
(En capítulos anteriores. Marta reconoce a la comisaria Alejandra que contactó con Jimena cuatro días antes de que su hermana muriera apuñalada. Una llamada en la que Jimena le recomendó que se alejara de su novio Alejandro. El subdirector de La verdad, Chiqui Esteban, indignado con un reportaje de Eva, redactora de El Madrugador, obliga al fotógrafo Román, antiguo amor de la chica, a buscar en su archivo imágenes que la perjudiquen. La periodista acude a casa de Eduardo en busca de respuestas pero el hombre la espera con un cuchillo en la mano…)
Román pidió su cuarta coca-cola light. Sentado en una de las sillas del bar, junto a una mesa, no hacía más que remover el sobre que llevaba la mano. No le costó encontrar imágenes comprometidas de Eva. Se decidió por una fotografía en la que la periodista envolvía su cuerpo desnudo en una de las páginas de La verdad y en un video casero en la que ella se burlaba de todos sus compañeros de El madrugador, sobre todo, del director, Ignacio, visiblemente ebria. Documentación perfecta para la exigencia realizada por su jefe. Pero no podía dejar de sentirse mal. Si entregaba aquel sobre, hundiría a la que un día había sido su pareja. Si no lo hacía, perdería su trabajo en un momento especialmente delicado puesto que acababa de reparar su objetivo, necesitaba otro ordenador urgentemente y llevaba dos meses sin pagar el alquiler.
- ¡Hola!
Libertad, la becaria de El madrugador, estaba frente a él.
- Hola. No te había visto.
- Acabo de entrar. Me iba a tomar algo antes de ir a trabajar.
- Yo ya me iba pero… si quieres te invito. ¿Qué quieres beber?
- Un café. Necesito algo de energía… Te veo algo apagado. Creo que tú también necesitas energía...
- Digamos que no estoy en mi mejor momento… - de pronto decidió confiar en la chica - ¿Qué harías si tuvieras que decidir entre la seguridad de tu futuro o fallarle a alguien importante?
- No sé… si me explicas algo más…
- Me gustaría pero no puedo.
- Sinceramente, no te conozco. Pero si me estás diciendo todo esto es porque te importa esa persona a la que puedes fallar. No lo hagas. Sé fiel a tus principios.
Román sonrió levemente y finalmente cogió la mano de la chica.
- Gracias. Me has ayudado mucho. A ver si nos vemos un día… - dijo levantándose.
- Claro… cuando tú quieras – le respondió pero el fotógrafo ya no la oyó.
El cuchillo que Eduardo agarraba con su mano cayó al suelo. Eva se apresuró a cogerlo y lo dirigió a su compañero de periódico.
- ¡Apártate, asesino! Acabaste con Jimena pero no conmigo.
- Pero, ¿qué dices? Yo no he hecho – le respondió el fotógrafo llorando mientras caía al suelo de rodillas. La chica se le acercó.
- Entonces, ¿tú no mataste a Jimena? ¿Y qué significan todas estas fotos y ese mensaje en el suelo?
- Yo la quería. Estaba enamorado pero fui tan idiota que nunca me atreví a hablar con ella. Sólo le hacía fotos desde mi balcón. Ayer me emborraché tanto que cogí el cuchillo y escribí en el suelo. ¡Y acababa de poner la tarima flotante! – Eduardo volvió a romper en llanto.
-Tranquilo, tranquilo – le susurró Eva pasándole la mano por el hombro – Si ya sabía yo que tú no podías ser un asesino. Con lo bueno que tú eres…
- Lo mejor que tenía me lo han matado…
-Lo que tenemos que hacer es aclarar todo lo que pasó. Y encontrar al asesino. Y para eso tenemos que entrar en la casa de Jimena. A ti no te dejaría la llave, ¿no?
- Pero si casi no me atrevía a decirle hola en el ascensor, ¿cómo me va a dar la llave?
- Pues también es verdad. Me da igual. Tú y yo tenemos que entrar en esa casa. Tiene que estar llena de pistas…
La comisaria Alejandra estudiaba la documentación del caso Jimena. La confesión de Marta sobre la última llamada de su hermana le había hecho tomar algunas medidas. De pronto, Javier entró en su despacho bruscamente.
- Pase – dijo la policía con ironía.
- Lo siento. Pero tengo novedades importantes. Acaban de llegar las pruebas de ADN sobre los restos encontrados en la ropa de la chica.
- Sí. Las esperaba para hoy.
- No hay huellas pero sí hay pelos. Han aparecido en la camisa y en la falda. Pelos que no son de ella – sentenció el agente.
- ¡Los pelos del asesino!
Carmen recogía sus cosas en la redacción del periódico. Natalia todavía escribía en el ordenador. Ignacio salió de su despacho y pasó por delante de las redactoras. Entonces Carmen inició una conversación repentina.
- Claro, Natalia. Estás muy liada y no puedes venir. Pues me haces una faena porque tenía las entradas desde hace semanas. Y ahora tendré que ir sola..
- Pero, ¿qué dices? – le preguntó Natalia sin levantar la cabeza del ordenador.
Carmen le trató de hacer un gesto para que le siguiera el juego.
- Pues me han dicho que es una obra buenísima. ¡Qué pena!
- Hasta luego, no trabajéis mucho - Ignacio pasó de largo sin hacer ningún caso a la chica.
- ¡Qué porquería! Pues esto a veces funciona en las películas.
- Si quieres que salga contigo, díselo más claramente. Me da que Ignacio no es de los que cogen estas dobleces femeninas– le sugirió Natalia.
- Me da mucho palo. Bueno, ya que me quedo sin acompañamiento, te espero y nos tomamos una copa, ¿no?
- Lo siento, Carmen, pero hoy no puedo.
- ¿Y eso? ¿Has quedado con alguien? ¿Se puede saber quién es?
- No. Y además no es asunto tuyo.
Carmen se indignó, agarró el bolso y abandonó la redacción sin despedirse.
Laura caminaba sola por la calle. La misma calle en la que habían matado a Jimena. Como entonces también era de noche. Las farolas apenas ilumibaban la acera. De los portales sólo salía silencio.Las botas de la chica salpicaban algunos charcos. Dio varias vueltas por la manzana hasta que logró encontrar el local que buscaba. Le habían dicho que cerca del lugar del crimen había un club nocturno. También le habían desaconsejado que acudiera sola porque no era apropiado para jóvenes respetables. Pero estaba decidida a investigar a fondo y ya estaba de vueltas de muchos establecimientos inapropiados. Al entrar comprobó que los que le habían hablado del bar no se equivocaban mucho. Dos bailarinas esqueléticas se contoneaban alrededor de una barra mientras que un orondo travesti ponía voz a una copla enlatada. En la barra varios hombres de mediana edad tomaban sus copas con la mirada fija en las estanterías llenas de licores. El camarero, un hombre joven, le sonrió.
- ¿Querías algo o te has perdido?
- Ponme un whisky doble que hoy no puedo beber. Estoy trabajando.
- ¿Ah, sí? ¿Y en qué trabajas?
- Si te lo digo, te tendría que matar… ¿Cómo te llamas?
- Mauricio, pero llámame Mauri – dijo sirviéndole la copa que ella se bebió de un trago.
- Mauri, si, en un suponer, yo necesitara que alguien de este bar me contara algún secretillo nocturno, ¿quién es la persona que maneja más información?
- Pues… supongo que La Toñi. Es la que está cantando. Entonar no entona mucho pero la tía sabe tela.
Laura miró a La Toñi. En ese momento, la artista homenajeba emocionada a Rocío Jurado. La periodista acababa de encontrar a la fuente que necesitaba.
Chiqui Esteban salió de su despacho al ver desde los cristales que Román había vuelto a la redacción después de no pisarla en todo el día.
- Chaval, se te acaba de cumplir el plazo de 24 horas – cuando se acercó observó que el fotógrafo portaba una caja de cartón donde estaba guardando algunos objetos personales - ¿Qué haces?
- No quiero trabajar con tipejos como tú. Así que me voy.
- Me parece estupendo. Aquí no queremos gente débil como tú.
- En cuanto salga por esa puerta ya no trabajaré para ti…
- ¿Y?
- Que ya no tendré reparos en partirte la cara si me sigues calentando…
- Tú sabrás lo que haces con tu vida y por qué le sigues el juego a esa gentuza de El madrugador. Pero a ver ahora de qué vives.
- Te agradezco tu preocupación pero me las sabré arreglar – le respondió mientras le daba la espalda para dirigirse hacia el ascensor.
- Sabes que estás cometiendo el error de tu vida, ¿no?
Román no contestó. Chiqui Esteban volvió a dirigirse hacia él.
- La hundiré de todas formas. Si lo has hecho por ella, ten claro que la hundiré igualmente.
El fotógrafo entró en el ascensor, se giró y miró a la cara del que hasta entonces era su jefe.
- Ten cuidado y no vayas a ser tú el que se hunda.
Las puertas del ascensor se cerraron y ahogaron la contestación del subdirector.
Natalia se bajó del autobús. Miró el reloj y aceleró el paso. Llegaba tarde. Dobló varias esquinas. En el polígono industrial contó hasta llegar a la cuarta nave. Encontró el gran edificio de frente. Se acercó a la puerta y utilizó el código acordado. Cuatro golpes secos y rápidos con el puño y dos toques al timbre. Tardaron en reaccionar. El enorme portón se abrió con un chirriante crujir metálico. Un hombre de hábito blanco con capucha la saludó.
- Hossana, hermana.
- Hossana.
Natalia entró y el hombre del hábito cerró tras comprobar que no había nadie fuera.
Laura aguardó a que La Toñi hiciera un descanso en su actuación para abordarla en su camerino. La artista retocaba su maquillaje cuando la periodista entró.
- Fotos, no – le pidió la cantante mientras tapaba su rostro con una mano.
- Toñi. Eres fantástica. Soy una admiradora tuya. No hay nadie que haga la Jurado como tú.
- En realidad, sí. La Estefanía pero se la llevó la mardita droga. Así que ahora sólo queda una serviora.
- Eres muy grande, Toñi. Y es que la cosa en la calle está muy mal, ¿no te parece?
- A mí me da igual. Yo soy como el café de levante, disfruto por detrás y por delante…
- Mayor verdad no la habría dicho yo. ¿Pero no tienes miedo de tantos hombres peligrosos que hay por las calles?
- Yo soy como la Pantoja. Polla que veo, polla que se me antoja.
Ante tantas evasivas, Laura decidió ir al grano.
- Toñi. Sé que tú estás muy al tanto de todo lo que pasa por estos bajos fondos. No te voy a engañar. ¿Sabes algo del crimen que hubo aquí al lado el otro día? Mataron a una chica.
- ¿Eres pulisía?
- No. Soy periodista. Y sólo busco la verdad.
- Pues yo te puedo ayudar. Yo lo vi todo.
Alejandro veía la televisión en la habitación del hotel cuando llamaron a la puerta.
- ¡Abre! – le dijo a su novia.
Marta acababa de salir del cuarto de baño. Al abrir, se encontró con cuatro agentes de policía. Uno de ellos apuntaba con un arma. No esperaron respuesta. Entraron rapidamente en la estancia, dejaron atrás a la chica y se dirigieron hacia el interior. Cuando ella pudo volverse, ya habían esposado a su novio.
- Pero. ¿qué es esto? Exijo una explicación – protestó él.
- Alejandro Massia. Está usted detenido.
- Pero, ¿por qué? – preguntó indignado.
- Por el asesinato de Jimena María Alcollante.
Marta rompió en un amargo llanto.
Eva tiró la cuarta horquilla malgastada. Habían intentado forzar la cerradura de Jimena tantas veces que la periodista se vino abajo.
- Nada. Que no hay manera.
- Déjame probar – le animó Eduardo.
La chica estaba ya tan desesperada que ni siquiera oyó cuando el fotógrafo logró abrir la puerta . Cuando se dio cuenta, dio un salto de alegría.
- Vales un potosí, Eduardo. Recuérdame estas cosas cuanto te critico las fotos que me traes a veces.
Ambos entraron. La casa estaba en silencio. A través de su fuente policial, Javier, Eva sabía que el registro de la casa de Jimena no había aportado ninguna pista aclaratoria pero ella sí podía conseguir muchos detalles valiosos para un reportaje lleno de detalles.
- Pero, ¿qué es eso? – se extrañó Eduardo.
- Parece un invernadero.
En una especie de solarium se acumulaban cientos de plantas en flor. Predominaban rosas de todos los colores pero llamaban la atención las rojas por su gran tamaño.
- Le gustaban mucho las flores. Siempre iba con una en la mano – recordó el fotógrafo.
- Hemos de darnos prisa. Hay que mirar en cajones y armarios. Todo puede ser valioso.
El hombre se detuvo.
- No sé, Eva. Esto está mal. Jimena está muerta. Esto es como una profanación…
- Esto es periodismo de investigación.
Pero la discusión fue corta porque en ese momento ambos oyeron como unas llaves abrían las puerta de la casa. Sin hablarse, los dos corrieron a esconderse tras una cortina. Estaban temblando por miedo a ser descubiertos. Escucharon unos pasos. Sonaban duros y pesados. Pertenecían a una sola persona. Parecía conocer la casa porque entró directamente en el solarium. Eduardo vio como Eva sacaba la cabeza de la cortina y se asustó del atrevimiento. La chica mudó de gesto sorprendida pero no pudieron intercambiar palabras. Los pasos se acercaron a la cortina pero, en seguida, se distanciaron, realizaron un corto camino hasta la puerta, que volvió a cerrarse. La casa se quedó de nuevo vacía. Eduardo suspiró aliviado y ambos salieron del escondite.
- ¿Le has podido ver?
- Sí – respondió ella secamente como en shock.
Román pidió su cuarta coca-cola light. Sentado en una de las sillas del bar, junto a una mesa, no hacía más que remover el sobre que llevaba la mano. No le costó encontrar imágenes comprometidas de Eva. Se decidió por una fotografía en la que la periodista envolvía su cuerpo desnudo en una de las páginas de La verdad y en un video casero en la que ella se burlaba de todos sus compañeros de El madrugador, sobre todo, del director, Ignacio, visiblemente ebria. Documentación perfecta para la exigencia realizada por su jefe. Pero no podía dejar de sentirse mal. Si entregaba aquel sobre, hundiría a la que un día había sido su pareja. Si no lo hacía, perdería su trabajo en un momento especialmente delicado puesto que acababa de reparar su objetivo, necesitaba otro ordenador urgentemente y llevaba dos meses sin pagar el alquiler.
- ¡Hola!
Libertad, la becaria de El madrugador, estaba frente a él.
- Hola. No te había visto.
- Acabo de entrar. Me iba a tomar algo antes de ir a trabajar.
- Yo ya me iba pero… si quieres te invito. ¿Qué quieres beber?
- Un café. Necesito algo de energía… Te veo algo apagado. Creo que tú también necesitas energía...
- Digamos que no estoy en mi mejor momento… - de pronto decidió confiar en la chica - ¿Qué harías si tuvieras que decidir entre la seguridad de tu futuro o fallarle a alguien importante?
- No sé… si me explicas algo más…
- Me gustaría pero no puedo.
- Sinceramente, no te conozco. Pero si me estás diciendo todo esto es porque te importa esa persona a la que puedes fallar. No lo hagas. Sé fiel a tus principios.
Román sonrió levemente y finalmente cogió la mano de la chica.
- Gracias. Me has ayudado mucho. A ver si nos vemos un día… - dijo levantándose.
- Claro… cuando tú quieras – le respondió pero el fotógrafo ya no la oyó.
El cuchillo que Eduardo agarraba con su mano cayó al suelo. Eva se apresuró a cogerlo y lo dirigió a su compañero de periódico.
- ¡Apártate, asesino! Acabaste con Jimena pero no conmigo.
- Pero, ¿qué dices? Yo no he hecho – le respondió el fotógrafo llorando mientras caía al suelo de rodillas. La chica se le acercó.
- Entonces, ¿tú no mataste a Jimena? ¿Y qué significan todas estas fotos y ese mensaje en el suelo?
- Yo la quería. Estaba enamorado pero fui tan idiota que nunca me atreví a hablar con ella. Sólo le hacía fotos desde mi balcón. Ayer me emborraché tanto que cogí el cuchillo y escribí en el suelo. ¡Y acababa de poner la tarima flotante! – Eduardo volvió a romper en llanto.
-Tranquilo, tranquilo – le susurró Eva pasándole la mano por el hombro – Si ya sabía yo que tú no podías ser un asesino. Con lo bueno que tú eres…
- Lo mejor que tenía me lo han matado…
-Lo que tenemos que hacer es aclarar todo lo que pasó. Y encontrar al asesino. Y para eso tenemos que entrar en la casa de Jimena. A ti no te dejaría la llave, ¿no?
- Pero si casi no me atrevía a decirle hola en el ascensor, ¿cómo me va a dar la llave?
- Pues también es verdad. Me da igual. Tú y yo tenemos que entrar en esa casa. Tiene que estar llena de pistas…
La comisaria Alejandra estudiaba la documentación del caso Jimena. La confesión de Marta sobre la última llamada de su hermana le había hecho tomar algunas medidas. De pronto, Javier entró en su despacho bruscamente.
- Pase – dijo la policía con ironía.
- Lo siento. Pero tengo novedades importantes. Acaban de llegar las pruebas de ADN sobre los restos encontrados en la ropa de la chica.
- Sí. Las esperaba para hoy.
- No hay huellas pero sí hay pelos. Han aparecido en la camisa y en la falda. Pelos que no son de ella – sentenció el agente.
- ¡Los pelos del asesino!
Carmen recogía sus cosas en la redacción del periódico. Natalia todavía escribía en el ordenador. Ignacio salió de su despacho y pasó por delante de las redactoras. Entonces Carmen inició una conversación repentina.
- Claro, Natalia. Estás muy liada y no puedes venir. Pues me haces una faena porque tenía las entradas desde hace semanas. Y ahora tendré que ir sola..
- Pero, ¿qué dices? – le preguntó Natalia sin levantar la cabeza del ordenador.
Carmen le trató de hacer un gesto para que le siguiera el juego.
- Pues me han dicho que es una obra buenísima. ¡Qué pena!
- Hasta luego, no trabajéis mucho - Ignacio pasó de largo sin hacer ningún caso a la chica.
- ¡Qué porquería! Pues esto a veces funciona en las películas.
- Si quieres que salga contigo, díselo más claramente. Me da que Ignacio no es de los que cogen estas dobleces femeninas– le sugirió Natalia.
- Me da mucho palo. Bueno, ya que me quedo sin acompañamiento, te espero y nos tomamos una copa, ¿no?
- Lo siento, Carmen, pero hoy no puedo.
- ¿Y eso? ¿Has quedado con alguien? ¿Se puede saber quién es?
- No. Y además no es asunto tuyo.
Carmen se indignó, agarró el bolso y abandonó la redacción sin despedirse.
Laura caminaba sola por la calle. La misma calle en la que habían matado a Jimena. Como entonces también era de noche. Las farolas apenas ilumibaban la acera. De los portales sólo salía silencio.Las botas de la chica salpicaban algunos charcos. Dio varias vueltas por la manzana hasta que logró encontrar el local que buscaba. Le habían dicho que cerca del lugar del crimen había un club nocturno. También le habían desaconsejado que acudiera sola porque no era apropiado para jóvenes respetables. Pero estaba decidida a investigar a fondo y ya estaba de vueltas de muchos establecimientos inapropiados. Al entrar comprobó que los que le habían hablado del bar no se equivocaban mucho. Dos bailarinas esqueléticas se contoneaban alrededor de una barra mientras que un orondo travesti ponía voz a una copla enlatada. En la barra varios hombres de mediana edad tomaban sus copas con la mirada fija en las estanterías llenas de licores. El camarero, un hombre joven, le sonrió.
- ¿Querías algo o te has perdido?
- Ponme un whisky doble que hoy no puedo beber. Estoy trabajando.
- ¿Ah, sí? ¿Y en qué trabajas?
- Si te lo digo, te tendría que matar… ¿Cómo te llamas?
- Mauricio, pero llámame Mauri – dijo sirviéndole la copa que ella se bebió de un trago.
- Mauri, si, en un suponer, yo necesitara que alguien de este bar me contara algún secretillo nocturno, ¿quién es la persona que maneja más información?
- Pues… supongo que La Toñi. Es la que está cantando. Entonar no entona mucho pero la tía sabe tela.
Laura miró a La Toñi. En ese momento, la artista homenajeba emocionada a Rocío Jurado. La periodista acababa de encontrar a la fuente que necesitaba.
Chiqui Esteban salió de su despacho al ver desde los cristales que Román había vuelto a la redacción después de no pisarla en todo el día.
- Chaval, se te acaba de cumplir el plazo de 24 horas – cuando se acercó observó que el fotógrafo portaba una caja de cartón donde estaba guardando algunos objetos personales - ¿Qué haces?
- No quiero trabajar con tipejos como tú. Así que me voy.
- Me parece estupendo. Aquí no queremos gente débil como tú.
- En cuanto salga por esa puerta ya no trabajaré para ti…
- ¿Y?
- Que ya no tendré reparos en partirte la cara si me sigues calentando…
- Tú sabrás lo que haces con tu vida y por qué le sigues el juego a esa gentuza de El madrugador. Pero a ver ahora de qué vives.
- Te agradezco tu preocupación pero me las sabré arreglar – le respondió mientras le daba la espalda para dirigirse hacia el ascensor.
- Sabes que estás cometiendo el error de tu vida, ¿no?
Román no contestó. Chiqui Esteban volvió a dirigirse hacia él.
- La hundiré de todas formas. Si lo has hecho por ella, ten claro que la hundiré igualmente.
El fotógrafo entró en el ascensor, se giró y miró a la cara del que hasta entonces era su jefe.
- Ten cuidado y no vayas a ser tú el que se hunda.
Las puertas del ascensor se cerraron y ahogaron la contestación del subdirector.
Natalia se bajó del autobús. Miró el reloj y aceleró el paso. Llegaba tarde. Dobló varias esquinas. En el polígono industrial contó hasta llegar a la cuarta nave. Encontró el gran edificio de frente. Se acercó a la puerta y utilizó el código acordado. Cuatro golpes secos y rápidos con el puño y dos toques al timbre. Tardaron en reaccionar. El enorme portón se abrió con un chirriante crujir metálico. Un hombre de hábito blanco con capucha la saludó.
- Hossana, hermana.
- Hossana.
Natalia entró y el hombre del hábito cerró tras comprobar que no había nadie fuera.
Laura aguardó a que La Toñi hiciera un descanso en su actuación para abordarla en su camerino. La artista retocaba su maquillaje cuando la periodista entró.
- Fotos, no – le pidió la cantante mientras tapaba su rostro con una mano.
- Toñi. Eres fantástica. Soy una admiradora tuya. No hay nadie que haga la Jurado como tú.
- En realidad, sí. La Estefanía pero se la llevó la mardita droga. Así que ahora sólo queda una serviora.
- Eres muy grande, Toñi. Y es que la cosa en la calle está muy mal, ¿no te parece?
- A mí me da igual. Yo soy como el café de levante, disfruto por detrás y por delante…
- Mayor verdad no la habría dicho yo. ¿Pero no tienes miedo de tantos hombres peligrosos que hay por las calles?
- Yo soy como la Pantoja. Polla que veo, polla que se me antoja.
Ante tantas evasivas, Laura decidió ir al grano.
- Toñi. Sé que tú estás muy al tanto de todo lo que pasa por estos bajos fondos. No te voy a engañar. ¿Sabes algo del crimen que hubo aquí al lado el otro día? Mataron a una chica.
- ¿Eres pulisía?
- No. Soy periodista. Y sólo busco la verdad.
- Pues yo te puedo ayudar. Yo lo vi todo.
Alejandro veía la televisión en la habitación del hotel cuando llamaron a la puerta.
- ¡Abre! – le dijo a su novia.
Marta acababa de salir del cuarto de baño. Al abrir, se encontró con cuatro agentes de policía. Uno de ellos apuntaba con un arma. No esperaron respuesta. Entraron rapidamente en la estancia, dejaron atrás a la chica y se dirigieron hacia el interior. Cuando ella pudo volverse, ya habían esposado a su novio.
- Pero. ¿qué es esto? Exijo una explicación – protestó él.
- Alejandro Massia. Está usted detenido.
- Pero, ¿por qué? – preguntó indignado.
- Por el asesinato de Jimena María Alcollante.
Marta rompió en un amargo llanto.
Eva tiró la cuarta horquilla malgastada. Habían intentado forzar la cerradura de Jimena tantas veces que la periodista se vino abajo.
- Nada. Que no hay manera.
- Déjame probar – le animó Eduardo.
La chica estaba ya tan desesperada que ni siquiera oyó cuando el fotógrafo logró abrir la puerta . Cuando se dio cuenta, dio un salto de alegría.
- Vales un potosí, Eduardo. Recuérdame estas cosas cuanto te critico las fotos que me traes a veces.
Ambos entraron. La casa estaba en silencio. A través de su fuente policial, Javier, Eva sabía que el registro de la casa de Jimena no había aportado ninguna pista aclaratoria pero ella sí podía conseguir muchos detalles valiosos para un reportaje lleno de detalles.
- Pero, ¿qué es eso? – se extrañó Eduardo.
- Parece un invernadero.
En una especie de solarium se acumulaban cientos de plantas en flor. Predominaban rosas de todos los colores pero llamaban la atención las rojas por su gran tamaño.
- Le gustaban mucho las flores. Siempre iba con una en la mano – recordó el fotógrafo.
- Hemos de darnos prisa. Hay que mirar en cajones y armarios. Todo puede ser valioso.
El hombre se detuvo.
- No sé, Eva. Esto está mal. Jimena está muerta. Esto es como una profanación…
- Esto es periodismo de investigación.
Pero la discusión fue corta porque en ese momento ambos oyeron como unas llaves abrían las puerta de la casa. Sin hablarse, los dos corrieron a esconderse tras una cortina. Estaban temblando por miedo a ser descubiertos. Escucharon unos pasos. Sonaban duros y pesados. Pertenecían a una sola persona. Parecía conocer la casa porque entró directamente en el solarium. Eduardo vio como Eva sacaba la cabeza de la cortina y se asustó del atrevimiento. La chica mudó de gesto sorprendida pero no pudieron intercambiar palabras. Los pasos se acercaron a la cortina pero, en seguida, se distanciaron, realizaron un corto camino hasta la puerta, que volvió a cerrarse. La casa se quedó de nuevo vacía. Eduardo suspiró aliviado y ambos salieron del escondite.
- ¿Le has podido ver?
- Sí – respondió ella secamente como en shock.
-¿Y?
- No te lo vas a creer. Era ese empresario…
- ¿Quién?
- Chaflers.
- No te lo vas a creer. Era ese empresario…
- ¿Quién?
- Chaflers.
9 comentarios:
Qué susto, ya me veía en plan pastilla de la verdad pero en bolas!!! Menos mal que Román, en el fondo, en el fondo (fondo fondo), es bueno y no quiere perjudicarme.
Muy bueno el Mauri. Y la Toñi no te digo ná. Y la intriga. Muy bueno todo en general, Pedro. Ahora bien, el próximo libro a ver si consigues utilizar frases propias, hombre!!
Pd. Me suena tela la escena del ascensor entre Román y el subdirector...
Viva la Toñi! viva el wisky doble bien puesto por los camareros cotillas y las periodistas metidas en sectas.
Me parto y me mondo. Pedro, eres un artista. Yo que tú protegería este novelón contra plagiadores.
No critiqueis al camarero ni lo pongais de cotilla porque es el que mejor vive de toda esta historia.
Tiene su propio negocio, está cerquita del alcohol, le da tiempo a morsegar desde la barra y el máximo contacto que tiene con el periodismo es una novela que se está leyendo escrita por un periodista gaditano que se llama 'Sin tetas no se puede ir a la Caleta', que va de unas señoras muy orondas que se pasan la tarde jugando el bingo en esa playa y a partir de ahí se abre una intriga porque la que canta las bolichas tiene un querío que se dedica al trapicheo de caballas.
Por cierto, Chaflers también sabe vivir, porque tampoco se dedica al periodismo.
Siempre vuestro.... El Marqués.
Qué pasa con Chaflers?
Se me ocurre, en primer lugar, que la Jimena era tela de puta y también se lo tiraba.
Como segunda opción, podría darse el caso de que fuera el propietario del piso y, como empresario sin corazón, estaría comprobando su estado para volver a alquilarlo.
También podría pasar que las flores que estaba cultivando la guarrilla fueran un encargo suyo, o que incluso tuvieran poderes psicotrópicos y Chaflers fuera un adicto.
No sé... hay tantas posibilidades...
Por cierto!, el título de 'Sin tetas no se puede ir a la Caleta' es muy interesante. Reto al mejón camarero de Cái a que haga un blog paralelo en el que podríamos descubrir el arte del bingo playero y los entresijos del trapicheo de caballas.
Pd: Por cierto, qué bien se desenvuelve Laura Chaflers en los tugurios de mala muerte.
Atentamente.... La Toñi
sigo quejandome del trato paternalista por un lado y de pisoteo por otro que siguen sufriendo los fotógrafos en esta serie.
Chiqui cabrón
Toñi la mejón
Por favor, Eduardo!!! Arañar de esa manera la tarima flotante que acababas de poner!!! Me parece muy fuerte.
Y Natalia en la secta. !Qué bajo ha caído!
Yo cuando acabe el caso y lo aclare todo, voy a escribir un libro, como el Comisario de Cádiz, siempre que no me maten antes...
Saludos
La televisiva
La historia sigue subiendo en interés e intriga, creo que ya estoy enganchado sin remedio. La mejón La Toñi, me declaro abiertamente su fan incondicional. La seguiré y apoyaré pase lo que pase.
A Eduardo lo que le faltan son cuatro hervores por lo menos, está más bien cuajao.
En este capítulo más que despejarse dudas se abren nuevos interrogantes. ¿De quién son los pelos? Entiendo que son de Ale por la detención ¿Cuál es la cara oculta de Chaflers? Habrá que esperar para saberlo pero ha aportado mucho el análisis de anónimo tres ¿Que ocurrirá ahora con Román? ¿Le darán curro en el Madrugador? Pero sobre todo me gustaría saber si he pasado de ser invisible a estar como una cabra o es que estoy haciendo un reportaje de investigación. Siempre igual, echando horas extras. Espero que el que todo lo sabe nos de pronto respuestas.
Pedro ers el mejón! Me encanta por todos lados...el cabrón del chiqui (como lo has calao.. jejejeje), la sin escrúpulos eva, eduardo todo loco... jajajajajja
muchos besios desde los madriles!!! y queremos más!!!!
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