
(En capítulos anteriores: Marina, la hermana de Eva, ha regresado a la ciudad. La chica se reúne también con Román, al que le encargó realizar fotos de la entrada a la fábrica de flores, y con el señor Chaflers. Mauri y Laura preparan la inauguración de su renovado bar. Eva descubre que Ignacio protege al hijo de Jimena. Eva descubre que Jimena, Marina e Ignacio estudiaron juntos Biología. Marta desconoce el paradero de su sobrino y que Corrales le ha engañado con la comisaria pero Javier ya tiene la cinta de este encuentro amoroso. Mientras, Carmen desvela a Ignacio que fue Natalia quien le golpeó. Lo hace justo de sufrir una nueva crisis en el hospital…)
- ¿Se recuperará?
- No lo sabemos.
Ignacio miró desde la cristalera la cama de Carmen, donde la joven yacía. Su vida se agarraba a una sofisticada maquinaria médica.
- Durante varios minutos su corazón ha dejado de latir. Hemos intentado hacer lo posible pero algunos de sus órganos han podido dejar de funcionar en este tiempo. Tampoco sabemos cómo eso le ha podido afectar al cerebro. Si lograra despertar del coma, puede que haya sufrido daños irreversibles – le explicó el doctor – En realidad, es un milagro que siga viva…
- Es una campeona… - sonrió levemente.
- Usted estaba presente cuando le entró la crisis. Dice que abrió los ojos y habló, ¿no?
- Sí.
- ¿Y qué te dijo?
Natalia apareció justo detrás de Ignacio. El hombre se giró sorprendido.
- Eran palabras sueltas. No tenían mucho sentido – se apresuró a responder.
- Ojalá algún día se ponga bien. Tiene tantas cosas por decir… - suspiró ella.
El doctor se alejó y ambos permanecieron junto a la escalera.
- Pobrecilla. ¿Quién sabe lo que pasará por su mente ahora? – se compadeció Natalia.
Ignacio ya no contestó. En su cabeza resonaban aún las últimas palabras de Carmen. “Natalia es una asesina”.
En la redacción de El madrugador ya había llegado el último parte médico de Carmen, aunque sus trabajadores se afanaban a esa hora por ultimar las páginas. Laura le puso el tapón a su petaca y se levantó. Se situó en medio de uno de los pasillos centrales y habló en voz alta.
- ¡Atención! ¡Atención! Un momento de atención. Esta noche, cuando terminéis lo que estéis haciendo, tenéis una cita en La salamanquesa, un bar muy selecto que se inaugura esta noche por todo lo alto. Va a ser una fiesta de las que no se olvidan.
Apenas nadie levantó la vista de su ordenador. El discurso de Laura había pasado desapercibido.
- ¡Habrá barra libre! – insistió
Entonces todo el personal aplaudió y muchos se acercaron a preguntarle la dirección del local.
- Espero que yo también esté incluida en la lista.
Laura se giró y descubrió sorprendida que era Libertad, la ex becaria, quien estaba dejando sus cosas en su antigua mesa. Al verla, Eva se acercó indignada.
- ¡Eduardo, llama a seguridad! Que una rata ha entrado en el periódico.
El fotógrafo rió la ocurrencia de la subdirectora. Libertad también rio.
- De verdad, Eva, que me troncho contigo. No sé quién dice por ahí que no tienes ninguna gracia.
- Pero, ¿qué coño haces aquí? Eres una vetada. Ya te estás yendo por donde has venido.
- Pues, hija, a ver si os coordináis el director y tú. Ha sido Ignacio el que me ha contratado de nuevo. Perdona que no te haga mucho caso ahora. Es que tengo una exclusiva que publicar…
- Eres una pedazo de…
- Bueno, bueno… - medió Laura – Ya que Libertad parece que tiene el consentimiento del director, lo mejor es que nos llevemos bien todos. Por supuesto que debes venir a la fiesta. La salamanquesa está abierta a todo tipo de público.
- Pues deberiais prohibir el paso a perras… - se quejó Eva.
Libertad obvió su comentario y empezó a teclear en su nuevo puesto. Eva se marchó indignada. Eduardo la observó mientras se alejaba hasta que Laura le interrumpió en sus pensamientos.
- Toma. Que se te cae la baba… - dijo entregándole un pañuelo de papel.
El fotógrafo sonrió.
- ¿Ya se lo has dicho? ¿Le has dicho que la amas?
- No me atrevo.
- Aprovecha la fiesta. Cógela en un reservado y dile toda la verdad.
Corrales revisaba una a una las listas recabadas. Sobre su mesa se alzaba toda una montaña de papeles. Eran los registros de pediatras que habían atendido a recién nacidos en la ciudad en las últimas semanas. Ignoraba si podría conseguir algún dato interesante pero era la única vía que había encontrado para poder seguir investigando la desaparición del hijo de Jimena. Era su única manera de compensar el dolor que padecía Marta. En su mente permanecía también la noche pasada con Alejandra. Su conciencia le apremiaba a culminar su trabajo. Siguió descartando documentos hasta que uno le llamó la atención. Era de un pediatra del centro de la ciudad. Pero lo que le sorprendió no fue el nombre del médico, sino del solicitante de la revisión. Era Ignacio. Corrales se extrañó de que el director de El madrugador hubiese llevado a la consulta a un bebé, a pesar de que, según él creía, no tenía hijos.
Marta era ajena a la investigación iniciada por su novio. No salía de su habitación del hotel. Tenía miedo a Alejandro, aunque ya hacía tiempo que no se acordaba de su antigua pareja. Su obsesión era encontrar a su sobrino, la única familia que le quedaba. Un agente de policía custodiaba permanentemente su puerta. Por eso se extrañó que, de pronto, una voz desconocida le llamara a una hora en la que no esperaba visita alguna.
- Abra, por favor.
Observó por la mirilla. Su escolta estaba acompañado por otro policía. Abrió la puerta sin quitar el pestillo.
- No hay problema, señorita. Es un compañero de la comisaría.
Marta volvió a cerrar para quitar el pestillo y permitir la entrada del agente.
- Mi nombre es Javier y tengo algo que le puede interesar.
El policía llevaba en la mano una cinta de vídeo.
Libertad bailaba como poseída por una fuerza descontrolada. La fiesta de inauguración de La salamanquesa había resultado todo un éxito de convocatoria. Los brazos y piernas de la ex becaria se movían acompasados por la música, sin importarle chocar con muchos de los asistentes. Mauri no paraba de servir cócteles.
- ¡Esto está más concurrido que cuando La Toñi estrenó su disco de colombianas! – gritó a Laura intentado superar el volumen del bullicio.
- ¡Ella estaría muy contenta de volver a ver La salamanquesa como en sus mejores tiempos!
- ¡Cuando ella cantaba eso de “Qué dices del rocío, lo que yo tengo es el potorro to escocío” y esto se ponía como una feria!
Laura sonrió y se acercó al otro de la barra, donde Eduardo pedía una nueva copa.
- Un cubalibre, pog favoggg… - pidió en un claro tono embriagado.
- ¿Cuántas te has tomado ya?
- Siete cegveza, cuatgo gintonic, tges tequila y voy pog el cubalibge…
- Lo que tú tienes que hacer es dejarte de mariconadas, emborracharte un poco y decirle todas las verdades a la Eva. ¡Mira! Allí está.
La subdirectora acababa de entrar a la fiesta. Saludó a algunos compañeros del periódico y no tardó en encontrarse a Román.
- Por fin, has llegado. Era el momento de que entrara la belleza por esa puerta.
- Román, déjate de pamplinas.
- No sabes lo que me haces sentir…
- Sólo he venido a pasármelo bien…
- Pues no seas egoísta y comparte conmigo esa alegría.
En la otra esquina del bar, la comisaria Alejandra se tomaba la primera copa. Era su primera salida nocturna desde que había recalado en la ciudad. No paraba de mirar alrededor hasta que encontró lo que buscaba.
- ¡Corrales! ¡Has venido!
- Sí. Me dijiste que acudiera urgentemente a esta fiesta. ¿Has descubierto algo? ¿El asesino está aquí? ¿Sabes algo de Alejandro? ¿Y del hijo de Jimena?
- No. Sólo quería que tú y yo disfrutáramos de esta fiesta – la comisaria le guiñó el ojo divertida y le entregó la copa.
- Yo creo que tengo algo que puede interesarle, comisaria...
- A mí me interesa todo de ti pero llámame Alejandra.
- Alejandra. Yo quiero a mi novia. Lo del otro día fue un…
En ese momento, sonó una explosión. De un cañón que acababa de accionar Mauri salió una lluvia de confeti. Todo el público asistió entusiasmado al espectáculo. De pronto, la canción terminó y hasta que empezó la siguiente pasaron varios segundos. Fue durante ese minúsculo silencio cuando los tacones de Marina resonaron en la puerta. Muchas miradas se giraron hacia ella. Hubo un murmullo generalizado. Ella se apartó el pelo con la mano en un gesto que indignó a su hermana. La presencia de Marina hizo escapar a Eva hacia los lavabos. En su huida le cayeron varias lágrimas.
Otra lágrima, pero sólo una aunque más dolorosa, caía en ese momento de los ojos de Marta. Corrales y Alejandra se revolcaban sobre la mesa de la comisaria en su televisión. Marta se mantenía atenta a la pantalla sentada sobre la cama mientras Javier esperaba la reacción de la chica justo delante, en una silla de la mesa al lado de la pantalla. Ambos estaban solos en la habitación. La joven se levantó de pronto. El policía fue a apagar el monitor.
- Sé que es duro pero creía que era importante que usted supiera como se las gasta la nueva generación de mandos policiales que tenemos. Pero con esta cinta podemos colocarles en su sitio...
Marta buscaba algo en el armario. Javier pensó que estaría localizando un pañuelo de consuelo. Le dio la espalda a la chica para sacar la cinta del vídeo cuando sintió un tremendo golpe en la cabeza que le dejó inconsciente. Marta había dejado caer sobre él una enorme barra metálica que guardaba en el ropero. Registró al agente. Le cogió el arma y toda la munición. Fue hacia la puerta. Antes de salir, urdió un plan para engañar al escolta, aunque no era él la meta de su ira.
Román llamó a la puerta de varios baños hasta que encontró a Eva. Abrió la puerta sutilmente. La chica lloraba desconsolada.
- Pero, ¿qué te ha pasado?
- He visto como la has mirado. Como la mirabáis todos. ¿Sabes a lo que ha venido? A recordarme que es mejor que yo y que cuando quiera puede vencerme otra vez… ¡Para eso ha vuelto!
- No sé por qué ha regresado pero deja de pensar de una vez que es mejor que tú.
- Claro, tú eres el más indicado para decírmelo.
Eva salió y se asomó al espejo de los lavabos para recomponerse el maquillaje. Román la obligó a girarse.
- Marina fue un error en mi vida. Y sé que lo pagaré para siempre. Pero no permitiré que sufras más por mí o por ella. Tú eres mucho mejor. Íntegra, inteligente, valiente… y preciosa. Hoy más que nunca.
Eva volvió a llorar pero ya no por rabia. Las palabras del fotógrafo le habían emocionado. Él lo sabía. Ella también. Entonces Eva se rindió. Ambos acercaron sus labios y, cuando estaban a dos escasos milímetros, escucharon un ruido justo al lado. Era Eduardo. Tenía los ojos llorosos y, en su retina, la imagen clavada de la pareja abrazada y a punto de iniciar el camino a dejarse llevar por la pasión. Eduardo salió abrumado del baño. Eva miró a Román y enseguida corrió también fuera detrás del otro fotógrafo. Eduardo cruzó la fiesta como una exhalación. Pero Laura logró detenerle antes de que alcanzara la puerta.
- ¡Eduardo! ¿Ya se lo has dicho? ¿Le has dicho que la amas?
- Sí, sí… Claro que se lo he dicho – mintió abochornado.
En ese momento, Chiqui Esteban, que acababa de aparecer en la fiesta se cruzó entre ellos y los separó. El subdirector de La verdad entró directamente a la barra y cuando consiguió la copa movió la mirada por todo el establecimiento. Sus ojos se detuvieron en Libertad, quien continuaba bailando emocionada. Eva fue una de las muchas personas que chocó con su coreografía. Buscó a Eduardo pero no le encontró. Sin embargo, su hermana sí la encontró a ella.
- ¡Eva! Te estaba buscando. Tengo que decirte algo muy importante…
- No quiero saber nada de ti. Que seas familia mía no me obliga a quererte..
- No hay tiempo para reproches, Eva – Marina permanecía seria y con gesto de honda preocupación – Toma – añadió mientras le entregaba una rosa que acababa de sacar del bolso que portaba.
- ¿Qué significa esto? ¿Tú también con las dichosas flores? Estoy harta de…
- Es más importante de lo que crees – le rogó mientras le forzaba a coger la rosa de un rojo intenso - Escucha, lo que tienes que hacer es…
En ese momento, otro cañón de confeti estalló cerca de ellas. Todo el bar se llenó de pequeños fragmentos de colores. Libertad daba un giro sobre sí misma cuando tropezó bruscamente y chocó con varias personas que, a su vez, fueron cayendo sobre otras. El revuelo era enorme. Y entonces todas las luces se apagaron. Gritos y silbidos se mezclaron en medio de una total oscuridad. Eva sintió varios empujones. Notó que mucha gente se cruzaba delante y detrás de ella. Se asustó. Cuando la luz volvió todo parecía haber cambiado a su alrededor. El confeti ya estaba en el suelo. Allí yacía también su hermana. En medio de un charco de sangre.
- ¿Se recuperará?
- No lo sabemos.
Ignacio miró desde la cristalera la cama de Carmen, donde la joven yacía. Su vida se agarraba a una sofisticada maquinaria médica.
- Durante varios minutos su corazón ha dejado de latir. Hemos intentado hacer lo posible pero algunos de sus órganos han podido dejar de funcionar en este tiempo. Tampoco sabemos cómo eso le ha podido afectar al cerebro. Si lograra despertar del coma, puede que haya sufrido daños irreversibles – le explicó el doctor – En realidad, es un milagro que siga viva…
- Es una campeona… - sonrió levemente.
- Usted estaba presente cuando le entró la crisis. Dice que abrió los ojos y habló, ¿no?
- Sí.
- ¿Y qué te dijo?
Natalia apareció justo detrás de Ignacio. El hombre se giró sorprendido.
- Eran palabras sueltas. No tenían mucho sentido – se apresuró a responder.
- Ojalá algún día se ponga bien. Tiene tantas cosas por decir… - suspiró ella.
El doctor se alejó y ambos permanecieron junto a la escalera.
- Pobrecilla. ¿Quién sabe lo que pasará por su mente ahora? – se compadeció Natalia.
Ignacio ya no contestó. En su cabeza resonaban aún las últimas palabras de Carmen. “Natalia es una asesina”.
En la redacción de El madrugador ya había llegado el último parte médico de Carmen, aunque sus trabajadores se afanaban a esa hora por ultimar las páginas. Laura le puso el tapón a su petaca y se levantó. Se situó en medio de uno de los pasillos centrales y habló en voz alta.
- ¡Atención! ¡Atención! Un momento de atención. Esta noche, cuando terminéis lo que estéis haciendo, tenéis una cita en La salamanquesa, un bar muy selecto que se inaugura esta noche por todo lo alto. Va a ser una fiesta de las que no se olvidan.
Apenas nadie levantó la vista de su ordenador. El discurso de Laura había pasado desapercibido.
- ¡Habrá barra libre! – insistió
Entonces todo el personal aplaudió y muchos se acercaron a preguntarle la dirección del local.
- Espero que yo también esté incluida en la lista.
Laura se giró y descubrió sorprendida que era Libertad, la ex becaria, quien estaba dejando sus cosas en su antigua mesa. Al verla, Eva se acercó indignada.
- ¡Eduardo, llama a seguridad! Que una rata ha entrado en el periódico.
El fotógrafo rió la ocurrencia de la subdirectora. Libertad también rio.
- De verdad, Eva, que me troncho contigo. No sé quién dice por ahí que no tienes ninguna gracia.
- Pero, ¿qué coño haces aquí? Eres una vetada. Ya te estás yendo por donde has venido.
- Pues, hija, a ver si os coordináis el director y tú. Ha sido Ignacio el que me ha contratado de nuevo. Perdona que no te haga mucho caso ahora. Es que tengo una exclusiva que publicar…
- Eres una pedazo de…
- Bueno, bueno… - medió Laura – Ya que Libertad parece que tiene el consentimiento del director, lo mejor es que nos llevemos bien todos. Por supuesto que debes venir a la fiesta. La salamanquesa está abierta a todo tipo de público.
- Pues deberiais prohibir el paso a perras… - se quejó Eva.
Libertad obvió su comentario y empezó a teclear en su nuevo puesto. Eva se marchó indignada. Eduardo la observó mientras se alejaba hasta que Laura le interrumpió en sus pensamientos.
- Toma. Que se te cae la baba… - dijo entregándole un pañuelo de papel.
El fotógrafo sonrió.
- ¿Ya se lo has dicho? ¿Le has dicho que la amas?
- No me atrevo.
- Aprovecha la fiesta. Cógela en un reservado y dile toda la verdad.
Corrales revisaba una a una las listas recabadas. Sobre su mesa se alzaba toda una montaña de papeles. Eran los registros de pediatras que habían atendido a recién nacidos en la ciudad en las últimas semanas. Ignoraba si podría conseguir algún dato interesante pero era la única vía que había encontrado para poder seguir investigando la desaparición del hijo de Jimena. Era su única manera de compensar el dolor que padecía Marta. En su mente permanecía también la noche pasada con Alejandra. Su conciencia le apremiaba a culminar su trabajo. Siguió descartando documentos hasta que uno le llamó la atención. Era de un pediatra del centro de la ciudad. Pero lo que le sorprendió no fue el nombre del médico, sino del solicitante de la revisión. Era Ignacio. Corrales se extrañó de que el director de El madrugador hubiese llevado a la consulta a un bebé, a pesar de que, según él creía, no tenía hijos.
Marta era ajena a la investigación iniciada por su novio. No salía de su habitación del hotel. Tenía miedo a Alejandro, aunque ya hacía tiempo que no se acordaba de su antigua pareja. Su obsesión era encontrar a su sobrino, la única familia que le quedaba. Un agente de policía custodiaba permanentemente su puerta. Por eso se extrañó que, de pronto, una voz desconocida le llamara a una hora en la que no esperaba visita alguna.
- Abra, por favor.
Observó por la mirilla. Su escolta estaba acompañado por otro policía. Abrió la puerta sin quitar el pestillo.
- No hay problema, señorita. Es un compañero de la comisaría.
Marta volvió a cerrar para quitar el pestillo y permitir la entrada del agente.
- Mi nombre es Javier y tengo algo que le puede interesar.
El policía llevaba en la mano una cinta de vídeo.
Libertad bailaba como poseída por una fuerza descontrolada. La fiesta de inauguración de La salamanquesa había resultado todo un éxito de convocatoria. Los brazos y piernas de la ex becaria se movían acompasados por la música, sin importarle chocar con muchos de los asistentes. Mauri no paraba de servir cócteles.
- ¡Esto está más concurrido que cuando La Toñi estrenó su disco de colombianas! – gritó a Laura intentado superar el volumen del bullicio.
- ¡Ella estaría muy contenta de volver a ver La salamanquesa como en sus mejores tiempos!
- ¡Cuando ella cantaba eso de “Qué dices del rocío, lo que yo tengo es el potorro to escocío” y esto se ponía como una feria!
Laura sonrió y se acercó al otro de la barra, donde Eduardo pedía una nueva copa.
- Un cubalibre, pog favoggg… - pidió en un claro tono embriagado.
- ¿Cuántas te has tomado ya?
- Siete cegveza, cuatgo gintonic, tges tequila y voy pog el cubalibge…
- Lo que tú tienes que hacer es dejarte de mariconadas, emborracharte un poco y decirle todas las verdades a la Eva. ¡Mira! Allí está.
La subdirectora acababa de entrar a la fiesta. Saludó a algunos compañeros del periódico y no tardó en encontrarse a Román.
- Por fin, has llegado. Era el momento de que entrara la belleza por esa puerta.
- Román, déjate de pamplinas.
- No sabes lo que me haces sentir…
- Sólo he venido a pasármelo bien…
- Pues no seas egoísta y comparte conmigo esa alegría.
En la otra esquina del bar, la comisaria Alejandra se tomaba la primera copa. Era su primera salida nocturna desde que había recalado en la ciudad. No paraba de mirar alrededor hasta que encontró lo que buscaba.
- ¡Corrales! ¡Has venido!
- Sí. Me dijiste que acudiera urgentemente a esta fiesta. ¿Has descubierto algo? ¿El asesino está aquí? ¿Sabes algo de Alejandro? ¿Y del hijo de Jimena?
- No. Sólo quería que tú y yo disfrutáramos de esta fiesta – la comisaria le guiñó el ojo divertida y le entregó la copa.
- Yo creo que tengo algo que puede interesarle, comisaria...
- A mí me interesa todo de ti pero llámame Alejandra.
- Alejandra. Yo quiero a mi novia. Lo del otro día fue un…
En ese momento, sonó una explosión. De un cañón que acababa de accionar Mauri salió una lluvia de confeti. Todo el público asistió entusiasmado al espectáculo. De pronto, la canción terminó y hasta que empezó la siguiente pasaron varios segundos. Fue durante ese minúsculo silencio cuando los tacones de Marina resonaron en la puerta. Muchas miradas se giraron hacia ella. Hubo un murmullo generalizado. Ella se apartó el pelo con la mano en un gesto que indignó a su hermana. La presencia de Marina hizo escapar a Eva hacia los lavabos. En su huida le cayeron varias lágrimas.
Otra lágrima, pero sólo una aunque más dolorosa, caía en ese momento de los ojos de Marta. Corrales y Alejandra se revolcaban sobre la mesa de la comisaria en su televisión. Marta se mantenía atenta a la pantalla sentada sobre la cama mientras Javier esperaba la reacción de la chica justo delante, en una silla de la mesa al lado de la pantalla. Ambos estaban solos en la habitación. La joven se levantó de pronto. El policía fue a apagar el monitor.
- Sé que es duro pero creía que era importante que usted supiera como se las gasta la nueva generación de mandos policiales que tenemos. Pero con esta cinta podemos colocarles en su sitio...
Marta buscaba algo en el armario. Javier pensó que estaría localizando un pañuelo de consuelo. Le dio la espalda a la chica para sacar la cinta del vídeo cuando sintió un tremendo golpe en la cabeza que le dejó inconsciente. Marta había dejado caer sobre él una enorme barra metálica que guardaba en el ropero. Registró al agente. Le cogió el arma y toda la munición. Fue hacia la puerta. Antes de salir, urdió un plan para engañar al escolta, aunque no era él la meta de su ira.
Román llamó a la puerta de varios baños hasta que encontró a Eva. Abrió la puerta sutilmente. La chica lloraba desconsolada.
- Pero, ¿qué te ha pasado?
- He visto como la has mirado. Como la mirabáis todos. ¿Sabes a lo que ha venido? A recordarme que es mejor que yo y que cuando quiera puede vencerme otra vez… ¡Para eso ha vuelto!
- No sé por qué ha regresado pero deja de pensar de una vez que es mejor que tú.
- Claro, tú eres el más indicado para decírmelo.
Eva salió y se asomó al espejo de los lavabos para recomponerse el maquillaje. Román la obligó a girarse.
- Marina fue un error en mi vida. Y sé que lo pagaré para siempre. Pero no permitiré que sufras más por mí o por ella. Tú eres mucho mejor. Íntegra, inteligente, valiente… y preciosa. Hoy más que nunca.
Eva volvió a llorar pero ya no por rabia. Las palabras del fotógrafo le habían emocionado. Él lo sabía. Ella también. Entonces Eva se rindió. Ambos acercaron sus labios y, cuando estaban a dos escasos milímetros, escucharon un ruido justo al lado. Era Eduardo. Tenía los ojos llorosos y, en su retina, la imagen clavada de la pareja abrazada y a punto de iniciar el camino a dejarse llevar por la pasión. Eduardo salió abrumado del baño. Eva miró a Román y enseguida corrió también fuera detrás del otro fotógrafo. Eduardo cruzó la fiesta como una exhalación. Pero Laura logró detenerle antes de que alcanzara la puerta.
- ¡Eduardo! ¿Ya se lo has dicho? ¿Le has dicho que la amas?
- Sí, sí… Claro que se lo he dicho – mintió abochornado.
En ese momento, Chiqui Esteban, que acababa de aparecer en la fiesta se cruzó entre ellos y los separó. El subdirector de La verdad entró directamente a la barra y cuando consiguió la copa movió la mirada por todo el establecimiento. Sus ojos se detuvieron en Libertad, quien continuaba bailando emocionada. Eva fue una de las muchas personas que chocó con su coreografía. Buscó a Eduardo pero no le encontró. Sin embargo, su hermana sí la encontró a ella.
- ¡Eva! Te estaba buscando. Tengo que decirte algo muy importante…
- No quiero saber nada de ti. Que seas familia mía no me obliga a quererte..
- No hay tiempo para reproches, Eva – Marina permanecía seria y con gesto de honda preocupación – Toma – añadió mientras le entregaba una rosa que acababa de sacar del bolso que portaba.
- ¿Qué significa esto? ¿Tú también con las dichosas flores? Estoy harta de…
- Es más importante de lo que crees – le rogó mientras le forzaba a coger la rosa de un rojo intenso - Escucha, lo que tienes que hacer es…
En ese momento, otro cañón de confeti estalló cerca de ellas. Todo el bar se llenó de pequeños fragmentos de colores. Libertad daba un giro sobre sí misma cuando tropezó bruscamente y chocó con varias personas que, a su vez, fueron cayendo sobre otras. El revuelo era enorme. Y entonces todas las luces se apagaron. Gritos y silbidos se mezclaron en medio de una total oscuridad. Eva sintió varios empujones. Notó que mucha gente se cruzaba delante y detrás de ella. Se asustó. Cuando la luz volvió todo parecía haber cambiado a su alrededor. El confeti ya estaba en el suelo. Allí yacía también su hermana. En medio de un charco de sangre.
- ¡Marina! ¡Marina!
Pero ella ya no le contestó.