
(En capítulos anteriores: Marta y Corrales regresan a casa de Ignacio para a recuperar las flores que había en la caja enviada por Jimena. Allí Alejandro, que no ha fallecido del todo, despierta para dar un último tiro que mata a la chica. También Corrales sufre el impacto de una bala. Sólo Pedrito ha sobrevivido al tiroteo. En la azotea de la fábrica de flores, Carmen se descubre como la asesina de Jimena y La Toñi, mientras que el señor Chaflers admite haber matado a Marina. El hombre lo hizo por salvar a su hija y Carmen lo hizo por su amor a Ignacio. Pero cuando descubre que el hombre al que idolatra ha muerto aprieta el botón que activa las bombas de las fábricas de gas…)
- ¿Qué has hecho, Carmen? Acabas de condenar a toda la humanidad.
El señor Chaflers se llevaba las manos a la cabeza. Todos los que llenaban la azotea de la fábrica de flores miraban a la chica asustados.
- Todo me da igual ya. Nada tiene sentido si no está Ignacio – lloró Carmen desconsolada.
- Hay muchas cosas en la vida aparte de un hombre, el cual, por cierto, según tengo entendido, pasaba bastante de ti – le dijo Alejandra sin concesiones.
- Él me amaba pero todavía no se había dado cuenta.
- Mataste al amor de mi vida. A la madre de mi hijo – le acompañó en lágrimas Chiqui – Por cierto, ¿dónde está mi hijo? Se supone que lo iba a cuidar Ignacio.
- Marta y Corrales se lo han llevado a casa de Ignacio. Querían recuperar las dos flores que le envió Jimena – respondió Eduardo.
- Sólo ellos sobrevivirán si no nos damos prisa. Hemos de encontrar esas flores verdaderas – sentenció Javier y se dirigió en tono amenazante hacia el señor Chaflers - ¿Dónde están?
- ¡No os lo diré! ¡No sois dignos de vivir en un mundo nuevo!
Javier intentó golpearle pero Laura se puso por delante.
- A mi padre ni lo toques – entonces se volvió hacia su progenitor – Papá, hemos de encontrar esas flores. Entiéndelo. Si no, moriremos todos.
- A veces es mejor un sacrificio a tiempo…
Entonces se oyó un golpe fuerte y seco. Eva, que lo había visto todo, se tapó los ojos con las manos y se abrazó horrorizada a Román, que estaba a su lado. Carmen acaba de lanzarse al suelo desde la azotea. Algunos se asomaron y comprobaron que la chica yacía inerte junto a la verja de la fábrica.
- ¡Qué horror! – se lamentó Eva entre solllozos.
- Tranquila, tranquila – la consoló Román.
El señor Chaflers aprovechó la confusión creada por el sucidio de Carmen para intentar huir por las escaleras. Arrastró de la mano a su hija pero Javier les sorprendió.
- Detente. Tú no vas a ningún sitio.
Laura lanzó una patada certera que redujo al policía. Su padre y ella huyeron rápidamente por las escaleras sin mirar atrás. En la azotea comenzó una lluvia de puñetazos y golpes indiscriminados. La lucha sin cuartel llegó hasta Natalia y Libertad.
- ¡Eres una guarra! No me quitarás esta exclusiva – se encaró Natalia.
- Eso es lo que tú te crees. Esta noticia es mía. Tengo declaraciones en primicia de la comisaria – le dijo Libertad mientras le propinaba un puñetazo en la cara.
- Pero si ésa no pinta nada aquí. Yo firmaré esta noticia. Que para eso llevo tanto tiempo metida en una secta… Lo mío es periodismo de investigación – le respondió tirándole del pelo.
- Lo tuyo es basura – contestó mientras añadía a sus palabras un rodillazo.
- ¡Pero no os dais cuenta de que si no encontramos las flores, moriremos todos! – trató de calmarlas la comisaria. Su éxito fue nulo. Ambas chicas continuaron peleando hasta llegar a una de las cornisas mientras sorteaban los numerosos grupúsculos que luchaban entre ellos. Eva, Román y Eduardo trataban de zafarse de los miembros de la secta que se lanzaban sobre ellos. Eva se sacó un tacón y se lo clavó en la espalda a uno que intentó matar a Eduardo con un cuchillo. Román esquivó el lanzamiento de varios ladrillos que había en la azotea y los devolvió con mejor puntería, lo que eliminó a varios de sus agresores. La intensidad de las peleas iba en aumento. Alejandra sacó su pistola y dio varios disparos al aire pero perdió el arma cuando Chiqui Esteban se abalanzó sobre ella totalmente poseído. Cayeron al suelo.
- ¡Hay que encontrar esas flores! – gritaba mientras apretaba el cuello de la comisaria con las dos manos. Alejandra se removía dolorida pero, poco a poco, fue perdiendo el aire y la fuerza. Cerró los ojos. Cuando estaba a punto de desfallecer, sintió que el peso de Chiqui Esteban sobre su cuerpo desaparecía. Al abrir los ojos comprobó que había sido Eduardo el que había salido en su defensa. Ahora ambos hombres se revolcaban sobre el suelo intentnado zafarse el uno del otro.
- ¡Cacho perra! – Natalia se acaba de recuperar de los golpes recibidos y lanzó un fuerte puñetezo al estómago de Libertad. La periodista se revolvió. Natalia aprovechó para empujarla y Libertad quedó al borde de la azotea - ¡Esta exclusiva te va a costar la vida, reportera de pacotilla! – le gritó mientras ponía todas sus fuerzas en empujar a Libertad azotea abajo.
- Si yo caigo, te vienes conmigo, inmunda.
- Inmundas son tus informaciones…
- ¡Basura!
Román saltó lo más alto que pudo y, en el aire, estiró una sus piernas para acabar con dos miembros de la secta que trataban de matarle con dos objetos punzantes. La fuerza de la patada les hizo caer azotea abajo. Eva se giró velozmente y clavó de nuevo su tacón contra una desconocida que le había cogido del pelo y trataba de lanzarla por una de las cornisas. Cuando se recuperó, observó que Chiqui Esteban tenía atrapado a Eduardo y estaba a punto de golpearle con un ladrillo en la cabeza.
- ¡Noooo! – el grito de Eva hizo reaccionar a Román, que se apresuró por coger otro de los ladrillos para lanzarlo contra Chiqui. Eva recuperó su tacón y también lo tiró con similares intenciones. Pero no hizo falta. Alejandra había recuperado su pistola y disparó contra el hombre que justo antes la había intentado matar. Chiqui cayó al suelo. Eduardo se incorporó asustado. Sentía que su vida había estado a punto de concluir. Román, Alejandra, Eva y él se miraron. Apenas había ya nadie en pie sobre la azotea.
- Tenemos que salir de aquí – decidió Román.
Los cuatro abandonaron la azotea sorteando algunos cuerpos que yacían sobre el cemento.
El señor Chaflers tiraba de su hija hacia el coche. Ella no dejaba de mirar atrás.
- Laura, debes correr más. No hay tiempo.
- Pero no puedo dejar allí a mis amigos…
- Has visto a mucha gente caer desde el edificio. Quizás ya están muertos…
- ¡No! ¡Mira allí está Eva! – Laura logró identificar a la periodista entre un grupo de cuatro personas que estaba saliendo del edificio - ¡Aquí! ¡Venid por aquí!
- ¡Dios mío! Es Laura. Nos está llamando – alertó Eva forzando la vista. Había comenzado a amanecer y la débil luz le permitió reconocer a su amiga. De pronto, tropezó con algo. Era uno de los muchos cadáveres que se había desplomado desde la azotea. Volvió a lanzar a un grito de horror - ¡Oh! ¡Es Libertad! ¡Y Natalia! – sollozó mientras se tapaba la cara con las manos.
- No mires. Y corramos – propuso Eduardo.
Los cuatro avanzaron rápidamente hasta el coche del señor Chaflers. El padre de Laura se puso al volante con su hija como copiloto. Los otros cuatro se acomodaron como pudieron en la parte de atrás. Alejandra quedó junto a una de las ventanillas y Eva se sentó entre Eduardo y Román. La chica se cogió de las manos de los dos. Eduardo le devolvió el gesto con un fuerte apretón. Román miraba desde la ventanilla mientras el coche avanzaba ya fuera del polígono industrial. En las calles había familias enteras paseando, ignorantes del trágico final que se avecinaba. Aquellas escenas de inocente tranquilidad le sobrecogieron. Una pregunta de Eva le devolvió a la realidad.
- ¿Dónde vamos?
- Tenemos que encontrar las flores para que todos nos pinchemos con sus espinas. Sólo así nos salvaremos – respondió el señor Chaflers.
La comisaria vio un cartel que informaba de la proximidad del cementerio.
- ¿Dónde están las flores?
- Las guardé en el mausoleo familiar. Antes estaban en casa de Jimena. Ella misma las cultivó en su invernadero. Me las llevé antes de que alguien las robara. Allí las sustituí por otras falsas, que son las que tenía preparadas la secta.
- ¿Cuánto tiempo tenemos antes de la explosión? – se interesó Eduardo.
- Creo que poco más de una hora.
- ¿Qué pasará cuando exploten todas las fábricas? – preguntó Román.
- Todos moriremos. Sólo sobrevivirán los que se hayan pinchado con la flor. Cada uno tiene que pincharse con una flor distinta. Laura, yo te di una. ¿Dónde la pusiste?
- Creo que la metí en una mochila que me dejé olvidada en un bar – respondió avergonzada - ¿Y tú, Eva? Tu hermana te entregó una antes de morir.
- La metí en el bolso verde. Pero no me pegaba con mi vestido de licra y lo dejé en casa.
- ¡Aquí estamos!
El coche entró en el cementerio. El señor Chaflers detuvo el vehículo, todos se apresuraron para bajar y corrieron siguiendo al padre de Laura. El mausoleo familiar era fácilmente identificable. Destacaba por su grandiosidad. La rojiza luz del amanecer resaltaba el brillo del mármol y la belleza de las imágenes esculpidas. El sol rebotaba en las rejas de metal que el hombre se apresuró a abrir. Todos entraron velozmente. Cruzaron un largo pasillo y finalmente llegaron a una sala abovedada con varios nichos. En el principal, descansaba la madre de Laura.
- Todo lo he hecho por ti – se confesó Chaflers ante la lápida.
- Papá. ¿Dónde están las flores?
Entonces, para sorpresa de todos, el señor Chaflers empujó la placa de mármol con el nombre de su esposa y aparecieron varias decenas de flores en perfecto estado.
- Ordené cambiar el ataúd de tu madre para guardar las flores aquí – se justificó mirando a Laura sin que nadie le preguntara - Fue una especie de homenaje. Cogió el conjunto de flores y lo sacó del nicho. Entonces extrajo una rosa y se acercó a su hija. Ella extendió un brazo y su padre le pinchó con una de las espinas. Laura repitió el gesto con su padre. Después hizo lo mismo con Eva y Alejandra. Las tres mujeres y Chaflers estaban ya salvados. Los fotógrafos esperaban a la entrada de la sala. El señor Chaflers se aproximó a ellos pero cuando iba a extender sus brazos se oyó una voz al fondo que les hizo girarse a todos.
- Deja esas flores en el suelo ahora mismo – Javier acaba de entrar en el mausoleo. Apuntaba al grupo con su arma reglamentaria.
- ¡Javier! ¡Nos has seguido! ¿No crees que ya has hecho demasiado daño? – se encaró la comisaria con él.
- ¿Y tú qué sabes de hacer daño? No sois merecedores de vivir en el nuevo mundo. Arpías de la prensa, acosadores fotográficos, infieles redomados, mujeres frustradas, adictas al alcohol… ¿Es ese el mundo por el que llevo tanto tiempo luchando? Por supuesto que no. ¡No lo permitiré!
- ¿Por qué haces esto, Javier? Tú yo nos conocemos. Siempre me ayudaste en mi trabajo. ¿Por qué quieres matarnos ahora? - le preguntó Eva en tono conciliador.
- No lo entiendes. He estado disimulando todo este tiempo. Mi misión era comprobar que ni la policía ni la prensa sabían nada de lo que estábamos preparando. Por eso me metí en el cuerpo y por eso me enrollé contigo. Ahora es el turno de vuestra muerte.
- Si nos matas, te quedarás tú solo en este mundo – le advirtió el señor Chaflers – Tu padre no querría esto.
- No hables de mi padre…
- Tu padre era una buena persona por encima de todo – le respondió Chaflers.
- Mi padre era indigno. Yo quiero un mundo donde los hombres sean hombres y las mujeres, mujeres. ¡Por eso me metí en la secta! Para luchar por un mundo acorde con la naturaleza. ¡No hables de mi padre que me da vergüenza hasta de recordarle! Mejor ahora que está muerto. Recibió lo que se merecía…
- ¡Tu padre era la Toñi! – concluyó Laura.
Javier se puso nervioso y dirigió la pistola contra ella.
- La Toñi era mi amiga y era una pedazo de artista que quitaba las tapaeras del sentío, cantando por la Jurado. Pero, sobre todo, era una amiga por las que había que quitarse el sombrero. Si fuera mi padre, yo estaría orgullosísima de él…
- ¿Tú qué sabes de la vida? Si ahogas tu dignidad cada día en una copa…
- No le hables así a mi amiga… - le reprochó Eva.
- Habló la cornuda de España. Y encima todavía tiene la poco vergüenza de juntarse con el hortera del chándal que le engañó con su propia hermana.
- Oye, que es de felpa de la buena – se defendió Román.
- Basura. Eso es lo que sois todos… El mundo nuevo que se va a crear no va a contar con vosotros. Sois excrementos de la sociedad. ¡Pon las flores en el suelo!
El señor Chaflers dejó la rosa bajo la lápida de su esposa , que estaba semiabierta, y se apartó a un lado, junto al resto, por orden de Javi. El hombre se acercó a las flores y tomó una, con la que se pinchó en el brazo.
- ¡Ya está! Ya puedo mataros a todos.
Entonces la comisaria sacó el arma que guardaba en el cinturón a su espalda y, de un rápido movimiento, apuntó y disparó contra Javi. La bala le impactó en el estómago pero a él le dio tiempo a apretar el gatillo dos veces. La primera de sus balas chocó contra la lápida de la madre de Laura. El mármol se tambaleó y acabó cayendo justo donde estaba el conjunto de flores, que quedó completamente aplastado, oculto bajo la piedra. La segunda se dirigó violentamente contra el pecho del señor Chaflers. Los dos heridos se retorcieron en el suelo durante unos segundos y, en seguida, se pararon en seco. Javier había muerto pero al señor Chaflers le quedaba un débil hilo de voz. Laura se agachó desconsolada junto al cuerpo de su padre.
- ¡No te mueras, papá! ¡No te mueras!
- ¡Hija…!
Román y Eduardo miraron el reloj. Si el tiempo que Chaflers les había dicho era correcto, apenas quedaba media hora para la explosión. Alejadnra fue la primera en buscar las flores.
- Han quedado todas aplastadas bajo la lápida.
Los dos fotógrafos y la comisaria intentaron levantar el mármol pero no se movió ni un solo milímetro. Se miraron entre ellos. Sus esperanzas de sobrevivir se esfumaban.
- ¡Un momento! ¡Aquí hay algo! – fue Eva la que había lanzado aquella exclamación mientras examinaba la tumba de la madre de Laura. Se puso de puntillas para alargar el brazo lo máximo posible y así poder recoger lo que había avistado desde fuera. Román y Eduardo se acercaron. Cuando Eva se giró llevaba una rosa en la mano. Los dos hombres la miraban. Ella miró a ambos y sus ojos se humedecieron.
- Sólo hay una.
Hubo un silencio. Lo rompió Román.
- Debes elegir.
Eduardo asintió con la cabeza.
- Sí, debes elegir.
Eva bajó la cabeza para observar la rosa que tenía entre sus manos. Una flor y dos hombres frente a ella.