
La camiseta blanca de Ignacio se tiñó de rojo. Pero ninguno de sus visitantes pudo verla al instante. Los disparos de Alejandro levantaron una intensa nubareda de polvo. Fragmentos de objetos que se hicieron añicos y que volaron por toda la habitación. Fue esa niebla de destrucción la que permitó esconderse a Eva tras un sillón que ya había sentido los rifles de Alejandro. Román rodó por la alfombra hasta detrás de un mueble y Eduardo permaneció inmóvil de pie. Se atrevió a coger una silla en el aire que arrojó contra el portador de las armas. Alejandro no la vio llegar y sus dos rifles cayeron sin dejar de disparar. Las balas descolgaron una lámpara que le dio de lleno en la cara. Minúsculos cristales le golpearon los ojos y cayó al suelo retorcido de dolor. Román salió de su escondite y evitó con una patada que Alejandro pudiera llegar al arma que intentaba coger a tientas. Eva se levantó y pilló uno de los rifles. No tenía ni idea de cómo se disparaba pero cuando Marta regresó a esa estancia no dudó en apuntarle. No llegó sola. Llevaba a Pedrito en sus brazos.
- ¿Qué ha pasado aquí? – preguntó horrorizada Marta.
- Sois unos asesinos pero hasta aquí llegó vuestra oleada de crímenes. Mira que matar a tu propia hermana – le reprochó Román, quien también portaba el otro rifle que había soltado Alejandro.
- También mataste a mi hermana – aseveró Eva mirando a través del objetivo de su arma.
Marta contempló la escena pero no perdió la calma. Con gran parsimonia, se llevó el peso de Pedrito al otro brazo para dejar libre su mano derecha. Entonces buscó a la altura trasera de su cinturón y sacó una pistola pequeña.
- Llevo un niño en mis brazos y sé que no me vais a disparar.
Román y Eva se miraron.
- Yo soy la que tengo una pistola que sí puedo disparar en cualquier momento. Ahora vais a bajar el arma. Y me vais a escuchar…
- ¡Mátalos, Marta! ¡Me han dejado ciego! – gritó Alejandro tratando de levantarse - ¡Mátalos!
Marta guiñó un ojo y disparó. Román sintió la bala cruzar muy cerca. Pero pasó de largo. Viajó J
- ¿Qué ha pasado aquí? – preguntó horrorizada Marta.
- Sois unos asesinos pero hasta aquí llegó vuestra oleada de crímenes. Mira que matar a tu propia hermana – le reprochó Román, quien también portaba el otro rifle que había soltado Alejandro.
- También mataste a mi hermana – aseveró Eva mirando a través del objetivo de su arma.
Marta contempló la escena pero no perdió la calma. Con gran parsimonia, se llevó el peso de Pedrito al otro brazo para dejar libre su mano derecha. Entonces buscó a la altura trasera de su cinturón y sacó una pistola pequeña.
- Llevo un niño en mis brazos y sé que no me vais a disparar.
Román y Eva se miraron.
- Yo soy la que tengo una pistola que sí puedo disparar en cualquier momento. Ahora vais a bajar el arma. Y me vais a escuchar…
- ¡Mátalos, Marta! ¡Me han dejado ciego! – gritó Alejandro tratando de levantarse - ¡Mátalos!
Marta guiñó un ojo y disparó. Román sintió la bala cruzar muy cerca. Pero pasó de largo. Viajó J
justo a su espalda, donde se encontraba tambaleándose Alejandro. El impacto de la bala, en plena cabeza, le hizo callar de golpe y caer bruscamente al suelo. Eva volvió a levantar su pistola contra Marta porque temió que la chica hubiese errado el tiro y quisiera ahora disparar contra ellos. Pero no tardó en darse cuenta de que Marta sabía muy bien a quien había disparado.
- Me ha hecho la vida imposible desde que le conocí. Y hoy, por primera vez, no le tengo miedo. Y ha sido gracias a este bebé. Cuando le he cogido entre mis brazos, me he dado cuenta de que hay un motivo para luchar, que merece la pena seguir viviendo, y que no se puede vivir con terror. Mi terror era ese hombre al que acabo de matar – dijo sentándose abrumada en el suelo.
- ¿Tú mataste también a tu hermana? – se interesó Eva.
- No, claro que no. Yo ni siquiera estaba en la ciudad cuando ocurrió todo. Sólo he matado a Alejandro y vosotros sabéis bien que se lo merecía.
- ¿Y Alejandro? ¿Pudo él matar a Jimena, Marina o La Toñi? – se cuestionó Eduardo.
- A Jimena seguro que no. Estaba conmigo en otra ciudad el día de su muerte. De lo demás no puedo asegurar nada. Pero creo que no. Él sólo vivía para hacerme daño a mí…
- ¡Socorro! – Ignacio trató de hacerse notar con un alarido desgarrador.
Todos fueron a ayudarle. Román le levantó la camiseta y comprobó que tenía alojada una bala en el vientre.
- Hay que llevarlo a un hospital urgentemente.
- ¡Iremos en mi coche! – sugiró Eduardo.
No sin dificultades bajaron del edificio. Alojaron en el asiento de atrás a Ignacio. Marta decidió ir en el delantero mientras seguía portando a Pedrito entre sus brazos. El coche se alejó. Román y Eva quedaron en seguirles en el coche del fotógrafo.
Laura bebió un vaso de agua. El sabor le resultó muy extraño. Entró en el despacho del señor Chaflers. Durante la conversación que su padre había mantenido por teléfono había escuchado algo sobre una fábrica de flores. Era la extraña cita que había pactado con su interlocutor. Estaba decidida a desenmascararle. Quería exigirle toda la verdad. Buscó entre los archivos. Necesitaba una dirección a la que poder acudir. En el listado de empresas que encontró sólo había fábricas de gas. El emporio que había desarrollado su progenitor y que ella tanto detestaba. Había fábricas por todo el país y no tardó en descubrir que su padre había conseguido desarrollar un vastísimo imperio internacional con factorías por todo el mundo. El catálogo era tan grande que decidió buscar otro documento. Lo encontró detrás de varios libros. Ahí se señalaban distinas propiedades en un polígono industrial cercano a la mansión. Entre ellas, había una fábrica de flores.
- Te tengo.
De pronto, sonó el timbre. Escuchó los pasos de Anacleto andando junto tras la puerta del despacho y después bajando las escaleras. Decidió salir para no ser descubierta. Iba a marcharse a su habitación sin esperar a conocer la identidad del visitante cuando escuchó el primer disparo. Después vinieron cinco más. Laura tapó con sus manos un grito de horror. Inmediatamente distinguió en el silencio otros pasos corriendo y el sonido del motor de un coche alejándose. Bajó corriendo. Anacleto yacía moribundo.
- ¡Dios mío! ¿Qué te han hecho?
- Tu padre… - contestó el mayordomo en un susurro.
- ¿Ha sido mi padre?
- Tu padre… - y en ese momento Anacleto cerró los ojos y se desvaneció.
Laura lloró amargamente pero pronto se recompuso. Se secó las lágrimas y decidió acudir con urgencia a la fábrica de flores. Salió corriendo. Ignoraba que Anacleto seguía vivo y volvió a despertarse.
- Tu padre... está en peligro… - llegó a pronunciar, aunque nadie le escuchó. Inmediatamente después volvió a cerrar sus ojos. Habían sido sus últimas palabras.
El coche de Eduardo cruzó los exteriores de la comisaría camino al hospital. Detrás de él iba el de Román. Los nervios de los ocupantes de los dos vehículos hicieron que niguno de ellos viera a Libertad , quien aguardaba en los exteriores de la sede policial. Esperaba a que Alejandra saliera. La comisaria había ido a coger munición y dos chalecos antibalas para acudir juntas a la fábrica de flores. Aquella podía ser su última misión antes de su traslado. El agente Javier la sorprendió en la armería.
- ¡Comisaria! ¿Cómo usted por aquí? – le preguntó él no sin sorna – Pensé que a usted sólo le gustaba algunos tipos de arma…
- Le recuerdo que sigo siendo su superior…
- Le quedan tres días. ¿Y a qué no sabe lo que se rumorea? Suena mi nombre como comisario.
- No me haga reír. Debe de ser que el golpe en la cabeza que le dio esa muchacha le ha dejado tarumba. Desde luego, qué poco nivel…
- No se preocupe. Es imposible hacerlo peor que usted.
- Ya me encargaré yo de resarcir mi trabajo. Ahora no me interrumpa.
Alejandra guardó varias cajas de balas en el cinturón y se llevó los dos chalecos.
- ¿Para qué quiere todo eso?
- Cuando usted sea el comisario, ya le daré explicaciones. De momento, se quedará usted con la duda.
La mujer salió de la armería pero Javier no quedó contento. Hizo una llamada.
- Oye, tío, ¿tú me puedes cubrir? Es que me acaban de encargar un seguimiento…
En la fábrica de flores, el señor Chaflers se colocó ante dos enormes cajas llenas de rosas. Su interlocutor estapa ya tapado con la gran máscara.
- ¿Están todas? – preguntó la persona enmascarada.
- Sí. ¿Vas a hacer hoy el reparto?
- Debe ser así. Las cosas se han complicado excesivamente. Tú lo sabes bien. El día grande ha llegado. ¿Has hecho tu trabajo?
- En el momento en que digas, apretaré el botón – Chaflers se cubrió entonces con la capucha de su túnica y salió de la estancia. Pronto se entremezcló entre el resto de miembros que ya llenaban la sala más grande de la fábrica. Natalia, también cubierta por su capucha, trató de localizar a Chiqui Esteban. Pero sus intentos fueron en vano.
El polígono industrial también cogía de camino hacia el hospital. El coche de Eduardo pasó de largo por los exteriores. La fábrica quedaba bastante al fondo y no era visible desde la carretera. El vehículo de Román se había quedado algo atrás. Eva iba mirando por la ventana.
- Eduardo es un valiente… Si no hubiese sido por él, estaríamos muertos - dijo en voz alta.
- Bueno, yo le di una patada...
- ¡Es Laura! – gritó de pronto Eva al ver a la chica corriendo - ¡Está entrando en el polígono! ¡Creo que se dirige a la fábrica de flores!
- ¿Y cómo lo sabes?
- Va en esa dirección. Da la vuelta y síguela.
- Pero, ¿qué pasa con Ignacio?
- Eduardo le llevará al hospital. Creo que Laura está en peligro.
Román giró en una rotonda y cambió de dirección. Hacía tiempo que Eduardo había perdido de vista el coche de sus compañeros. Su única preocupación era el estado de Ignacio.
- Está perdiendo mucha sangre – le informó Marta, que se giraba de vez en cuando – Hay que taponarle la herida o no llega con vida. Yo hice un cursillo de enfermería. Para un momento en el arcén.
Eduardo detuvo el coche. Marta dejó a Pedrito en el asiento delantero mientras preparaba un vendaje improvisado para cubrirle el vientre.
- Háblale. No dejes que se duerma – le ordenó la chica a Eduardo.
- Venga, Ignacio. ¿Estás cómodo? ¿Te coloco de otra forma?
- Estoy sentado sobre algo – respondió en un susurro casi inaudible.
El fotógrafo removió el asiento y retiró un sobre grande.
- Son fotos, las fotos que hice durante la fiesta de La Salamanquesa. Tú no viniste. Entonces todavía no sabía que estabas cuidando de Pedrito. Mira, te las voy a enseñar. Así no te quedarás dormido. Mira, aquí está Eva entrando en la fiesta. Aquí está ella otra vez en primer plano. Y ahora sonriendo… En fin, creo que se me nota un poco que estoy enamorado.
Ignacio hizo un esfuerzo por sonreír.
- Aquí está Laura tomándose un cubalibre junto con el dueño del bar.
Entonces el herido comenzó a tener convulsiones y a balbucear palabras que Eduardo no entendía. Marta dejó el vendaje y trató de ayudar.
- Se va a tragar la lengua. Hay que abrirle la boca – alertó la chica.
- ¡Díos mío! ¡Ignacio!
- Mmm mmm – el director de El madrugador pronunciaba sonidos ininteligibles. Sus manos se movían torpemente y golpeaban la foto que todavía tenia en la mano Eduardo.
- Creo que está señalando esa foto – concluyó Marta.
- ¿La foto?
Eduaro miró la imagen en la que Mauri y Laura sonreían ante la cámara cruzando sus bebidas.
- Es él… - llegó a pronunciar Ignacio en uno de sus bruscos movimientos.
- ¿Quién es él?
- El profesor del master… - y entonces cerró los ojos y sus movimientos cesaron.
A escasos dos kilómetros el hospital seguía su actividad. En la Unidad de Cuidados Intensivos reinaba el silencio. Cuando abrió los ojos todo era oscuridad pero, al poco tiempo, creyó distinguir en la noche una débil luz de una farola entrando por la ventana. Después esa luz se intensificó. Alguien había encendido la lámpara de la habitación. Era una enfermera. Recogió varias cosas a su alrededor sin percatarse que, después de varios días, su paciente ya no dormía. Abrió la boca aunque temió que no pudiera emitir ningún sonido.
- Hola – se limitó a decir.
La enfermera se llevó un enorme susto y tiró las cosas que llevaba en la mano.
- Doctor, doctor. ¡Se ha despertado! - exclamó saliendo de la estancia.
Miró alrededor. A su lado había otra cama como la suya. Pero estaba vacía y perfectamente recogida. Como si alguien la hubiera abandonado recientemente...
- Me ha hecho la vida imposible desde que le conocí. Y hoy, por primera vez, no le tengo miedo. Y ha sido gracias a este bebé. Cuando le he cogido entre mis brazos, me he dado cuenta de que hay un motivo para luchar, que merece la pena seguir viviendo, y que no se puede vivir con terror. Mi terror era ese hombre al que acabo de matar – dijo sentándose abrumada en el suelo.
- ¿Tú mataste también a tu hermana? – se interesó Eva.
- No, claro que no. Yo ni siquiera estaba en la ciudad cuando ocurrió todo. Sólo he matado a Alejandro y vosotros sabéis bien que se lo merecía.
- ¿Y Alejandro? ¿Pudo él matar a Jimena, Marina o La Toñi? – se cuestionó Eduardo.
- A Jimena seguro que no. Estaba conmigo en otra ciudad el día de su muerte. De lo demás no puedo asegurar nada. Pero creo que no. Él sólo vivía para hacerme daño a mí…
- ¡Socorro! – Ignacio trató de hacerse notar con un alarido desgarrador.
Todos fueron a ayudarle. Román le levantó la camiseta y comprobó que tenía alojada una bala en el vientre.
- Hay que llevarlo a un hospital urgentemente.
- ¡Iremos en mi coche! – sugiró Eduardo.
No sin dificultades bajaron del edificio. Alojaron en el asiento de atrás a Ignacio. Marta decidió ir en el delantero mientras seguía portando a Pedrito entre sus brazos. El coche se alejó. Román y Eva quedaron en seguirles en el coche del fotógrafo.
Laura bebió un vaso de agua. El sabor le resultó muy extraño. Entró en el despacho del señor Chaflers. Durante la conversación que su padre había mantenido por teléfono había escuchado algo sobre una fábrica de flores. Era la extraña cita que había pactado con su interlocutor. Estaba decidida a desenmascararle. Quería exigirle toda la verdad. Buscó entre los archivos. Necesitaba una dirección a la que poder acudir. En el listado de empresas que encontró sólo había fábricas de gas. El emporio que había desarrollado su progenitor y que ella tanto detestaba. Había fábricas por todo el país y no tardó en descubrir que su padre había conseguido desarrollar un vastísimo imperio internacional con factorías por todo el mundo. El catálogo era tan grande que decidió buscar otro documento. Lo encontró detrás de varios libros. Ahí se señalaban distinas propiedades en un polígono industrial cercano a la mansión. Entre ellas, había una fábrica de flores.
- Te tengo.
De pronto, sonó el timbre. Escuchó los pasos de Anacleto andando junto tras la puerta del despacho y después bajando las escaleras. Decidió salir para no ser descubierta. Iba a marcharse a su habitación sin esperar a conocer la identidad del visitante cuando escuchó el primer disparo. Después vinieron cinco más. Laura tapó con sus manos un grito de horror. Inmediatamente distinguió en el silencio otros pasos corriendo y el sonido del motor de un coche alejándose. Bajó corriendo. Anacleto yacía moribundo.
- ¡Dios mío! ¿Qué te han hecho?
- Tu padre… - contestó el mayordomo en un susurro.
- ¿Ha sido mi padre?
- Tu padre… - y en ese momento Anacleto cerró los ojos y se desvaneció.
Laura lloró amargamente pero pronto se recompuso. Se secó las lágrimas y decidió acudir con urgencia a la fábrica de flores. Salió corriendo. Ignoraba que Anacleto seguía vivo y volvió a despertarse.
- Tu padre... está en peligro… - llegó a pronunciar, aunque nadie le escuchó. Inmediatamente después volvió a cerrar sus ojos. Habían sido sus últimas palabras.
El coche de Eduardo cruzó los exteriores de la comisaría camino al hospital. Detrás de él iba el de Román. Los nervios de los ocupantes de los dos vehículos hicieron que niguno de ellos viera a Libertad , quien aguardaba en los exteriores de la sede policial. Esperaba a que Alejandra saliera. La comisaria había ido a coger munición y dos chalecos antibalas para acudir juntas a la fábrica de flores. Aquella podía ser su última misión antes de su traslado. El agente Javier la sorprendió en la armería.
- ¡Comisaria! ¿Cómo usted por aquí? – le preguntó él no sin sorna – Pensé que a usted sólo le gustaba algunos tipos de arma…
- Le recuerdo que sigo siendo su superior…
- Le quedan tres días. ¿Y a qué no sabe lo que se rumorea? Suena mi nombre como comisario.
- No me haga reír. Debe de ser que el golpe en la cabeza que le dio esa muchacha le ha dejado tarumba. Desde luego, qué poco nivel…
- No se preocupe. Es imposible hacerlo peor que usted.
- Ya me encargaré yo de resarcir mi trabajo. Ahora no me interrumpa.
Alejandra guardó varias cajas de balas en el cinturón y se llevó los dos chalecos.
- ¿Para qué quiere todo eso?
- Cuando usted sea el comisario, ya le daré explicaciones. De momento, se quedará usted con la duda.
La mujer salió de la armería pero Javier no quedó contento. Hizo una llamada.
- Oye, tío, ¿tú me puedes cubrir? Es que me acaban de encargar un seguimiento…
En la fábrica de flores, el señor Chaflers se colocó ante dos enormes cajas llenas de rosas. Su interlocutor estapa ya tapado con la gran máscara.
- ¿Están todas? – preguntó la persona enmascarada.
- Sí. ¿Vas a hacer hoy el reparto?
- Debe ser así. Las cosas se han complicado excesivamente. Tú lo sabes bien. El día grande ha llegado. ¿Has hecho tu trabajo?
- En el momento en que digas, apretaré el botón – Chaflers se cubrió entonces con la capucha de su túnica y salió de la estancia. Pronto se entremezcló entre el resto de miembros que ya llenaban la sala más grande de la fábrica. Natalia, también cubierta por su capucha, trató de localizar a Chiqui Esteban. Pero sus intentos fueron en vano.
El polígono industrial también cogía de camino hacia el hospital. El coche de Eduardo pasó de largo por los exteriores. La fábrica quedaba bastante al fondo y no era visible desde la carretera. El vehículo de Román se había quedado algo atrás. Eva iba mirando por la ventana.
- Eduardo es un valiente… Si no hubiese sido por él, estaríamos muertos - dijo en voz alta.
- Bueno, yo le di una patada...
- ¡Es Laura! – gritó de pronto Eva al ver a la chica corriendo - ¡Está entrando en el polígono! ¡Creo que se dirige a la fábrica de flores!
- ¿Y cómo lo sabes?
- Va en esa dirección. Da la vuelta y síguela.
- Pero, ¿qué pasa con Ignacio?
- Eduardo le llevará al hospital. Creo que Laura está en peligro.
Román giró en una rotonda y cambió de dirección. Hacía tiempo que Eduardo había perdido de vista el coche de sus compañeros. Su única preocupación era el estado de Ignacio.
- Está perdiendo mucha sangre – le informó Marta, que se giraba de vez en cuando – Hay que taponarle la herida o no llega con vida. Yo hice un cursillo de enfermería. Para un momento en el arcén.
Eduardo detuvo el coche. Marta dejó a Pedrito en el asiento delantero mientras preparaba un vendaje improvisado para cubrirle el vientre.
- Háblale. No dejes que se duerma – le ordenó la chica a Eduardo.
- Venga, Ignacio. ¿Estás cómodo? ¿Te coloco de otra forma?
- Estoy sentado sobre algo – respondió en un susurro casi inaudible.
El fotógrafo removió el asiento y retiró un sobre grande.
- Son fotos, las fotos que hice durante la fiesta de La Salamanquesa. Tú no viniste. Entonces todavía no sabía que estabas cuidando de Pedrito. Mira, te las voy a enseñar. Así no te quedarás dormido. Mira, aquí está Eva entrando en la fiesta. Aquí está ella otra vez en primer plano. Y ahora sonriendo… En fin, creo que se me nota un poco que estoy enamorado.
Ignacio hizo un esfuerzo por sonreír.
- Aquí está Laura tomándose un cubalibre junto con el dueño del bar.
Entonces el herido comenzó a tener convulsiones y a balbucear palabras que Eduardo no entendía. Marta dejó el vendaje y trató de ayudar.
- Se va a tragar la lengua. Hay que abrirle la boca – alertó la chica.
- ¡Díos mío! ¡Ignacio!
- Mmm mmm – el director de El madrugador pronunciaba sonidos ininteligibles. Sus manos se movían torpemente y golpeaban la foto que todavía tenia en la mano Eduardo.
- Creo que está señalando esa foto – concluyó Marta.
- ¿La foto?
Eduaro miró la imagen en la que Mauri y Laura sonreían ante la cámara cruzando sus bebidas.
- Es él… - llegó a pronunciar Ignacio en uno de sus bruscos movimientos.
- ¿Quién es él?
- El profesor del master… - y entonces cerró los ojos y sus movimientos cesaron.
A escasos dos kilómetros el hospital seguía su actividad. En la Unidad de Cuidados Intensivos reinaba el silencio. Cuando abrió los ojos todo era oscuridad pero, al poco tiempo, creyó distinguir en la noche una débil luz de una farola entrando por la ventana. Después esa luz se intensificó. Alguien había encendido la lámpara de la habitación. Era una enfermera. Recogió varias cosas a su alrededor sin percatarse que, después de varios días, su paciente ya no dormía. Abrió la boca aunque temió que no pudiera emitir ningún sonido.
- Hola – se limitó a decir.
La enfermera se llevó un enorme susto y tiró las cosas que llevaba en la mano.
- Doctor, doctor. ¡Se ha despertado! - exclamó saliendo de la estancia.
Miró alrededor. A su lado había otra cama como la suya. Pero estaba vacía y perfectamente recogida. Como si alguien la hubiera abandonado recientemente...