marina? – exigió Eva indignada.
El señor Chaflers dio un paso al frente.

El viento soplaba de levante y allí, en el muelle, todavía más con más fuerza. El pelo le golpeaba con fuerza en la cara. Aquella era su tercera cita prevista en el día. Marina caminó por el dique apartándose el cabello con una mano. Le vio al fondo del cantil, justo cuando empezaba el mar.
- Aquí empezó todo, ¿no? – le recordó el hombre sin ni siquiera darse la vuelta, como si la hubiera escuchado llegar a pesar del enorme ruido que provocaba el viento.

- Sí. Pero entonces no estábamos solos.El señor Chaflers se giró y miró a la chica. Marina tragó saliva pero se esforzó en disimular su desasosiego.

- No voy a permitir que lo hagas – aseveró ella en un tono que sonó a promesa.

- Lo siento. Llegas demasiado tarde.
- ¿Por qué quieres detenerlo todo? Tú eres el que has puesto todo el dinero.
- Jimena estaba de acuerdo conmigo.
- Lo sé y lo ha pagado con su vida.
- ¿Tú sabes quién la mató?
- No, ni me importa. Jimena pensó que era libre pero desde que plantó esas flores asumió una serie de obligaciones con todos nosotros. Yo quiero darle una nueva vida a mi hermana. Y no te permitiré que lo detengas. Sé que habéis escondido las flores reales. Me lo confesó Jimena antes de morir. ¿Dónde están las rosas verdaderas?
- Nunca lo sabrás.
- Mataré a tu hija si no me lo dices.
- No puedes hacerlo. Es una de las elegidas.
- Hace mucho tiempo que me dan igual los elegidos…
- No te atreverás a ponerle una mano encima a mi hija.
- No sabes de lo que soy capaz…
Marina se alejó. El eco de los tacones resonó en el atardecer de aquel muelle.

En la azotea de la fábrica de flores, la confesión del señor Chaflers sobrecogió a muchos.
- ¡Mataste a mi hermana! – rompió a llorar Eva.
- Tú, no, papá…. Eres un asesino…
- Me dijo que te iba a matar. Así que acudí a la fiesta del bar y le clavé el cuchillo. Pensé que así la policía vincularía los crímenes. Sólo lo hice por salvarte la vida, Laura.
- Usted se cree que la policía es tonta. Pero yo tenía muy claro que esas muertes estaban causadas por distintos criminales – aseguró la comisaria.
- Por favor. No tenías ni idea de nada. O si no… dime, ¿y quién mató a a Jimena y a la Toñi? – le retó Javier.
- Fue… ¡Ésa! La de la capucha. Que se descubra y veremos la cara de la asesina – aventuró Alejandra.
La chica que estaba junto a Chiqui Esteban se descubrió el rostro.
- ¡Natalia! – exclamó Eva.
- ¡Y parecía una mosquita muerta! – se indignó Libertad.
- Yo no soy una asesina – se defendió ella – Nunca he matado a nadie.
- Eso tendrás que demostrarlo, bonita – avisó la comisaria.
- Ella es la líder de nuestra secta – protestaron algunos miembros de la secta bajo sus capuchas – Ella debe guiarnos hasta las flores.
- Yo os guiaré. ¡Seguidme! – exclamó Natalia intentando escabullirse de la azotea. Fue entonces cuando oyó el disparo. La puntería del tirador remató a Mauri. Laura se abrazó a su padre mientras los demás trataban de encontrar un escondrijo. Eva izó la cabeza para descubrir quién disparaba…

Jimena entró en La Salamanquesa. Había muchísima clientela. Quería hablar con Mauri, decirle que se iba, que nada de lo que le dijera le haría dar marcha atrás. Quería contarle que el señor Chaflers no quería explotar sus fábricas y que el padre de su hijo era Chiqui Esteban, quien también estaba de su lado en la decisión de dar marcha atrás en sus intenciones de crear un mundo nuevo. Pero el camarero estaba tan atareado que sólo le mandó un saludo desde lejos.
- Tienes toa la cara de una magdalena.
- ¡Toñi! No sabías que tenías actuación.
- Sí. Ya he cantado Yo soy esa, en la versión que se la pone a to el mundo tiesa.
- Ésa es muy bonita. Toñi. He de irme. Dile a Mauri que he intentado a hablar con él pero que me ha sido imposible. Mañana emprendo un viaje y quería despedirme de él. Dile que me llame.
- Se lo diré, guapa.
Jimena le dio un beso y se despidió. La Toñi iba a entrar en su camerino cuando de la barra vio levantarse a una joven que siguió el camino de Jimena. Le extrañó la rapidez con la que trató de abandonar el bar.
- Otra que se van sin pagar – pensó. Pero justo cuando cruzaba la puerta se le abrió el abrigo y un enorme cuchillo se asomó de uno de sus bolsillos interiores. La Toñi se estremeció y ambas cruzaron miradas de recelo. La cantante supo que algo horrible iba a ocurrir pero los ojos de aquella chica la dejaron inmóvil.
Jimena comenzó a andar y no tardó en darse cuenta que la seguían. Corrió durante un largo tiempo hasta que se rindió. Supo que iba morir al verle los ojos. Aunque no le dio tiempo a pensar demasiado. Estaba tan cansada de correr, que cuando cayó sobre el suelo mojado de aquel portal, casi se dio por vencida. Le miró a la cara antes de que le clavara el cuchillo. Se estremeció, aunque fingió templanza. Se mantuvo así hasta que pudo. Lo peor es que su asesina tampoco dejó de mirarla a los ojos en ningún momento.
- No me quitarás a mi hombre – le susurró Carmen a una Jimena que ya entonces estaba muerta. Días después Carmen regresó a La Salamanquesa, tras descubrir que La Toñi, a la que había mirado fijamente antes de salir del bar, sabía de su existencia y podría identificarla ante la policía o la prensa.

- ¡Es Carmen! – gritó Eva.
- Por supuesto que soy yo.
- Pero, ¡tú estabas en coma! - se extrañó Chiqui.
- El señor Chaflers y tú me intentastéis matar. Me sorprendistéis en la fábrica de flores cuando urdiais vuestro plan para boicotear las intenciones de la secta. Pero yo soy más lista que todos vosotros. He aguantado mucho para llegar aquí. Lo que no sabéis es que esa Natalia no es ni mucho menos una líder. ¡Es una falsa! Es una periodista que sólo trata de llevarse la exclusiva para La verdad.
Algunos miembros de la secta reaccionaron son gritos broncos y comentarios confusos. Libertad se quedó boquiabierta. Carmen continuó su proclama.
- Venga, díselo, Natalia. Me lo confesó el otro día mientras se creía que yo seguía en coma. Y ahora que he salido también he descubierto que las flores que creéis que os salvarán no están aquí. Las guardaron Jimena y Chaflers antes que ella muriera. Se lo escuché decir a Chaflers por teléfono a Chiqui. Eso fue antes de que matara a su mayordomo.
- ¡Por eso Chaflers entró en el invernadero de Jimena! ¡Para hacer el cambiazo! - concluyó Eva.
- Y Chiqui Esteban lo sabía todo menos el paradero de las verdaderas rosas... -añadió Carmen.
Los encapuchados, completamente rotos de ira, aislaron en un circulo a Natalia, Chiqui, Chaflers y a Laura, quien se agarró a su padre a toda costa.
- ¡Dónde están las flores! - exigieron.
- Las flores no harán falta si nadie aprieta el botón rojo...
- ¿Esto es lo que buscas? - Carmen llevaba un detonador con un enorme pulsador colorado - Tengo entendido que si lo aprieto se activarán las bombas y estallarán en dos horas.
- Pero, ¿tú cómo sabes tantas cosas? - se indignó Chiqui.
- Cuando me descubriste en la fábrica de flores, me hice la desmayada. Entonces estabas reunido con Chaflers. Así supe de todos vuestros planes y de su traición a la secta. Al mismo tiempo me di cuenta que eso que buscáis es lo que yo siempre he querido. Un mundo nuevo donde empezar de cero con Ignacio...
- ¿Todo esto es por Ignacio? - le preguntó Eva.
- Desde que le conocí un día en el autobús no he dejado de pensar en él. Me matriculé en Biología para estar con él. Estudié Periodismo para estar con él. Entré en El madrugador para estar con él. Mi vida es él. Todos los días me apostaba en la puerta de su casa para verle. El día que descubrí que Jimena le había entregado a su hijo no se lo perdoné. Pensé que el niño era de Ignacio y decidí matarla. Yo llevo compartiendo mi vida con él todos estos años. Y estoy a punto de ver cumplido mi sueño. Un mundo nuevo sólo para nosotros dos.
- Ignacio ha muerto - Eduardo acababa de entrar en la azotea de la fábrica de flores. El anuncio provocó un silencio.
- Eso no puede ser - dudó Carmen.
- Le ha disparado Alejandro. Acabo de venir del hospital. Ha muerto. Has hecho todo esto por nada.
Carmen no lloró. Sólo miró al horizonte y pulsó el botón rojo. Chaflers lanzó un grito de horror.

En casa de Ignacio, Marta rebuscaba en uno de los últimos cajones que quedaban por ver. Corrales seguía centrado en la cocina. Tras revisar todas las alacenas se sintió ridículo al descubrir, encima de la nevera, una enorme caja de cartón. La cogió y descubrió en su interior dos flores. Sonrió pero enseguida se le heló el gesto. Marta dejó de oir a Corrales rastreando y supuso que el chico había completado la búsqueda.
- ¿Has encontrado algo? - le preguntó ella.
Corrales apareció con la caja en el salón. Marta le apuntaba ya con su pistola.
- Lo traías pensado desde el hospital, ¿no? Sabías que sólo había dos flores. ¿Por qué no me mataste antes?
- Cuatro ojos buscan mejor que dos. Lo siento, Corrales. Pero tengo que salvarnos a mi sobrino y a mí. Ya no puedo volver a depender de un hombre.
- ¿Me vas a matar por una rosa?
- Es una cuestión de supervivencia. Ya me has demostrado de sobra que no mereces mi confianza. No quiero dispararte. Sólo dame esas flores.
- Si me pinchara, ya no serviría para vosotros.
- He sido rápida en aprender a manejar la pistola. No te daré tiempo si quiera a intentarlo. Dame la caja.
Corrales dudó mientras Marta quitaba el seguro al arma. Todo ocurrió muy deprisa. Alejandro, que yacía en el suelo, despertó de golpe y comenzó a disparar . Las balas se dirigieron sin precisión al sillón donde la chica había dejado a Pedrito. Las miles de plumas que rellenaban el asiento se dispersaron por toda la habitación. Marta se giró para volver a descargar su pistola contra Alejandro. El hombre cayó pero antes una de sus balas impactó contra la que había sido su novia. Le llegó directamente al cuello. Marta trató de taponarse la herida pero era insuficiente para contener la sangre. Cuando se giró, Corrales estaba pinchándose con una de las flores. Antes de caer sobre el suelo, la joven disparó contra él. El policía cayó de espaldas entre una nube de plumas que volaban por toda la habitación. La caja saltó por los aires y la rosa que quedaba en su interior también sobrevoló la estancia. Fue a caer justo encima de Pedrito. El niño, entusiasmado por aquella lluvia blanca de plumas, comenzó a llorar asustado. Sentía un dolor inmenso en un brazo, el lugar exacto donde se la había clavado una de las espinas de la flor...

domingo, 8 de junio de 2008

CAPÍTULO XX: LA HORA DE LAS FLORES

(En capítulos anteriores: Ignacio ha muerto. Marta y Eduardo se hacen cargo de Pedrito. Es en el hospital donde descubren que Corrales ha despertado del coma. Mientras, el peligro acecha en la fábrica de flores. Allí Laura se indigna con Eva tras descubrir que ella sabía que su padre conocía a Jimena. La chica huye y Eva, junto a Román, sale en su busca. En el camino se topan con Alejandra y Libertad. Todos entran en el edificio y allí interrumpen una sesión de la secta. El señor Chaflers sale en defensa de su hija y el portador de la gran máscara ordena sacrificarle pero la intervención de la comisaria provoca la caída de varias antorchas que rodean a los recién llegados en un círculo de fuego al borde de la muerte…)

Jimena avanzó por la calle. Llevaba una caja de cartón bajo su brazo. Cruzó una esquina y se topó de bruces con una cara familiar.
- ¡Toñi! ¡Qué susto! No te esperaba.
- ¡Jimena! ¿Dónde vas con tanta prisa? ¿Tienes angurria, hija?
- No, voy a entregar este paquete.
- No me hables de paquetes que me conozco…
- Bueno, Toñi, te dejo que no quiero me cierren. Espero que todo te vaya muy bien…
Jimena se alejó corriendo.
- Esta muchacha es más rara que comerse un gazpacho sin pepino – criticó en voz baja La Toñi mientras vio marcharse a la joven. La Toñi continuó avanzando hacia su lugar de trabajo. Allí ya le esperaba Mauri.
- Hola, Toñi. ¿Cómo estás? Mira, ya te he preparado el nuevo cartel. Fíjate qué bonito el lema: Esta noche, La Toñi te encandilará con todo su repertorio…
- Yo tengo el repertorio para dos sopranos.
- ¿Tantas canciones tienes?
- No. Que me lo coges con las dos manos.
- De verdad, Toñi. Que tienes cada cosa…
- Acabo de ver a tu amiga, Mauri. Qué mujer más lacia. Siempre corriendo.
- ¿A Jimena?
- Iba a Correos. A dejar un paquete… Esta juventud siempre pensando en lo único.
- ¿Un paquete? – se extrañó el dueño del bar – De todas formas, Toñi. Te he dicho un montón de veces que no digas en voz alta que ella y yo nos conocemos. Nadie debe saberlo.
- Eso del rollo de profesor y alumna tiene un morbazo muy grande. Pero ya habéis cambiado de vidas y ya sois muy mayores para ir de incoñito.
- Toñi. Nadie debe saberlo. Te lo digo muy en serio.
- Mi boca, por una vez en la vida, estará sellada – prometió la Toñi.
Jimena llegó a la empresa de mensajería.
- Es muy importante que este paquete llegue el día indicado y que no se pierda. También necesito saber qué margen de tiempo tengo para cancelarlo.
La joven aceptó las explicaicones de la dependienta y entonces decidió entregar el paquete. Justo antes de cerrarlo, sacó del bolso un sobre y lo depositó dentro de la caja. Era la carta que ahora, varias semanas después, Eduardo tenía entre sus manos en el hospital.
- Querido Ignacio. Si lees esta carta es que alguien me retiene o, peor aún, ya estoy muerta. No sufras por ello. Encargué a esta empresa de mensajería enviarte este día y a esta hora este paquete. Yo misma hubiese anulado el envío pero, si estás leyendo esta carta, insisto, es que algo grave me lo ha impedido. Es muy importante que leas con atención las instrucciones que te resumo aquí. Para tu seguridad y para la de mi hijo. Siento haberte dejado una carga tan grande. No era mi intención pero, ahora mismo, no veo mejor persona para hacerse cargo de Pedrito. Creo que tú le ayudarás mucho. Y, de alguna forma, él también te ayudará a ti, que sé que lo necesitas. Junto a esta carta, verás que en la caja hay dos flores, dos rosas rojas. Es hora de que te desvele algo que muy poca gente sabe. Estas flores no son normales. Están manipuladas genéticamente. Al final Mauri y yo lo conseguimos. Nuestro proyecto de mejora silvestre ha funcionado. ¿Te acuerdas cuando estábamos juntos en el master y nos pasábamos las noches enteras junto a Marina soñando con este momento? Qué pena que la vida nos separara. Pero a ti en el periodismo te ha ido bien. Yo sigo igual de mal. Junto a Mauri y otro grupo de personas lo hemos preparado todo para cambiar este mundo. Gracias al señor Chaflers y sus fábricas de gas por todo el mundo el próximo día 28 haremos soltar el insecticida más potente del mundo, aquel en el que trabajó Marina durante tanto tiempo. Su fuerza devastará toda la humanidad. Toda menos unos elegidos. Aquellos que merecen seguir viviendo en un mundo que parte de cero. Creo que tú debes ser uno de ellos. Y mi hijo también. Gracias a la manipulación genética, he desarrollado un antídoto salido de mis años de investigación sobre el poder de las flores para resistir las peores fumigaciones. He extraído ese poder y lo he adaptado al ser humano. Sólo quien se pinche con una de las espinas podrá sobrevivir pero no debe hacerlo antes de 24 horas de la explosión porque sus efectos son a corto plazo. Sólo hay 40 flores preparadas. 37 sin contar las dos vuestras y la mía. El resto las hemos repartido entre un grupo de gente muy bien seleccionado, aunque temo que alguien quiera matarme para quedarse con todas las flores y repartirlas a su antojo. Sé que me persiguen y temo morirme antes de cumplir mi plan al completo. No intentes avisar a la policía ni detener el proceso. Ya no hay marcha atrás. Lo importante es que cumplas mis instrucciones. Hazlo por mí. Hazlo por mi hijo. Y sobre todo hazlo por ti. Sálvate. Te lo mereces. Si todo sale bien, nos veremos en un nuevo mundo.

Eduardo llevaba esa carta en la mano cuando Corrales apareció ante sus ojos. El policía tardó en identificar a la chica que estaba junto al fotógrafo. Cuando reconoció a Marta, un escalofrío recorrió su cuerpo.
- ¿Marta? ¿Has venido a matarme? Te prometo que nunca quise engañarte con la comisaria…
- Corrales. Estás vivo… Pensé que Alejandro te había matado…
- Sobreviví pero estuvo cerca.
- Alejandro ha muerto. Le he disparado yo misma esta noche. Pero se ha llevado por delante a Ignacio y casi nos mata a todos…
- Qué horror. Me alegro de que estés bien.
Hubo un momento de silencio pero entonces ella fue a abrazarle. El chico comenzó a llorar.
- Siento lo que te hice. No te lo merecías.
- La verdad es que no. He sufrido mucho pero es hora de empezar a vivir. He encontrado a mi sobrino. Se llama Pedrito y, si quieres, podemos iniciar una vida los tres juntos…
- Por supuesto que quiero.
- Siento interrumpir este momento tan hermoso – intervino Eduardo – pero se te ha olvidado que acabo de leer la carta de Jimena y he dicho que vamos a morir todos.
El fotógrafo relató con pelos y señales cada detalle de la misiva. Marta y Corrales se miraron horrorizados.
- ¡Vamos a morir!
- Tenemos que ir a la fábrica de flores. Allí están Eva y Román. Deben saber todo esto y evitar que se disperse el gas.
- Vete tú si quieres. Pero yo tengo muy claro lo que debemos hacer. ¡Hay que ir a casa de Ignacio y recuperar la caja con las flores! Todavía debe de estar allí. Pincharnos con ellas y asegurarnos nuestras vidas – propuso Marta.
- ¡El día 28 es mañana! – reveló Corrales.
- Vosotros haced lo que querías pero yo he de avisar a mis amigos.
Eduardo salió corriendo del hospital en dirección a la fábrica de flores.

- ¡No quiero morir! – gritó Libertad desesperada mientras el fuego se acercaba peligrosamente hacia ellos. El señor Chaflers trataba de proteger a su hija abrazándola con fuerza. La comisaria se mantenía en guarda como si pudiera detener las llamas con su pistola. Eva y Román se daban la mano.
- Creo que deberías saltar por ese tramo que parece que estás más bajo de fuego y tratar de apagarlo con esas cortinas que hay allí – sugirió la subdirectora de El madrugador al fotógrafo.
- No puedo ir yo. Este chándal es de felpa. No hay material más inflamable. ¿Por qué no saltas tú?
- Entre los tacones y el vestido me viene fatal. Que vaya la policía que para eso es agente de la autoridad.
- Yo no puedo hacerlo. No estoy titulada en antiincendios.
- Que vaya el viejo, que tiene una túnica para cubrirse – sentenció Libertad – O la hija, por deferencia aunque sea.
- Si yo me expongo ante las llamas, esto se pega ardiendo hasta fin de año – se excusó Laura
- ¡Aquí! ¡Por aquí! – detrás de los fogonazos pudieron distinguir una sombra que les reclamaba. Agarraba una plancha metálica con la que frenaba las llamas y abría un hueco en el círculo de fuego. Los seis corrieron hacia él y consiguieron huir por el pequeño espacio abierto antes de que el incendio asolara todo el gran salón. Corrieron por una estancia y, detrás de ellos, iban cayendo del techo objetos que ardían. Cruzaron una puerta y se refugiaron en un estrecho pasillo, a salvo del fuego. Entonces Alejandra reconoció a quien les había rescatado.
- ¡Javier! ¿Cómo sabías que estábamos aquí?
- Os seguí. Lo que no imaginaba es que acabaría salvándoos la vida.
- Eres nuestro héroe – le piropeó Eva mientras le abrazaba.
- ¡Eva! ¿Qué haces aquí? ¿Qué hacéis todos aquí? ¿Qué ha pasado?
- Es una historia muy larga.
- Debemos atraparles antes de que se queden con todas las flores y pulsen el botón rojo – advirtió el señor Chaflers.
- ¿Qué botón rojo?
- El que acciona la explosión de mis fábricas en el mundo. Si lo hacen, todos moriremos.
Javier y Alejandra se miraron.
- Iremos a por ellos. Ustedes deben salir de este edificio – les aconsejó la comisaria.
- No lo entienden. Yo debo acompañarles. Sólo yo sé dónde está ese botón rojo.
- Pero será muy peligroso, papá. No vayas.
- Este edificio está rodeado de fuego y lleno de gente sectaria con armas blancas. Lo mejor es que vayamos todos juntos si es que queremos salir vivos de aquí todos juntos – propuso Javier.
Todos aceptaron y, por indicación del señor Chaflers, subieron una escalera metálica. Después recorrieron varios pasillos. Algunas puertas tuvieron que descartarlas porque el fuego había subido ya a las plantas superiores. Aceleraron la velocidad hasta que, finalmente, subieron hasta una terraza. Al abrir la puerta sorprendieron a muchos de los miembros de la secta. En el centro se encontraba el portador de la gran máscara. En su mano había un detonador con un botón rojo.
- Os estábamos esperando. Gracias, Javier, por traerlos a todos.
- Era mi misión, ¿no? – El policía sonrió a todos, se separó del grupo y se situó junto a la gran máscara.
- ¡Javi! ¡Eres uno de ellos! – se indignó Eva.
- Siempre supe que guardabas algo oscuro - aseveró la comisaria.
- Debes detenerlo todo. Ha sido un error – rogó el señor Chaflers al portador la gran máscara.
- ¡Si nos vas a matar, al menos, da la cara! ¡Cobarde! – le retó Román.
Lentamente elevó su mano, tiró de la máscara y descubrió su rostro.
- ¡Mauri! ¡No! – Laura se echó a llorar desesperada - ¡Eras mi mejor amigo!
- Yo quiero salvarte, Laura. Es en lo único que estoy de acuerdo con tu padre. ¡Eres una de las elegidas! Debes hacer uso de tu flor.
- Pero, ¿qué estás diciendo?
- Que tú también eres una de nosotros… Una de la que debe vivir en el nuevo mundo que está a punto de nacer. Eres la persona más buena que conozco. Y mereces esta nueva oportunidad. Imagínate. Nosotros en un mundo renovado. Sin injusticias, sin diferencias, ni odios ni rencores. Un mundo limpio…
- No la escuches, Laura. Es un tarado… - interrumpió Eva.
- Pero, ¿tú quieres que yo me salve? - preguntó tímidamente Laura - ¿No quieres hacerme daño?
- Claro que no, Laura. Teníamos pensado un gran futuro para ti y para tu padre pero él lo ha querido estropear todo. Él ha pagado todas su fábricas de gas y ahora no quiere que tú te salves. Quiere que mueras…
- Eso no es verdad. Yo quiero que mi hija viva en este mundo, no en uno inventado y que surge de tu locura.
- Ahora piensas eso. Pero tu dinero es el que ha posibilitado todo nuestro plan. Y todo porque Jimena te convenció a última hora… Jimena. Ella sí que estaba loca. Loca desde que tuvo a ese niño. Él tiene la culpa de todo… Todo iba muy bien hasta que él apareció. ¿Por qué tuvo que nacer?
- Ese niño es mi hijo. Y no voy a permitir que le hagas daño – un miembro de la secta, que permanecía encapuchado, se acercó hasta Mauri y le asestó varias puñaladas en la espalda. El portador de la gran máscara cayó al suelo ensangrentado. El encapuchado se deshizo de la túnica. Chiqui Esteban blandió su cuchillo al cielo.
- ¡Gran líder! Dinos qué debemos hacer ahora - proclamó en voz alta.
Otra persona encapuchada se situó junto a él. Una débil voz femenina se reveló.
- ¡Es la hora de las flores!

domingo, 1 de junio de 2008

CAPÍTULO XIX: VAMOS A MORIR TODOS

(En capítulos anteriores: La fábrica de flores se ha convertido el centro al que van a acudir todos los personajes. La secta se prepara para el gran día. Laura descubre que su padre es el propietario de la fábrica y, movida por un gran desengaño, decide acudir al edificio. También viajan hasta allí Alejandra y Libertad, seguidas de Javier, para conseguir pistas sobre los crímenes. Román y Eva, tras salvar la vida de la amenaza de Alejandro, desvían su camino al ver a Laura corriendo hacia el polígono. Eduardo y Marta prosiguen hasta el hospital para llevar a Ignacio, quien, antes de desvanecerse desangrado, revela que Mauri es el profesor del master. En la UCI alguien se despierta. A su lado hay una cama vacía…)

- Lo sentimos mucho. Ha muerto.
Eduardo se llevó la manos a la cabeza y se abrazó a Marta. Ella era la única persona que estaba a su lado en aquel triste momento. El médico se alejó.
- Era un buen director y un buen compañero. Hemos llegado demasiado tarde – lloró.
- No se podía hacer nada por salvarle la vida. El disparo era mortal – trató de consolarle la chica.
- Está muriendo tanta gente. Primero fue Jimena, después la Toñi, la hermana de Eva y ahora Ignacio. Esto es horrible.
- Se te olvida mi novio. Él también ha muerto.
- Sí, claro. Le mataste tú.
- Fue en vuestra defensa. Si no le hubiese disparado, os habría matado a todos.
- Eso ya da igual. Lo importante es que ahora sabemos que Mauri es el profesor del master y que tiene que tener todas las claves de lo que está pasando. Sus tres alumnos, Jimena, Marina e Ignacio, ahora están muertos. Sólo él sabe qué significan esas flores y qué hay en esa fábrica.
- ¿Él mató a mi hermana? – preguntó Marta.
- No lo sé pero hay que avisar a Eva y Román cuanto antes. A saber dónde se han metido. Pobre Eva. Cuando sepa que Ignacio ha muerto…
Eduardo cogió su teléfono y llamó a la periodista. En el polígono industrial el móvil de Eva sonó pero nadie podía escucharlo. Timbró repetidamente dentro del coche de Román pero ambos estaban ya fuera. Habían salido corriendo detrás de Laura. La alcanzaron poco antes de llegar a la calle donde estaba la fábrica de flores.
- ¿Qué hacéis aquí? ¿Cómo sabíais que venía? ¿Y por qué vais así vestidos? – se interesó Laura.
- Te hemos visto correr desde la carretera. Íbamos al hospital. Ha sido horrible. Han disparado a Ignacio… - le reveló Eva.
- También han matado a Anacleto.
- ¿Quién coño es Anacleto? Aquí no para de morir gente… - lamentó Román.
- Creo que mi padre tiene algo que ver con todo esto. He descubierto que es el propietario de la fábrica de flores y él otro día le escuché hablando por teléfono de Jimena… Empiezo a pensar en lo peor… ¡No quiero que mi padre sea un asesino! Ya fue muy doloroso ver morir a mi madre. Pero esto no lo podría soportar… - Laura se abrazó a Eva desconsolada.
- Tu padre conocía a Jimena. El día que inspeccionamos por primera vez su casa Eduardo y yo le vimos entrar. Tenía una llave…
- Pero de eso hace un montón de tiempo… ¿Por qué no me lo dijiste?
- No quería que te preocuparas…
- Sabíais que mi padre conocía a Jimena y no me lo dijistéis. ¿Vosotros os llamáis amigos?
- Bueno yo me acabo de enterar también – intervino Román.
- Laura. No sabía cómo te lo ibas a tomar y tampoco tenía claro qué relación podía haber entre tu padre y Jimena. Entiéndelo…
- Lo único que entiendo es que todos me habéis engañado. Mi padre, los que decís ser mis amigos… No puedo confiar en nadie. Sólo la Toñi y Mauri me apoyaron. Sois unos falsos. No quiero saber nada de vosotros…
- ¡Laura!
Pero la chica no atendió ese grito. Salió corriendo entre lágrimas hacia la fábrica de flores.
- Tenemos que seguirla – se mostró decidida Eva.
- Es muy peligroso. Ya la has escuchado. Su padre está dentro y puede ser un asesino – le advirtió Román
- No dejaré que muera nadie más.
Eva se estiró su vestido de licra y comenzó a correr. Román resopló resignado e inició una carrera en la misma dirección. Ambos vieron a Laura introducirse por una ventana. Cruzaron un carril y se disponían a imitarla cuando escucharon una voz femenina a sus espaldas.
- ¡Alto o disparo!
Los dos se giraron. Era la comisaria, acompañada de Libertad.
- Siempre que persigo un crimen aparece uno de vosotros. Sois una plaga maldita – se indignó Alejandra.
- Estamos intentando evitar una muerte, comisaria. Si nos retiene aquí usted será la culpable. Y ya tiene muchos cadáveres a sus espaldas – se encaró con ella Eva.
- Eva, te recuerdo que va armada – le susurró Román con las manos levantadas.
- Me da igual. Que me dispare si tiene lo que hay que tener pero yo voy a subir esa ventana porque hay una amiga en peligro…
- Antes que tú, voy yo, bonita – interrumpió Libertad – Este reportaje es mío y no voy a permitir que me lo quites. Dime qué es lo que hay dentro.
- Estás locas, Libertad. Loca de remate. Tu ambición te ha desquiciado.
- ¡Callaos! ¿Qué es lo que está pasando ahí dentro? - exigió la comisaria.
- Creemos que una secta macabra se reúne periódicamente en este edificio. Es propiedad del señor Chaflers. Su hija Laura acaba de entrar. Piensa que su padre está relacionado con la muerte de Jimena porque los dos se conocían. O, al menos, eso es lo que hemos entendido – resumió Román.
Libertad lo apuntaba todo en una libreta.
- ¿Cuánta gente puede haber ahí dentro? – se preguntó Alejandra.
- No tengo ni idea de lo que puede estar pasando dentro – le respondió Román.
- Comisaria, por favor, entremos ahí. No podemos perder ni un segundo – rogó Eva.
- De acuerdo, pero ireis detrás de mí. Yo soy aquí la autoridad.

Laura avanzaba en la oscuridad del edificio. Tropezó varias veces con objetos y cajas dejados en los pasillos. Subió varios escalones. Decidió detenerse al escuchar un rumor lejano. Agudizó el oído y creyó distinguir una melodía de tambores. No se equivocaba. Un centenar de personas se preparaba en ese momento para una nueva ceremonia. El gran salón rectangular estaba iluminado en las cuatro esquinas por sobresalientes antorchas. En el frontal, un altar se adornaba de decenas de candelabros y grandes murales de terciopelo rojo. En el centro de la habitación se agolpaba la muchedumbre formando una amalgama blanca por su túnicas y capuchas. El portador de la gran máscara apareció en el preciso momento en que la música ganó intensidad y fuerza.
- ¡Hossana, hermanos! Ha llegado el día. ¡Hoy es el día! - tras la máscara su voz aparecía distorsionada.
- ¡¡¡Hossana!!! – exclamaron todos.
El portador de la gran máscara se adelantó en el altar y levantó los brazos en cruz. Todos le aplaudieron.
- ¡Ha llegado el momento!
Entonces se escuchó un revuelo. Alguien se había quitado la capucha y gritaba en voz alta. Era el señor Chaflers.
- ¡Es hora de que todo se sepa!
- ¡Chaflers! ¿Qué haces? – preguntó la persona enmascarada.
- Sé lo que has hecho y es hora de que se sepa.
En medio del murmullo generalizado, se levantó otra voz que acababa de aparecer por una de las puertas laterales.
- Papá. ¿Qué significa todo esto?
- ¡Laura! ¡No!
La distracción del hombre sirvió para que el portador de la gran máscara hiciera un gesto a dos miembros de la secta, que obedecieron inmediatamente y redujeron al señor Chaflers. Otros dos detuvieron a Laura.
- He aquí la imagen de la traición. Un hombre sin fe no merece una oportunidad en la nueva vida que hoy iniciamos.
- No escuchéis – gritó a todos los de la secta intentando zafarse de los que la agarraban.
- ¡Da la cara Chaflers! Sus palabras están llenas de mentiras.
El hombre recibió varias patadas y golpes de los encapuchados. Laura se horrorizó.
- ¡Él no merece la vida! – exclamó la distorsionada voz tras la gran máscara. Entonces sacó una espada tras el altar.
- ¡Alto o disparo!
Alejandra acababa de aparecer en el salón. Iba armada y, tras ella, entraron Libertad, Román y Eva. La escena que contemplaron les superó. El portador de la gran máscara levantaba la espada sobre el señor Chaflers. Un gran número de encapuchados con túnicas blancas jaleaban ese momento. Al fondo, Laura se movia desesperada para tratar liberarse de las manos que la sostenían.
- Somos la policía. Y están todos detenidos - exclamó Alejandra con voz temblorosa.
- ¡A por ellos! – le contestó la voz distorsionada.
Un grupo rodeó a los cuatro. Alejandra lanzó dos tiros al aire. Una barra metálica se desprendió del techo y cayó bruscamente sobre uno de los encapcuhados. El golpe le hizó tambalearse hasta que se apoyó violentamente sobre una de las antorchas, que cayó con él y la llama quedó a ras de suelo. Prendió con rapidez en los murales de tercipopelo junto al altar y el fuego se propagó vertiginosamente
- ¡Hay que salvar las flores! ¡Hay que salvar las flores! Síganme– gritó la voz distorsionada.
Todos los encpacuhados salieron corriendo tras el portador de la gran máscara. Incluso los que estaban custodiando al señor Chaflers y su hija. Lograron escabullirse por una puerta antes de que uno de los murales se desprendiera y tirara una segunda antorcha que dejó un círculo de fuego por todo el salón. Chaflers y su hija, Alejandra, Libertad, Eva y Román quedaron atrapados mientras las llamas se acercaban peligrosamente hacia ellos.

Marta extendió su brazo y colocó la lata de refresco frente a la cara de Eduardo, quien permanecía sentado en una de las salas de espera del hospital.
- Te vendrá bien.
La chica se sentó junto a él y le hizo una carantoña a Pedrito, al que sostenía con el otro brazo.
- No sé nada de Eva ni de Román. ¿Y si les ha pasado algo? - se preocupó Eduardo.
- No creo.
- Supongo que han preferido irse juntos… Yo soy un perdedor…
- ¿Estás enamorado?
- ¿Y qué más da? No tengo ninguna opción. Ella ya ha decidido…
- La vida es muy injusta. Fíjate en mí. Sola en el mundo y con un sobrino al que cuidar.
Una enfermera les interrumpió.
- Disculpen. ¿Son familiares de Ignacio?
Eduardo iba a negarlo pero Marta se le adelantó.
- Sí. Somos lo único que tenía en el mundo.
- Éstas son algunas pertenencias que tenía en los bolsillos.
La enfermera les entregó unas monedas, una cartera y una carta. Eduaro abrió el papel y comenzó a leer.
- ¡Dios mío! Es la carta que le envió Jimena.
- Una carta de mi hermana...
- Es la carta en la que Jimena le explicaba todo sobre las flores y por la que Ignacio creyó que yo iba a asesinarle.
Eduardo la leyó con atención. Marta aguardó expectante hasta que el fotógrafo, tras un prolongado tiempo de lectura, se detuvo. En su rostro se reflejó un gesto grave.
- Bueno, dime. ¿Qué pasa? ¿Qué dice?
- Vamos a morir todos.
Entonces escuchó una voz conocida.
- ¡Eduardo! ¿Qué haces en el hospital?
- ¡Díos mío! Pensé que estabas en coma.
- Ya ves. Ya me he despertado.
Corrales sonrió abiertamente.